Así es vivir en primera línea de playa: «Cuando mis amigos enseñan mi casa, la gente flipa»

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M.MORALEJO

Paloma heredó esta casa en Panxón de sus padres, la reformó y ahora la disfruta todo el año. «Levantarme en la playa, viendo el mar, me da la vida», dice mientras reconoce que se siente una privilegiada: «Me encanta tener la casa llena de gente»

09 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Es la envidia de cualquiera que ame el mar, el salitre y la naturaleza. Tener un refugio en el que escuchar las olas para ver los atardeceres sobre el Atlántico en compañía de los tuyos, para disfrutar de eternas veladas en verano o incluso para cobijarse de la tormenta cuando ruge el mar. Sí, tener una casa en primerísima línea de playa es el anhelo y el sueño de muchos y una realidad en el caso de Paloma. Porque ella mejor que nadie sabe que es una auténtica privilegiada por poder vivir en primerísima línea de playa en Panxón. Quizás, por eso, para ella no es simplemente una casa para disfrutar los meses de julio y agosto, sino que es su hogar durante todo el año.

«Era la casa de veraneo de mis padres. La compraron hace casi 50 años, cuando todavía había dunas y había muy poca gente. Mis padres murieron y la casa me quedó a mí. Yo siempre viví en Panxón, y la arreglé porque no tenía calefacción, el suelo era de losetas y demás... Aunque mis padres siempre la tuvieron muy bien preparada. Pero decidí instalarme aquí, porque es una casa maravillosa», dice. Vaya si lo es, solo hay que ver las vistas que tiene desde la terraza para hacerse una idea.

«Tengo un trabajo que me permite disfrutar de mucho tiempo libre. Hay días que tengo cosas que hacer, pero no tengo horario de oficina. Y levantarme por las mañanas, encima de la playa, viendo el mar, con unas vistas espectaculares y tener toda la playa en invierno para mí sola... es lo mejor del mundo. Me da vida, me da alegría, me da luz. Incluso estoy de mejor humor», cuenta, aunque reconoce que, a veces, ver la fuerza de la naturaleza tan en primera línea también impresiona: «Es verdad que hay días de invierno que son duros, porque el mar cada año está subiendo un poquito más y lo notas. Y cuando hay mareas vivas, el mar llega hasta el paseo y golpea las olas y, a veces, llega a darle a los cristales de mi casa. El año pasado pasó, pero son momentos puntuales. Y también es bonito, tiene su encanto».

Si hay algo que le encanta a Paloma de vivir al lado del mar es poder bajar a la playa todos los días con su perra —excepto ahora, en los meses de verano, que no la puede llevar con ella—. «Yo me baño casi todos los días en el mar. En invierno y en verano. Solo no me baño si llueve. En cambio, aunque haga fresco, me baño igual. Y los días de mucho frío, me pongo un neopreno y listo. Para mí es vida. Es salud», dice. Encima, su casa se encuentra en pleno paseo y siempre que puede se deja caer por los locales de la zona: «Me voy a un bar, me siento allí y como al sol... yo creo que gano en años de vida».

Viviendo en pleno centro neurálgico de veraneo en Galicia, Paloma nota mucho la diferencia de afluencia de gente entre el invierno y el verano: «Claro, está a tope. Y si vives todo el año, notas mucho la diferencia. Ahora cada vez está más lleno de gente y siempre es bienvenido que vengan turistas, pero también tiene sus inconvenientes, porque quieres ir a un restaurante y no puedes, para ir al supermercado tienes que esperar colas.... y yo no estoy acostumbrada a eso. Me paso los diez meses anteriores haciendo lo que me da la gana...».

Luego está la cara que se le pone a la gente cuando ve dónde vive: «Flipan. Yo tengo una amiga que vive en Madrid y se trae a amigas aquí y les enseña mi casa, y cuando la ven, flipan. Siempre me preguntan: ‘¿Pero vives aquí todo el año?’. Porque ellos solo pueden hacer este tipo de vida en la playa 15 días al año, a lo mejor, y yo lo tengo los 365 días». Para Paloma el auténtico valor de esta casa es su ubicación, un auténtico privilegio, pero explica que más allá de ello, no se trata de una casa nada ostentosa ni muchísimo menos, más bien todo lo contrario, cuenta que está pensada para disfrutar y que en la reforma primó que fuera práctica para todos.

Casa de pescadores

«Era una casa de pescadores que tiene más de cien años. Es antigua, lo que pasa es que se fue remodelando poco a poco. Mis padres la reformaron una vez. Y cuando me fui a vivir yo, la rehíce por dentro. La reforma fue para atender mis necesidades y las de mis dos hijas. Pero por fuera es muy sencilla». Es precisamente en la planta de arriba donde está la joya de la corona: la terraza. «A los amigos de mis hijas les encanta venir, porque se ponen en la terraza y se quedan ahí viendo la puesta de sol y tomando unas pizzas. Ellos están de lujo, y yo me quedo abajo a mi bola y no me entero de nada». Por supuesto, la vivienda cuenta con jardín.

M.MORALEJO

Además, explica que en su casa siempre hay visitas y ella lo disfruta muchísimo: «Me encanta tener la casa llena de gente y que vengan los amigos de mis hijas. Es un poco la casa de todos. Por ejemplo, el año pasado en San Juan, una de mis hijas se trajo a 50 o 60 amigos, y se quedaron en el patio y en el porche. Y hubo un momento que asomé la cabeza por allí, y me dice uno: ‘¿Tú quién eres?’», se ríe, mientras lo cuenta a modo de anécdota.

Paloma es consciente de la suerte que tiene viviendo cerca de la playa con esas vistas: «Me siento una privilegiada, claro que sí. ¿Cómo no me voy a sentir así con la casa que tengo?». Poco se imaginaban sus padres que este inmueble acabaría haciendo tan feliz a su hija.

También cuenta que el año pasado, por primera vez en 18 años, se fue a vivir a un piso de Vigo varios meses en invierno. «Yo me acostumbro a todo, pero claro, habituada a levantarme por la mañana, coger a la perra e irme a la playa... estar completamente alejada del ruido y demás..., pero no estuvo tan mal como pensaba. Me acostumbré bien. Además, en Vigo también tengo a mi hermana al lado. Y luego, a mi hija pequeña le resultaba comodísimo para salir, porque todos sus amigos están allí. A ella la experiencia le encantó, a mí menos», puntualiza.

«También hay gente que me dice que no podría vivir como vivo yo. Que necesita estar en el centro de la ciudad. En cambio, yo necesito el mar cerca. Muchos días de los que estaba en Vigo, metía a la perra en el coche y me iba a la playa. Y luego me volvía», comenta. El único pero que le puede poner Paloma a vivir al lado del mar es la humedad: «Se te estropea todo. La sal entra por todos lados, y te falla la lavadora, la secadora... tienes que pintar la casa muy a menudo porque se te pone amarilla. Yo la pinto cada tres años por fuera. Y, a veces, te entra agua, porque claro, el agua siempre busca salida y de tanto llover y del viento te escarba las esquinas. Cuando te das cuenta, tienes una gotera. Y luego, los coches se oxidan por abajo. La oxidación que hay es horrible, pero es el precio que tienes que pagar», comenta consciente de que es un mal menor.

También relata que una vez, cuando sus padres todavía vivían, hubo alguien que se encaprichó de la casa: «Le dijeron a mi padre que cuánto quería. Él dijo que todo se podía comprar y vender. Pero mi madre no le dejó. Para ella era su sitio de veraneo, donde iba a la playa con sus amigas, porque es un sitio muy familiar y todos nos conocemos. Y yo veraneé aquí desde que nací. Entonces, tengo todos mis recuerdos de la infancia. Y ya te digo que a mi madre le podían poner lo que quisieran encima de la mesa que diría no». No me extraña.