
Juntos de la mano se les ve por la Gran Vía. Bajan con paso relajado. La imagen trae a la mente de forma reiterada la vieja canción de Víctor Manuel. «¡No puede haber nadie en este mundo tan feliz!». Como si sonara la estrofa del cantante asturiano una y otra vez. Se dirigen hacia la alameda, a disfrutar de la sombra de los plátanos y los juegos de los niños que pueblan el parque y cuyo griterío se confunde con el piar de los pájaros entre las ramas. Tal vez los pequeños les traen recuerdos de cuando también ellos se deslizaban por el tobogán o como se balanceaban en el columpio. Sentados a la paz de un banco y con una sonrisa inocente, el mismo reflejo del alma. A él se le puede ver cada mañana con el carrito de la limpieza, recogiendo con pala y escoba colillas, papeles y residuos incívicos que la gente despreocupada tira en la calle un día tras otro. Es trabajador de la empresa del centro de integración de personas con diversidad funcional. Un profesional que deja las rúas impolutas con su labor callada. Solo saluda si lo saludan. Ni un mal gesto ni una mirada torcida. Con semblante serio se aplica a lo suyo con la precisión de un cirujano. Por las tardes, ella lo acompaña en su recreo. «Se miran bien. Les corren mil hormigas por los pies», sigue la canción que Víctor Manuel dedicó a una pareja cordobesa. Como estos andaluces, ella le regalaría en algún momento una flor y él le dibujaría en un papel algo parecido a un corazón. «Solo pienso en ti», se dirán una y otra vez. El amor será su mejor refugio, con el corazón absorbido por la felicidad callada. Juntos de la mano, como los cordobeses Antonio y Mariluz. Seguro que no puede haber nadie tan feliz.