Hay tragedias, dramas y melodramas. Y entre los melodramas que nos hacen la vida más llevadera está esa ley universal que convierte a los hombres inmortales en mortales. Le ha pasado esta semana a George Clooney, que de sopetón ha perdido el sex appeal que siempre ha abanderado y se le ha bajado todo el Nespresso. De ser un tiparrón atractivo, de sonrisa picarona, con las canas al aire se ha transformado en un señor de aspecto rijoso con un pelucón de color castaño oscuro. ¡George se ha teñido! Y aunque lo ha hecho por exigencias del guion para su nuevo espectáculo en Broadway, ha evidenciado con su grandísima ironía que no hay nada que avejente más a un hombre de 63 años que ponerse un tinte oscuro. Y no puedo estar más de acuerdo con él. No sé si es debido a una ley física o a una metafísica que nos hace segregar a las mujeres una hormona repelente al Just for Men, pero la prueba la tenemos en el propio Clooney, en un antes y un después que daña los ojos. Es una verdad estética que confirma esa ventaja masculina, mientras nosotras aún dependemos del suplicio de acudir cada quince días a cubrirnos en la peluquería por otra ley universal que nos impone el espejo. Ver a George sin canas debería abrirnos una puerta a la libertad. Ellos se ven más viejos con el tinte y nosotras más viejas con las canas. Son misterios de alto pelaje.