
En medio de la sensación de decadencia irreversible en la que vive Europa, confirmada por la penosa foto de los líderes continentales sentados cabizbajos en el despacho del director Trump, se va colando en las noticias el plan con el que Francia pretende atajar una crisis profunda que obligará al Gobierno a recortar 44.000 millones de euros. De toda la lista prevista, incluida la eliminación de 3.000 empleos públicos, la medida más llamativa se refiere a la supresión de dos días festivos, el lunes de Pascua y el 8 de mayo, cuando los vecinos celebran el fin de la II Guerra Mundial. Si el recorte se concreta, los franceses pasarán de los once a los nueve días feriados, muy por detrás de los 14 que conforman el calendario oficial español, incluidos los festivos estatales, autonómicos y municipales.
No sé qué hubiese pasado en España si para atajar una crisis al gobernante de turno se le hubiese ocurrido una propuesta similar a la de François Bayrou, paladines como somos de nuestros festivos, tantas veces arrojados como una cuestión identitaria, generacional o ideológica. En A Coruña ha sido una constante la pelea entre los defensores de la Virgen del Rosario y los del martes de Entroido, obligado como está el Concello a escoger solo dos fechas en las que también tiene que estar el San Xoán. Que el PP apoye el Rosario y los partidos a su izquierda el Carnaval ofrece lecciones de sociopolítica muy interesantes. Como las combinaciones del calendario son casi infinitas, los dirigentes locales rezan cada año para que la solución venga de la Xunta, que el Entroido se celebre en toda Galicia y que la ciudad pueda satisfacer a su patrona religiosa y al señor de las hogueras.
En plena ofensiva ultra, la reclamación de los últimos años tiene que ver con el día del padre, suprimido en casi todos los calendarios oficiales casi cien años después de que fuese instituido a propuesta de una profesora madrileña. Desde el entorno de Vox y suburbios se ha relacionado una decisión compartida por todo el territorio con las guerras culturales que, según mentes así de preclaras, perjudican a los hombres hasta dejarlos sin días que celebrar.
Lo mejor del calendario de festivos, salpicados como están durante el año, es lo inspirador que resulta para los ingenieros de las vacaciones, esas personas que el día 1 de enero se zambullen en el almanaque y operan el milagro de multiplicar esos 14 festivos españoles como Jesucristo hizo con los panes y los peces. A uno de estos tendría que fichar el francés Bayrou.