
Tras veinte años coordinando equipos de atención al cliente, se dio cuenta de que su vida estaba rodeada de enfados. Se formó en gestión emocional, se especializó en ira y ahora ayuda a personas a vivir con menos tensión y más calma
21 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Mentora especializada en gestión de la ira, Sonia Díaz Rois acompaña a personas que sienten que su forma de reaccionar les pasa factura y que están listas para dejar de tragarse lo que les remueve por dentro. Pero antes de dedicarse profesionalmente a ello, esta catalana de padres lucenses entendió con su propia experiencia que no quería seguir discutiendo. Después de pasar más de 20 años liderando equipos de atención al cliente —un entorno laboral en el que se lidia con muchos enfados— y experimentando el desgaste emocional en primera persona, su vida dio un clic al cumplir los 40 y decidió reinventarse. Se formó en gestión emocional y se especializó en enfado e ira, «algo poco habitual en un sector donde se tiende a suavizar lo incómodo», reconoce. Pero asegura que su programa GTI (Gestiona Tu Ira) no está pensado para evitar el enfado, sino para aprender a reconocerlo, interpretarlo y canalizarlo con consciencia y firmeza. A ello dedica el libro Y si me enfado, ¿qué?, editado por VR Europa, con el que quiere ayudar a otras personas a vivir con menos tensión, más calma y relaciones más honestas.
—Si has decidido escribir sobre el enfado, supongo que será porque has visto mucho a tu alrededor...
—Ya el ámbito de la atención al cliente al que me dediqué profesionalmente durante veinte años era un foco de enfado y tensión; la gente solo llama a esos servicios cuando tiene un problema y los trabajadores no están preparados emocionalmente para ello, muchos terminaban llorando después de cada llamada. Es más, se trata de un sector que se utiliza en muchas ocasiones como primer empleo o cuando no se encuentra otro trabajo para el que has estudiado, y hay gente joven que no está preparada psicológicamente ni para el mercado laboral ni para afrontar ese tipo de situaciones.
—Coordinando un equipo de atención al cliente descubriste que vivías en un enfado constante, ¿cuál fue el desencadenante que cambió tu vida?
—Llevaba años en ese sector y mi forma de trabajar era rígida, de imposición, hasta que el año que cumplí 40 fue un punto de inflexión: hice muchos cambios en mi vida y empecé a interesarme por aspectos relacionados con la inteligencia emocional, el autoconocimiento, los valores… Y me di cuenta de que no me gustaba cómo era. Decidí que tenía que formarme en todo eso y para ello tuve que robarle horas al sueño, para hacerlo mientras seguía trabajando.
—Supongo que el cambio fue también visible en tu entorno laboral.
—«Dama de hierro» o «Señorita Rottenmeier» habían sido algunos de mis apodos, y hubo un tiempo en el que me sentía orgullosa de esas etiquetas. Pero empecé a darme cuenta de que ser así no me había permitido conectar con otras personas, ni comprenderlas ni demostrarles mi cariño. El cambio no fue de un día para otro, para mí fue un aprendizaje, una transición de casi cuatro años, un proceso en el que fui soltando y aprendiendo a delegar y a acostumbrarme a otro tipo de liderazgo.
—¿Cuándo diste el salto definitivo?
—Lo desencadenó una situación familiar; llevaba ya un tiempo compaginando el trabajo y los estudios, pero se sumó el cuidado de un familiar al que quería acompañar. Así que decidí dar el salto, dejé el trabajo y empecé mi nueva trayectoria profesional.
—¿Por qué te centraste en el enfado?
—Vi que hay patrones que se repiten constantemente: personas que están en tensión o con mal cuerpo la mayor parte del día, que saltan por cosas pequeñas, pero que les cuesta nombrar lo que hay detrás. Se frustran por no saber comunicar lo que quieren y sienten que han perdido el control.
—¿Por qué crees que el enfado sigue siendo una emoción tan mal entendida o reprimida entre los adultos?
—Creo que se trata de una emoción que no acabamos de entender. Del miedo se pasa al terror o al pánico; de la tristeza a la depresión… Pero de la ira hablamos directamente, no hay una transición del enfado calmado y asertivo a la ira, que es esa energía mucho más potente, que incluso nos puede llegar a paralizar, a nublar la razón. Es muy importante diferenciar el enfado de la ira, incluso colocarla en medio ese cabreo, que sería como el punto de no retorno de los aviones.
—¿Cuánto de beneficioso tiene utilizar la ira en favor de uno mismo?
—La ira deberíamos dejarla únicamente para situaciones en las que realmente nuestra integridad física corra peligro porque se trata de ese mecanismo de supervivencia que tantas veces nos ha salvado la vida. El enfado es algo que nos da información de lo que está ocurriendo fuera y de cómo nos está afectando dentro, es una información valiosa que nos ayuda a provocar cambios y de la que tenemos que aprender.
—¿Cómo es tu dinámica de trabajo?
—-Acompaño a mujeres que viven con tensión constante o que no saben cómo gestionar su enfado a recuperar la calma, comunicarse mejor y reconectar con una versión más serena y segura de sí mismas. Durante tres meses, empezamos trabajando el autoconocimiento para reconocer los detonantes y patrones que repiten sin querer; después incluyo el conocimiento, la gestión emocional para aprender cómo afectan los pensamientos a las acciones y así van saliendo las alternativas. Lo bueno de todo el proceso es que de una sesión a otra ellas mismas van comprobando avances en su vida real.
—Hablas en femenino porque afirmas que las mujeres son las que más se interesan por el proceso para gestionar sus enfados, ¿a qué se debe?
—Observo que hay una intención en ellas de querer hacer las cosas bien, ayudar desde la tranquilidad. A las mujeres nos mueve mucho la necesidad de que todo esté bien alrededor, de querer ser una buena representante de sí misma. Y en todo esto tiene mucho que ver el hecho de que tenemos más desarrolladas las neuronas espejo, absorbemos las emociones de los demás y eso juega a nuestro favor, somos más perceptivas y más conscientes para querer gestionar la vida de otra manera.
—¿Qué pasaría si empezásemos a interiorizar desde niños todas estas dinámicas que propones?
—Creo que sería un gran paso porque desarrollaríamos consciencia de nosotras mismas, estaríamos más despiertas. Incluir este tipo de educación del conocimiento de habilidades de uno mismo desde pequeños nos aportaría mucha más información sobre cómo queremos que sea nuestra vida.
—¿Por qué crees que está tan enfadada la sociedad actual?
—No me gusta hablar de enfado generalizado porque así no se llega al detalle de lo que le pasa a cada uno y de lo que necesita cada persona. Pero es cierto que vivimos en un entorno muy polarizado y eso provoca que se quemen todos los grises: se etiqueta mucho y perdemos la oportunidad de conocer otros puntos de vista, que es con lo que realmente crecemos. Necesitamos enfadarnos más, pero enfadarnos bien, desde el diálogo, escuchándonos unos a otros, comprendiendo otros puntos de vista.
—Justo lo que no hace la polarización, un término muy de actualidad.
—Yo no sé qué está pasando, parece que hay que ser de A o de B. Está clarísimo que nunca todos vamos a pensar igual, pero es que eso es maravilloso porque ahí es donde realmente crecemos. Sin embargo, parece que nos sentimos amenazados ante opiniones diferentes.
—A veces tiene que pasar algo extraordinario para que nos demos cuenta de que necesitamos un cambio…
—Al final, el piloto automático es algo que nos acompaña a la mayoría, cuando nos despistamos entramos en ese bucle que nos pone en un modo inconsciente en el que trabajamos, nos esforzamos, nos preocupamos y luego nos anestesiamos viendo una serie o mirando el móvil. Pero fíjate, las personas con las que trabajo suelen ser muy responsables y preocupadas, que se fijan muchísimo en lo que hay que solucionar, más en lo que les falta que en lo que tienen. Y el disfrute pasa bastante de largo. Durante el propio proceso se fijan más en los errores que consideran que están cometiendo que en todo lo que van mejorando.
—Explicas cómo las emociones se pueden transforman rápidamente en sentimientos que después tardan en desaparecer, ¿cuánto tiempo puede llevar quitarlos?
—La emoción en sí no suele durar más de 60 segundos, cada dos por tres estamos entremezclando emociones, y tal cual vienen suelen irse. Pero si a estas emociones les añades pensamientos, estarás transformando tu emoción en un sentimiento. Y ese sentimiento se puede quedar contigo de manera indefinida, se convierte en lo que me gusta denominar «tu propio hilo musical». Porque muchas veces, aunque parece que dejas de escuchar tus pensamientos, siguen estando ahí, como esa música de ascensor. Lo mejor en esos casos es pararse y preguntarse a uno mismo cómo nos sentimos. Muchas veces reconocer lo que nos pasa es lo que nos da la solución, la primera conversación debe ser con uno mismo, ahí ya hay mucho resuelto.
—¿Existe una buena manera de enfadarse?
—El enfado hay que permitirlo siempre, necesita ser escuchado y comprendido. La mejor manera de enfadarse es reconocerlo, chequearnos y hacernos unas preguntas básicas: cómo me estoy sintiendo, qué es lo que necesito. Porque el enfado es una señal de alarma.