
Nunca hay una única verdad, ni esta es total y absoluta en cuanto a conflictos se refiere. Los enfrentamientos siempre derivan de una diferente interpretación de los hechos, una discrepancia sobre la realidad, una perspectiva distinta sobre lo que sucede. Cuando las partes antagonistas deciden resolver sus desavenencias de manera pacífica siempre acuden a un arbitraje, a un juicio, donde un tercero, que se supone imparcial, puede ofrecer una solución justa al caso. Cuando el desacuerdo implica posturas irreconciliables la posibilidad de una resolución pacífica se esfuma dando lugar al choque armado. La guerra, no obstante, tal y como se ha venido demostrando una y otra vez a lo largo de los milenios de historia de la humanidad nunca aclara nada. Si un bando se proclama vencedor siempre es a costa del derramamiento de sangre y la destrucción material del otro, cuando no hay ningún ganador militarmente hablando, al final solo queda el llanto de los que sobreviven y la desolación. Todo para nada.
En un momento histórico en el que somos espectadores en vivo y en directo de lo que la guerra supone, asistimos entre atónitos e impotentes a la evolución de la situación en Gaza sin saber muy bien qué decir ya. Hace mucho tiempo que la humanidad saltó por los aires, pero recapacitar lo que debe de sentir una madre con un hijo en brazos cuya vida se escapa por no poder alimentarlo es como un puñal en el corazón. Centrados en la situación que se vive en Palestina nos olvidamos que un poco hacia el oeste, en Sudán, se vive el mismo desastre humanitario aunque sin tanta repercusión mediática. Y no parece que podamos ponerle remedio a corto o medio plazo, porque lanzar comida desde el aire o enviar algunos camiones por tierra no es suficiente para paliar el hambre y las necesidades médicas de poblaciones en guerra desde hace años.
La única solución es la paz y la reconstrucción, y eso solo es posible si los bandos enfrentados se comprometen de verdad. En el caso de Gaza, es obvio que Netanyahu no desea frenar su campaña de aniquilación de los palestinos, pero tampoco parece que Hamás tenga el valor suficiente para dejar de escudarse en civiles inocentes y rendirse. Hamás ha perdido la guerra y además la moralidad. Ningún ideal justifica la masacre de los suyos. Y cada día que pasa la cuenta de muertos pesa sobre las cabezas de los responsables de uno y otro bando ya que todos son culpables menos los niños que mueren de hambre.