María Ángeles Molina, «Angie», la fría autora de un crimen casi perfecto, detenida de nuevo por planear un asesinato

ESPAÑA

Falsificó la identidad de su víctima para cobrar seguros y créditos; la asfixió y posteriormente orquestó un crimen sexual al rociar el cadáver con esperma
14 abr 2025 . Actualizado a las 10:42 h.Hace poco más de un año, María Ángeles Molina, Angie, comenzó a disfrutar de permisos penitenciarios. Encaraba sus últimos años en la cárcel de Mas d' Enric, en Tarragona. Pero la autora del llamado crimen perfecto, la persona que planificó al milímetro el homicidio de Ana Páez en Barcelona, habría aprovechado presuntamente sus primeras salidas para urdir un nuevo crimen. La acusada pasó a disposición del Juzgado de Instrucción número 1 de Tarragona, que investiga el caso, y ha declarado el secreto de sumario. Según Diari de Tarragona, los Mossos d' Esquadra recomendaron a la potencial víctima de Angie que, por seguridad, cambiara temporalmente de residencia.
Los agentes detuvieron el 25 de marzo a la mujer. Se le acusa de un delito de conspiración de asesinatos, penado con al menos siete años y medio de cárcel. Actualmente cumple una condena de 18 años de cárcel —eran 22, pero el Supremo la redujo al estimar que cometió un homicidio doloso y no un asesinato— por un crimen que conmocionó Barcelona, desde la prensa a los propios Mossos, por su premeditación y frialdad.
Angie y Ana trabajaban en una empresa de moda de Mataró (ciudad al norte de Barcelona) y eran amigas. La primera era la jefa de relaciones humanas, por lo que tenía acceso a datos personales de su futura víctima. Y los utilizó para su beneficio económico: Disfrazada con una peluca, registró al nombre de Páez seis créditos por valor de 102.415 euros, que percibió en su totalidad, y seis pólizas de seguro.
El 21 de febrero del 2008, Angie invitó a cenar a Ana a un piso del barrio de Gracia, en Barcelona, que había alquilado a nombre de su compañera de trabajo. Allí presuntamente la durmió con cloroformo —este aspecto no quedó demostrado, en el juicio se determinó que la durmió « con una sustancia «cuya naturaleza no ha logrado ser identificada»— y la asfixió con una bolsa de plástico. Pero el plan de Angie no acababa ahí. Ni mucho menos. Días antes, pagó a dos hombres para que llenaran de semen un bote. La asesina introdujo el esperma en la boca y la vagina del cuerpo desnudo de su víctima. Quería escenificar un crimen sexual.
Faltaba su coartada. El mismo día del crimen, viajó hasta Zaragoza en coche. Pagó todos los peajes con Teletac hasta que llegó al tanatorio que guardaba las cenizas de su madre. Llevaban allí más de un año hasta que, finalmente, las recogió. Luego volvió a la ciudad condal. Esta vez, pagó los peajes de vuelta en efectivo.
Pero quedaban cabos sueltos. Algunos eran decisivos: restos biológicos de Angie en la peluca que se encontró en el piso, una botella de cloroformo en la casa de la agresora y pruebas grafológicas que evidenciaban que la firma de las pólizas no era de Ana Páez. El Supremo destacó su «crueldad y frialdad». Tanta que, aquel fatídico jueves, se valió de una peluca para sacar 600 euros de una cuenta de la víctima. En el juicio volvió a exhibirla, al negar todo categóricamente. Sobre la botella de cloroformo, llegó a decir que la necesitaba para las prácticas de clase del colegio de su hija.
La muerte de su marido
Para Félix Ríos el crimen perfecto es la extraña muerte en 1996 de su entonces marido, el argentino Juan Antonio Álvarez Litben, un adinerado profesional del ocio nocturno en Gran Canaria. La familia del exesposo de Molina contactó con él a raíz del asesinato de Páez. Y Ríos logró la reapertura del caso que concluyó que Álvarez se suicidó al ingerir sustancias tóxicas. «Urde un plan extremadamente complicado y valora hasta el último detalle. Pero comete el mismo error: acaba por confiarse demasiado», asegura, sobre dos casos en los que ve paralelismos claros. «Angie siempre intenta estar alejada de la escena del crimen; en ambos tiene una situación económica complicada y lo fundamental es la presencia de tóxicos en ambos crímenes», asegura. La familia del fallecido quería demostrar que Angie la envenenó. «Se establecieron varios indicios importantes», afirma el criminólogo tinerfeño, que enumera una cartera de Álvarez que apareció en la casa de Barcelona de Angie y un Rolex de su marido que presuntamente vendió en una tienda de la ciudad catalana. «Los Rolex tienen una trazabilidad para que se pueda mantener de por vida su garantía», explica. No solo los objetos, también sus actos fueron sospechosos: «Había matriculado a su hija en un colegio de Barcelona dos meses antes de que muriera Juan y conseguimos verificar que había pagado el peaje de su vehículo para llevárselo a Cataluña. Lo tramitó antes del fallecimiento», explica Ríos.
Tras varios años, la investigación reanudada, en la que Angie llegó a ser imputada, se topó con «dos hándicaps», asegura el criminólogo. «El propio juzgado antes había destruido las sabanas donde Juan había vomitado el veneno. Se destruyeron cuando se pensó que era un suicidio», añade, además de estimar que la inexactitud de la autopsia entorpeció la búsqueda de indicios.
Eso sí, desempolvar el caso de Álvarez Litben retrasó la concesión del segundo grado para Angie hasta principios del 2024. Lo que sucedió desde entonces está ahora en manos del juzgado tarraconense.