El sopranista debuta esta tarde en Galicia con un recital con Jonathan Ware al piano
24 nov 2025 . Actualizado a las 05:00 h.El sopranista Samuel Mariño (Caracas, 1993) es una de las figuras más originales de la ópera actual. Espíritu libre dentro y fuera de escena, ejemplo de cómo hacer de la dificultad una herramienta para el éxito, es artista exclusivo del sello Decca y triunfa en todo el mundo. Hoy (Teatro Colón, 20 horas) debuta en Galicia en un recital con Jonathan Ware al piano para Amigos de la Ópera de A Coruña.
—Es sopranista, voz diferente al contratenor.
—Hay diferencia de registro: el contratenor es una voz más grave y el sopranista más aguda. La diferencia conmigo es que mi voz hablada es aguda. Nunca hice un cambio de voz porque mi laringe no bajó completamente por una cuestión biológica y esta es la única voz que tengo, con cuerdas vocales parecidas a las de mujer.
—Esto le hizo sufrir «bullying» de niño, pero orientó su carrera.
—Absolutamente. Aprendí a hacer de mi dificultad algo maravilloso, dando la vuelta a la tortilla.
—¿Qué diría a quienes le hicieron «bullying»?
—Nada. Ahora veo las cosas de diferente manera. Los niños pueden ser crueles y ya perdoné a esa gente. No cargo con ningún resentimiento.
—Aborda repertorio masculino y femenino. ¿No cree en categorías vocales?
—Canto todo a mi manera. Quizás no tenga el registro de soprano lírica, pero escojo repertorio por el ámbito emocional. Valoro de qué habla el personaje durante un aria. Creo en las categorías vocales, pero no deben etiquetarnos. Callas o Caballé cantaban repertorio amplio. Lo que un artista tiene que decir es más importante que su categoría vocal.
—¿El gusto está cambiando?
—El gusto siempre cambia. Hay más público que antes y más curiosidad por la ópera; esto genera público más flexible.
—¿Dónde pone sus límites al decidir qué cantar?
—Veo mucho en qué momento vital estoy. Hay cosas que me gustaría cantar, pero no es el momento. Me gustaría cantar Lucia di Lammermoor, pero no estoy en el momento mental de afrontarla. Quizá en el futuro, primero debo vivir cosas. Para cantar hay que tener experiencias. Acabo de cantar la Cuarta de Mahler, y quiero profundizar en repertorio alemán, como el Réquiem alemán, de Brahms, o seguir cantando Mahler. Fui alumno de Barbara Bonney y dijo que, por mi timbre un poco metálico, podría afrontar este repertorio. Y me gustaría cantar Rusalka. Me gusta el rol y la música de Dvorak.
—Abandera el derecho a ser diferente.
—Es importante para mí. Durante toda mi vida me han dicho qué hacer, cómo ser, cómo comportarme, qué está bien, qué está mal. Busco lanzar un mensaje de libertad. Me gustaría decir al público alto y claro que la diferencia está bien. En el escenario eres libre. Poco importa de dónde vengas o tu diferencia. La ópera me salvó la vida y me la salva cada día. Cantar me hace sentirme libre y sanar heridas del pasado. Soy cantante, pero sigo siendo una persona con problemas, como todos. Me gusta tener una vida simple y cotidiana con mi perrita.
—Presenta un programa variopinto.
—Ya que lo hago con piano, escojo piezas que suenen bien con él. Me gusta hacer repertorio atemporal. El programa busca una lógica en base a tonalidades, y está diseñado para no aplaudir entre las piezas, aunque doy a la gente la libertad de hacerlo si quiere.
—¿Cómo acercar la ópera al público joven?
—Para traer gente joven hay que contar con músicos jóvenes. Es raro encontrar en orquestas gente de menos de 50. No quiero decir que la gente de más de 50 no sirva, pero hay que dar oportunidades a músicos jóvenes que no han perdido el deseo de hacer música y mantienen la chispa y la pasión.
—¿Y qué aporta a la sociedad?
—La ópera habla de emociones extremas y escuchándola uno puede identificar sus emociones más profundas. Como salvó mi vida, quizá lo pueda hacer con otros si logran encontrar en ella emociones que tienen miedo a afrontar.
—¿Se normalizará que una voz como la suya cante roles de mujer?
—No lo sé, pero ¿por qué no? Es como si una soprano canta Winterreise. Las emociones no tienen género y yo canto por las emociones, no por el género.
—¿Cómo se ve en una década?
—Con el covid aprendí que todo puede acabar rápido. Espero viajar menos porque, aunque estoy feliz, quizá no tengo un hogar como tal. Mi casa es donde mi perrita Leia esté. Viene conmigo a todas partes.