Hay cosas que en Santiago no se mueven, pese a la evolución de los hábitos de la sociedad y de los muchos años que se lleva hablando de la urgencia de lograr avances. Incluso en un ámbito en el que la ciudad debería ser constantemente proactiva e innovadora porque se juega gran parte de su rendimiento económico, como es el turismo. Algo está fallando cuando Santiago no consigue cautivar a los visitantes más allá de unas horas de ida y vuelta, más allá de una o dos noches en el caso de los turistas más devotos de la riqueza histórica y cultural de la capital patrimonio de la humanidad. La ciudad no falla, porque sus centros de interés se expanden desde el Obradoiro y la Catedral en todas direcciones por el casco urbano y su entorno natural más inmediato. Fallan las propuestas, o la ausencia de ellas. ¿Se acuerdan de aquellos veranos en los que un aguacero en la costa causaba una avalancha que desbordaba los accesos con visitantes de visto y no visto? Pues este verano se confirma que, sin aguaceros (por desgracia, por los incendios forestales) las avalanchas están a la orden del día. Pero todo sigue igual, sin propuestas bien formadas e informadas —existe un enorme desconocimiento de lo que la ciudad ofrece, más allá de la Catedral— que ayuden a cautivar la atención de quienes quieren descubrirla en todas las facetas posibles, no solo la monumental más evidente o la gastronómica más tópica. Tantas y tantas joyas del patrimonio cultural como atesora Santiago pasan desapercibidas para multitudes que se limitan a hacer colas kilométricas para visitar la casa del Apóstol y dar una vuelta fugaz por las calles más hosteleras de su entorno. ¿Y los peregrinos? ¿Se acaba su experiencia del Camino con la visita a la basílica? ¿No hay nada más que pueda interesarles? La realidad estadística es que Santiago es una de las ciudades gallegas con menor duración de la estancia turística media, no más de dos días, cuando adentrarse en su esencia, pétrea y natural, puede prolongarla, sin grandes dificultades, hasta cinco días. Lo primero es servir de la forma más asequible, coherente y atractiva los relatos de la ciudad, adaptada a todo tipo de públicos. Con desconocimiento y puertas cerradas, ningún avance es posible.