Javier Cascón, 26 años: «Compré dos pisos para acoger a personas sin techo y hace más de 6 años que no compro ropa»
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Vive completamente alejado del consumismo. «Cuando tenga hijos me gustaría compartir un piso con personas en riesgo de exclusión», apunta este joven que ayuda sin pensar en recibir nada a cambio. «En mi boda no hicimos banquete. Los invitados trajeron lo que quisieron para compartir», dice
22 ene 2025 . Actualizado a las 22:32 h.Cuando Javier Cascón te cuenta su filosofía de vida, no puedes evitar quedarte perpleja. Pero a medida que avanza su discurso, ves que se trata de una elección personal, valiente y admirable, aunque requiere de mucha decisión y de tener las ideas muy claras para llevarlas a la práctica. Implica alejarse por completo del modelo de consumismo al que estamos acostumbrados y convencerse de que lo material solo es eso. Cosas que te pueden llenar en un determinado momento, pero que no sirven para ser feliz. Pero conozcamos un poco más a fondo el caso de este joven de Madrid, de apenas 26 años, que ha logrado nadar a contracorriente con bastante éxito y que intenta crear una familia mientras ayuda a los demás.
«A los 13 o 14 años empecé ayudando en comedores sociales. Allí iba con un grupo de amigos y compartíamos la comida. Ellos se volvían muy contentos para casa, pero yo me iba con la sensación de que no habíamos cambiado nada. Eso se me fue quedando dentro. Y comencé a iniciar nuevos proyectos», dice. El primero llegó con 17 años cuando formó una asociación con una compañera: «Allí acompañábamos a personas en riesgo de exclusión por medio del arte. Hacíamos talleres con ellos y los cuadros que pintaban los vendíamos. Con el dinero que obteníamos financiábamos cursos de formación para que esas personas pudiesen conseguir trabajo». Posteriormente, comenzó a trabajar en otra fundación, una experiencia que le marcó: «Viví un tiempo en una de las casas que tenían para que los jóvenes pudieran compartir vivienda con personas en situaciones complicadas. Y estando ahí, fue cuando me di cuenta de que para mí ese era el modelo a seguir y que, a lo mejor, yo podía hacer lo mismo».
«Esa casa de la fundación siempre estaba llena y pensé que si yo compraba una casa para personas que lo necesitasen, pues también podrían vivir allí. Entonces me puse a trabajar en varias cosas al mismo tiempo. Compaginé varios trabajos, mientras me sacaba la carrera, con 20 años más o menos. Poco después publiqué el libro Amen sin tilde, y con eso empecé a financiar la casa», añade. Javier trabajó en un asador, repartiendo publicidad, en comedores escolares, cuidando niños... también fue administrativo en centros de salud, celador en el hospital... «Hice un poco de todo. Me valía todo lo que pudiese compaginar. En algunos momentos, llegué a tener hasta cuatro trabajos mientras estudiaba. También es verdad que tuve la suerte de que fue en la pandemia, con 21 o 22 años, y tampoco iba mucho a la universidad. Me presentaba solo a los exámenes cuando eran asignaturas fáciles que podía sacar», comenta Javier, que hizo un doble grado de Magisterio y Humanidades, aunque ahora trabaja en una consultora.
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«Me costó 75.000 euros»
De la publicación del libro llegó a sacar 15.000 euros, y el primer piso que adquirió para personas sin techo fue en el 2022. Le costó 75.000 euros. «Era un local que hemos convertido en piso. Está en Pinar de San Martín, en el norte de Madrid. Y a ese precio hay que añadirle los gastos derivados de la compraventa. En total serían 80.000 euros», indica, mientras explica cómo logró pagarlo íntegramente: «El primero ya está pagado. Tuve la suerte de que el dueño era el padre de un amigo y llegué a un acuerdo con él. Le dije que el primer año le abonaría 50.000 euros y al año siguiente el resto. Entonces, en el momento de la firma, ya tenía 20.000 euros de mis trabajos previos más los ahorros que tenía. Así que ahí le pagué 30.000 euros. Al final de ese mismo año, aboné otros 20.000. Y al siguiente año, los 25.000 euros restantes. Fue así cómo pagué el piso, sin pedir préstamos al banco. Simplemente pidiéndole dinero a la gente y a amigos míos».
Al tratarse de un bajo, Javier reconoce que tuvo que hacer alguna reforma, pero no demasiada. «Estaba ya casi para entrar a vivir. Hicimos solo algunos cambios. Después pregunté por redes sociales si nos podían dar muebles que ya no usaran en casa. Nos dieron tantos que nos sobraron y los pude dar a otras oenegés que conocía. Pero también algunos los vendimos en plataformas de segunda mano», indica. A pesar de tener ya un piso en propiedad, Javier decidió seguir viviendo en casa de su madre con sus hermanos y cedérselo a una madre y a su hija que lo necesitaban mucho más que él.
En febrero del 2024 adquirió una segunda vivienda. «Para esta casa sí que pedí un préstamo al banco. También pedí dinero a amigos. E igualmente que con el anterior, tampoco me fui a vivir a él. Me quedé en casa de mi madre y ahí empezó a vivir un matrimonio. Yo me casé en septiembre y me fui a vivir con mi mujer a la casa que nos han dejado unos amigos, pero en la que pago un alquiler», aclara, mientras explica cómo gestiona las dos viviendas. «Ahora en la segunda vivienda reside un matrimonio mayor, y en el primer piso en este momento está viviendo una madre con su hijo. Lo que hacemos es que cuando llega una persona, si no puede permitirse pagar nada, que normalmente es el caso, pues ellos viven allí sin aportar nada. Luego, cuando empiezan a tener un trabajo, por ejemplo, ahora en el primer piso los dos ya tienen trabajo, pues empiezan a aportar lo que puedan. En este caso, 200 euros. Y esto nos permite cubrir los gastos de comunidad, la luz, el agua, algunas pequeñas reformas, parte del IBI y la tasa de residuos urbanos. Esa es un poco la regla. Que cuando empiecen a trabajar, si pueden, que aporten algo. Y si no, que no aporten». Y pone de ejemplo el caso del matrimonio de más de 65 años que no puede pagar nada: «Ahí quien aporta es la oenegé de la que proviene». También es necesario que cumplan unos requisitos: «No tener adicciones ni ninguna enfermedad mental, porque nosotros no tenemos medios para tratar esos casos. Que sean honrados, que no sean violentos por si tienen que compartir piso con alguien, y luego que vayan a las sesiones con el trabajador social, el psicólogo y con la oenegé de la que provienen. También se les pide que, en cuanto tengan un trabajo, ahorren cierta cantidad de dinero. Un 30 % de lo que les entra cada mes».
Durante estos años, Javier ya ha tenido alguna decepción. «Tuvimos un caso de dos personas que tenían un trabajo, iban a una organización, pero no nos habían dicho la verdad. Me enteré de que cobraban una ayuda de Cáritas y luego a una de ellas la echaron del trabajo que le habíamos conseguido porque no cumplía. Y se quedaron siete meses en la casa sin dejarme entrar. Lo que hicimos fue solicitar justicia gratuita y el proceso se alargó sin ninguna resolución, pero tuve la suerte de que a los siete meses ellas, que no me cogían el teléfono y no me comunicaban nada, me robaron todo lo que pudieron y se fueron dejándome las llaves en el buzón. Esto es un riesgo que sabíamos que podía pasar. Y lo único que nos van a robar son cosas materiales. Yo estoy con la conciencia tranquila», comenta.
A pesar de este contratiempo, Javier reconoce que le sigue compensando. «Son gente superbuena. Incluso, este matrimonio que te comentaba antes, que vive en el segundo piso, al enterarse de que acababa de casarme y que estábamos viviendo de alquiler, nos decían que nos fuéramos nosotros a esa casa y que ellos ya se apañarían buscando un albergue o lo que fuera. No tienen adónde ir y nos lo ofrecían a nosotros», dice.
No debe nada al banco
Ahora ya no le debe nada al banco por la compra de este segundo inmueble, pero sigue teniendo una deuda con las personas que lo han ayudado. «Le debo 63.000 a amigos y compañeros que han confiado en el proyecto. Pero lo primero que hice fue amortizar el préstamo, porque así me ahorro los intereses», y reconoce que todas las gestiones que puede las delega en oenegés colaboradoras: «A veces, es un montón de papeleo que no he visto en mi vida y no controlo. Voy aprendiendo poco a poco. Pero no llegas a todo. Hay mucha gente que nos apoya y que se encarga de hacer el seguimiento de las casas y de todos los trámites con los abogados para conseguir los papeles de las personas que van a vivir a los pisos. Por ejemplo, estuvo una persona mayor de 65 años viviendo en uno de ellos y tenía una discapacidad. Pues una organización amiga fue la que consiguió la residencia de ancianos para que pudiese vivir allí. La gente siempre viene a través de asociaciones, aunque no siempre. Hay otros que me contactan por redes o a través de amigos. Pero, claro, yo no tengo casa para todos. Solo tengo 26 años y no tengo más dinero».
Javier explica también que detrás de estas iniciativas hay unas fuertes convicciones cristianas: «Mi madre siempre ha sido creyente y desde pequeños nos lo inculcaba. Pero todos salimos rebotados, tanto mi hermano y mi hermana como yo. De hecho, ellos continúan siendo ateos. Pero yo, sobre los 14 años tuve un clic y a partir de ahí empecé a tomármelo en serio». Eso sí, tuvo que aprender que había ciertos límites que no podía sobrepasar. «Con 19 años metí a una persona en riesgo de exclusión social en casa, que la habían echado del alquiler de donde estaba porque se habían enterado de que había estado viviendo en la calle y pensaban que no les iba a pagar. Entonces, me lo llevé a mi casa mientras no le encontrábamos otra cosa. Y me cayó bronca por todos lados. Solo se quedó una semana, pero para mi madre fue demasiado. Y esas líneas ya he intentado no sobrepasarlas con ella».
Javier lleva la austeridad a todos los ámbitos. De hecho, confiesa que hace seis años que no se compra ropa: «Trato de vivir alejado del materialismo y del consumismo. Mi manera de vivir es esa. Con sencillez, sin gastar dinero en cosas que no veo necesarias. Toda la ropa que tengo me la dan de segunda mano. Y con eso tengo de sobra».
Su boda también se celebró con la misma filosofía. «Tratamos de que fuese sencilla. Podía venir quien quisiera. Y vinieron en torno a 280 personas, no sabemos bien. No hicimos banquete. Le dijimos a la gente que trajesen lo que quisieran para compartir. Mi traje me lo regalaron, era de segunda mano. Y el de mi mujer, lo compró en Vinted por 80 euros —continúa—. Los chicos que trabajaron ese día repartiendo los platos de comida entre la gente eran amigos nuestros, que estaban en riesgo de exclusión y que necesitaban un trabajo. Y parte del dinero que nos dieron lo utilizamos para construir prótesis con impresoras 3D para gente que no tiene brazos, a través de la empresa de unos amigos. Gracias a ello, una persona ha podido tener un brazo. Alquilar el local nos costó 400 euros. Y ahí pasamos el día todos juntos. Fue muy bonito. Nos gastamos menos de 3.000 euros en total, cuando la media supera los 20.000».
Pero ¿qué opina su mujer de esta forma de vida? Pues comparte también la misma filosofía. «Cuando tengamos hijos, sé que nuestra forma de vida no podrá ser tan radical, pero intentaremos hacer ver a nuestros hijos que lo importante no está en lo material. Y nos gustaría vivir con ellos en un piso con personas en riesgo de exclusión. Esa es nuestra manera de vivir. Hay fundaciones que se dedican a ello. Nosotros seríamos los responsables del piso, pero no sería nuestro. Sería de la fundación».