
Borja Iglesias, futbolista del Celta, continúa demostrando que es un crack. Y lo hace tanto en el terreno de juego como en el día a día. Jamás se le subieron los humos a la cabeza y es un tipo normal y corriente que pasaría desapercibido excepto porque —sea dicho con total cariño y respeto— tiene pinta de talibán, con esa barba. Así que todo el mundo lo reconoce y él hace gala siempre una palabra amable. La semana pasada se dejó caer por el IES Xelmírez II, en la única tarde que la muchachada tiene clase. Lo hizo para dialogar de una manera relajada sobre la lacra del tabaquismo. Ese día fue, sin duda, el hombre más fotografiado de Santiago, porque los rapaces quisieron inmortalizarse con él, que no quitó la sonrisa de la boca e hizo demostración de gran paciencia.
Son esos, los Borja Iglesias, los que necesitamos como sociedad. Los que parece que tienen el espíritu nórdico dentro de la mente en vez de la chulería y la presunción tan latinas que unos, otros y los del medio arrastran y muestran en cuanto abren la boca para pontificar, sea del apagón (¿se han dado cuenta de que ahora cualquier indocumentado habla del necesario equilibrio entre la demanda y la oferta de la energía?) o sea de las obras en el cruce de la rúa de Xeneral Pardiñas (aunque no pueda decir dos palabras de quién fue ese liberal que combatió a los carlistas).
Borja Iglesias no necesitó bajarse del pedestal para hablar con los alumnos del Xelmírez II porque nunca se subió a él. Como tantos miles de compostelanos que trabajan honradamente y con gran interés, sin escatimar ni un minuto. Esa es la gente que interesa para que los alumnos que escucharon al futbolista tengan un futuro mejor. ¡Gracias, Borja!