
El español levanta en el cuarto set tres bolas de partido en contra para remontar ante Sinner la final más larga de todos los tiempos en París y sumar ya cinco «grand slams» con solo 22 años
09 jun 2025 . Actualizado a las 01:32 h.Pasarán años, jugadores y modas y el 8 de junio del 2025 se recordará todavía como una de los partidos más bonitos de la historia del tenis. Sobre la pista se dejaron la vida Carlos Alcaraz y Jannik Sinner. Se regalaron puntos con deportividad, se desafiaron con todos y cuantos recursos conocen, cambiaron estrategias, se vieron perdidos, remontaron y desfallecieron, encontraron fuerzas para continuar, dudaron, gritaron y al final, después de un pulso conmovedor, ganó Alcaraz en cinco sets. Podría retirarse hoy mismo y el legado que deja a su deporte resulta inabarcable. Esta vez, con 22 años y un mes, celebró su quinto grand slam con una fe inquebrantable y su alegría de siempre. No existen dos títulos iguales, pero en este creyó después de verse con dos sets abajo, también luego, después de verse con dos mangas a una en contra, 3-5 para su rival y 0-40 al servicio. Después de verse en la lona, con el número uno del mundo enfrente, revivió para cimentar una obra de arte que se veía venir desde hace un tiempo. Cuando se cruzaron por primera vez como profesionales en el Masters de París Bercy del 2012, recién derrotado, Sinner comentó en la red, mitad educado y mitad admirado: «Ojalá nos enfrentemos más veces». Esa rivalidad es hoy el maná del tenis. El campeón ya tiene dos Roland Garros (2024 y 2025), dos Wimbledon (2023 y 2024) y un US Open (2022) después de apuntarse la final más larga de la historia en París, cinco horas y 29 minutos, por 4-6, 6-7 (4), 6-4, 7-6 (3) y 7-6 (10-2).
El partido empieza acelerado. Bienvenidos al tenis de mediados del siglo XXI, en el que estamos ya, la nueva era después de Federer, Djokovic y Nadal. Los finalistas se sienten tan buenos —y vaya si lo son—, y con tantos recursos, que apuestan ambos por la misma agresividad aunque se peleen en tierra batida, antiguo espacio para la calma y la estrategia. A un lado, Alcaraz se lanza a la red incluso en los juegos en los que devuelve; al otro, según los datos de Hawk Eye que desvela Álex Corretja en Eurosport, Sinner resta cuatro metros (¡cuatro!) más adelantado que en sus anteriores partidos este año en Roland Garros.
El pulso resulta vibrante para el espectador. No hay juego sin bola de rotura, no hay pausa, abundan también —claro—, los errores. De ese intercambio de zambombazos sale inicialmente airoso el español, que llega a servir con 3-2 a su favor, pero a continuación se ve con 5-3 y bola de set en contra.
¿Cuál es la finísima línea que separa la agresividad de la temeridad? En la pista, repeliendo munición que vuela a más de 200 kilómetros por hora, cuesta más distinguirla. Pero a Alcaraz, que viene de ganar los cuatro últimos precedentes de un global de 7-4 a su favor, que abatió a Sinner en Roma y en la semifinal de Roland Garros del año anterior, que defiende la Copa de los Mosqueteros, ¿le hace falta asumir tantos riesgos?
Quizá sí. Al menos, así lo había decidido junto a su equipo. Porque mientras que su camino a la final, que todos consideraban más tranquilo, incluyó sets perdidos ante Marozsan, Dzumhur, Shelton y Musetti, el de Sinner se dibujó rectilíneo: ni una manga cedió, ni ante Rublev, ni ante Bublik ni ante Djokovic.
Sinner gana el primer set por 6-4, con dos datos significativos. Vence porque convirtió dos de las cuatro únicas bolas de break de las que dispuso, frente a la única ruptura de Alcaraz en siete oportunidades; y también porque su balance, en el tiroteo, arroja 7 golpes ganadores y 16 errores no forzados, por el 8/19 del defensor del título.
Ese primer parcial deja tocadillo a Alcaraz durante un rato. Suficiente para que Sinner se cobre el break que mantiene hasta servir con 5-3 a su favor. El primer momento clave del partido. Y la primera reacción de Alcaraz. Rompe el servicio del rival y el duelo camina hacia lo inevitable, el tie break, después de una laboriosa recuperación del español gracias a la mejoría de sus porcentajes con el servicio. No gana ese desempate, pero en cierto modo empieza a construir una reacción. La búsqueda de otro hito, porque nunca antes había levantado un marcador provisional de dos sets en contra. Siempre hay una primera vez.
Por eso Alcaraz se rehace de forma instantánea después de ceder el primer juego al servicio. El defensor del título pasa del 0-1 en contra al 3-1 a su favor. A medida que madura el partido, ha ido tomándole el pulso, equilibrando el ritmo, ajustando los riesgos. Por eso en el segundo set mejoró su balance de ganadores y errores y en el tercero, por fin, lo puso en verde, con 14 frente a 9.
Sinner ya es entonces, con tres horas de tenis en las piernas, un tenista más de carne y hueso. Porque ese set que se deja es el primero que cede en dos semanas en París.
Entra en juego ya el desgaste. La final se va descosiendo, y Sinner encuentra otra vez las líneas en un pulso de ida y vuelta. Llega a restar el italiano con 5-3 a su favor y 0-40, y esas tres bolas de partido las vuelca Alcaraz con cinco puntos seguidos antes de empatar a 5 juegos. En un santiamén la final cambia. ¿Lo nunca visto? Hágase, respondió Carlitos. Tan disfrutón, tan valiente, tan trabajador, celebra su reacción con la complicidad del público. Y una batalla tan pareja solo puede continuar en otro desempate. Lo abre por delante el italiano; y vuelve a revivir el español para cerrar el cuarto set.
El golpe anímico deja herido a Sinner. Alcaraz arde ante un rival cuyo lenguaje corporal lo dice todo mientras falla bolas incomprensibles. El título se inclina hacia el español, que regala en el último acto golpes absolutamente inverosímiles. Golpes de Alcaraz: dejadas, voleas cayéndose, ganadores desde los confines de la pista... Y, cuando parecía que iba a sentenciar el título, con 5-3 a su favor, la reacción de Sinner, llevando el pulso a otro desempate, engrandeció aún más el desenlace. Gritó uno, se lamentó otro, los papeles se intercambiaron una y mil veces, y al final ganó Alcaraz. El partido ya es patrimonio de la mejor historia del tenis. Hasta el próximo.