Ricardo Darín: «Si por mí fuera, iría detrás de mis hijos por la calle»

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MARISCAL / EFE

Darín llega a Galicia con la obra «Escenas de la vida conyugal», en un año de mucha carga emocional para el actor argentino. En el verano perdió a su hermana y en unos meses será abuelo. «¿El secreto de un matrimonio? El amor, no hay más», responde

18 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Ricardo Darín (Buenos Aires, 16 de enero de 1957) se ha vuelto a subir a los escenarios con la obra Escenas de la vida conyugal, que recala en A Coruña los días 29, 30, 31 de octubre y el 1 de noviembre, su única parada en Galicia, avalada por un éxito de crítica y público. Ricardo y su compañera, Andrea Pietra, se ponen en la piel de Juan y Mariana, un matrimonio de muchos años que hacen saltar por los aires su intimidad, en una versión más humorística, «más argentina», dice Darín, de la película de Ingmar Bergman que marcó un hito. Siempre encantador, cercano, exquisitamente amable, Ricardo Darín se abre a la conversación con ese don natural de la palabra. Pícaro, tierno y apasionado, no se reconoce en la humildad, pero sí asegura que es un marido poco obediente y un padre extremadamente cariñoso y protector, que pronto se estrenará en el papel principal de abuelo.

—La última vez que hablamos venías a estrenar a Galicia «Escenas de la vida conyugal», pero llegó la pandemia y no pudo ser . En este tiempo, te han pasado muchas cosas, has perdido a tu hermana, vas a ser abuelo... ¿Dirías que eres otro?

—Todos somos otras personas, el mundo está en movimiento permanente y después de semejante tsunami que vivimos con la pandemia y demás, yo creo que todavía nos estamos intentando reacomodar. La vida es así, te da una de cal y una de arena. Ha sido año tan doloroso para mí y para mi familia, para mis sobrinos, mis hijos, mi mujer, para todos los que amamos a mi hermana... Es un golpe que todavía no hemos terminado de asimilar, pero como ocurre a veces en la vida, que no siempre, por el otro lado aparece esta noticia del futuro hijo de mi hijo y su chica [Úrsula Corberó], que nos ha inundado de alegría para rescatarnos de tanto dolor. Ahora estamos subidos a esa maravillosa sensación de espera y de expectativa. Los seres humanos hacemos lo que podemos con las emociones que nos tocan.

—¿Vas a ser un abuelo chocho, de esos a los que se les cae la baba?

—No, no, porque, bueno yo creo que esas cosas están directamente relacionadas con las posibilidades de cada uno y yo no paro de trabajar, así que veré cómo encuentro los espacios para poder dedicarme a tan maravillosa tarea. Pero los niños son una bomba de alegría y de felicidad y de energía, son los que nos muestran cómo va a ser el futuro. Así que hay que estar muy atentos y tratar de aprender.

—A veces los niños vienen a reforzar una relación conyugal de años.

—Sí, sí, aunque no siempre es así, a veces es todo lo contrario, porque también son una demanda de energía y de atención muy grande y en algunos casos han contribuido a erosionar algunas relaciones porque, bueno, tanto para la madre como para el padre la aparición de alguien tan importante en sus vidas hace que algunas atenciones queden relegadas.

—¿Te arrepientes de algo de la crianza de tus hijos? ¿Fuiste un padre presente?

—Yo creo que uno hace lo que puede. He tenido la gran suerte de subirme a esta odisea que es la paternidad de la mano de mi mujer, que es un ser extraordinario, o sea, es absolutamente omnipresente y es una madraza de esas de antes. Por eso a mí las cosas me resultaron un poco más fáciles, a pesar de que no le saqué el cuerpo en ningún momento. Pero ella, sabiendo que tengo teatro y que me acuesto a la una y media o dos de la mañana y a los niños había que llevarlos a las seis y media al colegio, me cubrió a cada tanto. Por supuesto, yo me ponía expresamente la obligación de hacerlo en lugar de ella a cada poco, pero el factótum del éxito de la relación con nuestros hijos es ella, no soy yo.

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—Has dicho que no eres un buen marido porque no eres obediente...

—Lo que pasa es que las negociaciones conyugales no siempre llegan a buen puerto, uno tiene que ceder, tiene que negociar: ahora qué comemos, y ahora adónde vamos, qué hacemos, y qué pensamos... En fin, en ese trámite a veces se pierde mucha individualidad, entonces hay que tratar de ser ecuánime y contribuir a la relación, pero al mismo tiempo no perder la singularidad.

—¿Tú crees que en una pareja la verdad es el camino más corto?

—Sí, en la vida la verdad siempre te alcanza, la puedes intentar esconder un rato o hacerte el distraído, pero no tiene sentido, es una pérdida de tiempo. En realidad, yo soy de los que creen que el camino más corto es la verdad, a veces es dolorosa, pero eso es cierto.

 «Los argentinos les debemos a los gallegos habernos enseñado a trabajar»

—Eres español, tienes la nacionalidad, ¿votas?

—No, no voto, porque los trámites para hacerlo desde el exterior siempre son muy complejos. Me pasa en Argentina y cuando estoy en España, o sea, soy una especie de alma errante. Y no estoy ni en un lado ni del otro, entonces si por circunstancias estoy fuera, votar por correo es un lío, pero cuando estoy en Argentina, voto.

—No sé si eres consciente, pero a los españoles les caes muy bien.

—¿Sabes por qué es eso? Porque a mí me caen bien los españoles.

—¡Pero los gallegos te caerán mejor! Tienes a tu amigo Luis Tosar...

—Bueno, yo vivo diciendo que a los gallegos los argentinos les debemos muchas cosas, pero la más importante de todas, aparte de su amabilidad y su alegría natural, es la de habernos enseñado a trabajar en mi país. La posguerra arrojó a tanta gente a nuestro país buscando un futuro, buscando la posibilidad de sobrevivir. Nos trajo de todo, porque generalizar siempre es injusto, pero también a mucha gente que nos enseñó a trabajar con tesón, con profundidad. Todavía hoy en Argentina tenés la posibilidad de ver bares o restaurantes llevados adelante por gallegos con un ahínco, con unas ganas de trabajar, que es envidiable y contagioso.

—Todos al final somos emigrantes.

—Sí, por eso el rechazo es una ridiculez y una injusticia tan grande. Somos inmigrantes permanentemente y estamos todo el tiempo yendo de un lugar a otro y lo único que esperamos es que nos reciban con los brazos abiertos. Tendríamos que ser un poco más amables con la gente, más empáticos y tener memoria, tener buena memoria, que eso es algo que el ser humano siempre le esquiva.

«Adoro a la familia de Luis Tosar, recuerdo a su madre, su tortilla...»

—¿En tu árbol genealógico hay algún gallego o lo tuyo es pura cepa argentina?

—No, no, no, es muy difícil ser de pura cepa de algo en Argentina. Me acuerdo que Luis Tosar, mi gran amigo, se reía con nosotros y decía: «Pero ustedes son un crisol de cruces, mis padres son de Lugo, mis abuelos son de Lugo, mis bisabuelos son de Lugo, mis tatarabuelos son de Lugo, yo soy de Lugo». Entonces nos reíamos con eso, porque yo tengo una confluencia de sirio libanes por un lado, italiano por el otro, y una abuela por ahí que sí es bastante criolla, pero en Argentina es muy difícil encontrar lo que tú llamas pura cepa.

Andrea Pietra y Ricardo Darín en un ensayo de «Escenas de la vida conyugal»
Andrea Pietra y Ricardo Darín en un ensayo de «Escenas de la vida conyugal» Jorge Ochagavía

—En cualquier caso, Galicia la conoces. Has estado en casa de Tosar, con sus padres, has comido allí la tortilla...

—¡La tortilla! «¿Que no te gusta la tortilla, no te gusta la tortilla?, ¿no comes queso, no comes queso?» [imitando a la madre de Tosar] ¡Y nos estábamos comiendo un montón de queso, pero ella quería que nos comiéramos todo. Eso es divino, la familia de Tosar es una cosa que me la llevaré en el corazón toda mi vida.

—Lo que me encantó fue esa excusa que pusiste una vez de muy joven cuando llegaste tarde al rodaje y todos te estaban esperando. Los desarmaste con un «me enamoré» [risas].

—Solamente a un loco como yo se le puede ocurrir una cosa así a esa edad, pero en ese momento fue el único escape posible que tenía. Se quedaron estupefactos, en la nube. No lo podían creer. Y después una de las compañeras, una mujer a la que yo siempre quise mucho que se llamaba Perla Santalla, se acercó en privado y me dijo con un tono de complicidad: «Excelente, excelente excusa, no se me había ocurrido nunca».

—¿Tienes, entonces, esa picardía de «Nueve reinas», un poquito de la resistencia de «Kamchatka», la ternura de «El hijo de la novia», y la pasión de «El secreto de sus ojos»?

—Bueno, el camino te va cincelando, uno va encontrando su verdadera personalidad, porque creemos que somos de una forma y luego el tiempo se encarga de contarnos que somos de otra.

—Lo que has confesado es que no eres humilde. ¿Por qué?

—Porque no importa lo que uno diga para afuera, lo importante es lo que uno siente para adentro y me parece que tendría que hacer un gran trabajo para sentirme verdaderamente humilde. Es decir, trato de no ser soberbio, obviamente, pero humilde, en el sentido de la gente que está al servicio de los demás, considero que no. Me falta mucho para serlo.

—¿Tú crees que has sido más de salir, de agotar la vida más que tus hijos?

—No lo sé, porque ya hace varios años que les he perdido el GPS, ellos andan por ahí haciendo su propia vida, ya son grandes. Y, como dice su madre, no los debemos controlar. Pero si fuera por mí, los seguiría por la calle todavía por pura protección. Yo creo que fui un poco más desordenado que mis hijos, pero también era otra época. No es porque los controle, pero no me puedo desprender todavía de la idea de que mis hijos son mis cachorros. Sé que no son niños, son gente adulta, pero no para mí. Yo, si pudiera, sería un pesado y estaría pegado a ellos porque son lo más maravilloso que me pasó en la vida.

—¿Eres el que más escribe por el grupo de WhatsApp de familia?

—Sí, sí, por supuesto, tengo varios grupos donde estamos todos. En uno estamos solamente dos, en otro, los cuatro y en otro seis...

—Compartes escenario con una gran compañera, Andrea Pietra, ¿es todo química con ella?

—Ella es una altísima dosis de energía, de positivismo y de alegría. ¡Porque además es tan generosa sobre el escenario! Y fuera de él. Es una mujer extraordinaria, muy alegre, de empujar a sus colegas, de asistir a todo el mundo. Está detrás de cada una de las necesidades del equipo, no solo de la mías. Es un ser adorable y arriba del escenario es invalorable porque es de una generosidad que hace que la energía circule.

—La pieza es una adaptación de Norma Aleandro, más satírica y más cínica que la versión de Bergman.

—Sí, pero por, ¿cómo decirlo?, de haber tallado en el camino y de haberse cruzado con personas de nuestras características: los argentinos. Porque además es nuestra idiosincrasia, del dolor sacamos una sonrisa casi siempre. Eso es una característica bastante argentina.

—En la obra os decís cosas tremendas, no queda nada en el tintero de la relación.

—Sí, sí, tremendas. Es muy incómoda la obra, es áspera, es ácida, se dicen verdades tremendas, pero eso es lo que creo que intentó el autor también, es decir, poner toda esa brutalidad al servicio de la honestidad.

—Como un matrimonio, ja, ja.

—Esa es la idea, que se refleje de la manera más honesta, digamos.

—Si piensas en una escena de tu vida conyugal, ¿cómo te ves?

—Yo no soy el esposo ideal. Ojalá lo fuera, pero sí soy cariñoso, muy cariñoso y eso para una mujer como la mía es un problema, porque ella es de las de, bueno, no tanto cariño. Trato de no ser pesado, pero soy cariñoso, ¡qué voy a decir!, ya eso no lo puedo cambiar, a esta altura es demasiado tarde.

—¿Cuál es el secreto de un matrimonio de tantos años como el tuyo con Florencia?

—El amor, solamente que se ame, porque puede pasar de todo en el medio, pero si hay amor, está todo bien. Cuando no hay amor, hay que tomar distancia.