Seguro que con pólvora del rey el firmante no tiene inconveniente en disparar, porque cualquier error lo paga otro. Y ese otro es Juan Pueblo. En eso somos expertos los gallegos en particular y los españoles en general: aquí todo debe ser gratis, y como hubiera que pagar para ir a la fiesta del pueblo (cosa que sí pasa, por ejemplo, en Dinamarca) el gaiteiro tocaría para cuatro, y si fuese necesario abrir la cartera para acudir al médico se aburrirían en los centros de salud.
En Latinlandia la ilusión es que todo corra a cargo de las arcas del concello o de la Xunta. Y por encima cada uno queremos tener la parcela propia intocable.
Así que además de los tres aeropuertos —a ver quién es el guapo que se atreve a cerrar una sola pista— y la infinidad de supuestos caminos de Santiago (hasta en los pequeños pueblos quieren uno), ahora se nos ocurre pedir facultades de Medicina. Así, por la cara. Y sin subir impuestos, claro. Creo que en A Limia, zona patatera, van a pedir Acuicultura, y me han informado de reuniones clandestinas para solicitar todos a una Ingeniería Agrónoma en Muxía, pero ahí tienen que roer el duro hueso de Bueu, otro candidato, mientras en Monforte suspiran por el grado de Demografía. Eso sí, Galicia necesita más médicos, conste.
Ya lo decía con su pesimismo irónico Ángel Ganivet, escritor granadino de finales del XIX: todos los compatriotas deberían llevar en el bolsillo un salvoconducto que dijese «Este español está autorizado para hacer lo que le dé la gana». Sin olvidar al periodista gallego Julio Camba: «La envidia de los españoles no es aspirar al coche de su vecino, sino que el vecino se quede sin su coche». Esto es jauja, señores (y señoras).