Marta Robles, de Las Migas: «No hay cultura o tradición que justifique desigualdades»

Javier Becerra
javier becerra REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Las Migas.
Las Migas. .

El grupo presenta el premiado «Flamencas» con un concierto en el Teatro Colón de A Coruña

29 nov 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Vienen de ganar su segundo Grammy Latino con Flamencas. «Es la corroboración de que lo que estamos haciendo es bonito y está bien hecho», dice Marta Robles, guitarrista de Las Migas, que están en Galicia. Mañana actúan en A Coruña (Teatro Colón, 20.00 horas, desde 20,55 euros).

—¿«Flamencas» es una declaración de intenciones?

Flamencas cierra esta trilogía de Libres y Rumberas, la de «nosotras no somos puras y nunca lo vamos a ser». Pero sí, somos flamencas y a nuestra manera. Queríamos volver a los principios de 2004. Gracias al flamenco llevamos tantos años existiendo: cuando viajamos, muchos viajes internacionales, muchos conciertos fuera, nos presentamos como flamencas. Queríamos hacer un homenaje real: palos, cantes más flamencos, investigar qué flamenco llevamos dentro hoy. El resultado es más flamenco que los discos anteriores, aunque siempre con nuestro sello propio, inevitable.

—«Yo a ti te quiero libre y gitana». ¿Hay una intención de dar una visión más feminista del género?

—Sí, absolutamente. Hemos cogido letras tradicionales donde se decía lo contrario, porque era lo que había. En el flamenco abundan letras de posesión, de demostrar el amor a través de los celos, y hemos hecho justamente lo contrario. Esa letra la escribí yo. Me imaginé una película donde alguien dice: «Yo te quiero y, como te quiero, te dejo volar; aquí estoy». Es una reescritura total de ese cuento. Esto está en todas nuestras letras: siempre hay intención de que vayan más allá de la tradición. Respetamos el repertorio musical tradicional flamenco, que nos encanta, pero hay letras que no tenemos ganas de cantar. Entonces hemos reescrito todo lo que hemos podido. Cada canción es una oportunidad para escribir lo que tienes dentro, y hoy ya no tenemos dentro esas antigüedades.

—¿Es como liberar a «La Cenicienta» de su cliché del cuento?

—Pues sí. Además, nos hemos ido a un lugar bastante extremo. No hay religión, tradición o cultura que justifique esas desigualdades.Y si nos fijamos, aún hoy hay culturas y tradiciones que mantienen la idea de que las mujeres se quedan en casa, mientras los hombres salen y se divierten. Ellas se quedan teniendo hijos. Eso nos molesta mucho.

—Otrora, que una mujer fuese guitarrista flamenca era algo insólito. ¿Lo sigue siendo hoy?

—Bueno, antes, más que insólito, era imposible. Hoy ya no es imposible, pero sigue siendo insólito. La guitarra flamenca es difícil para todos; hay que dedicarle muchísimas horas. Pero el ambiente es importante en el flamenco: no es algo que aprendes solo en el conservatorio. Tienes que mezclarte, aprender a acompañar, estar en sitios donde te den la oportunidad de equivocarte. Te tienen que abrir puertas, y aún no están 100 % abiertas para nosotras. Hay mujeres estudiando, niñas aprendiendo flamenco, pero tienen que hacer un esfuerzo enorme para ser muy buenas y que digan: «¡Guau, qué máquina, cómo toca!». Entonces se les abre la puerta. Hace falta que lleguen muchas más mujeres para que deje de ser excepcional.

 —Da la sensación de que en algunos ambientes o eres excepcional o no te abren las puertas. No puedes ser una guitarrista simplemente notable…

—¡O incluso mediocre! Sin embargo, ves chicos que tocan más o menos y ahí están, ya metidos, y ahí es donde se forman, porque les dan esa oportunidad. El flamenco se aprende en los tablaos, en las fiestas, en esos lugares. Pero nosotras tenemos que tocar la súper falseta, acompañar como si fueras Diego del Morao; si no, no basta. A mí me pasó: estudié muchos años con los hermanos Cañizares e hice mi carrera en la ESMUC de guitarra flamenca. Pero, después de todo, cuando esas puertas no terminaban de abrirse, pensé: «Paso; prefiero hacer mi propia banda y aprender sola antes que estar aquí pidiendo perdón o acojonada porque no hago algo bien». No fue un ambiente fácil para mí. Tampoco lo es para chicas jóvenes. Cambiará, seguramente ya está cambiando. Pasa en el jazz y en muchos ámbitos, no solo en el flamenco.

—Hablaba de formarse. Ustedes son ya de la generación que puede aprender flamenco en el conservatorio.

—Toda música tradicional necesita unas condiciones ambientales. Agradezco haber estado en un conservatorio: te enseñan herramientas, técnica, armonía, lenguaje musical… todo eso está muy bien. Pero el flamenco realmente se aprende tocándolo.

—Es algo más que leer una partitura. Hace falta el sentimiento.

 —Puedes hacerlo como puedes tocar música clásica leyendo una partitura, pero eso no es flamenco. Tocar una pieza de Paco de Lucía o de Vicente Amigo de forma literal no es flamenco. Flamenco es saber acompañar una letra, saber por dónde va, dónde viene el cierre, tener un lenguaje común con quienes están tocando. Es muchísimo más que leer una partitura.

—Estudió en la Escuela Superior de Música de Cataluña, que se ha convertido en un centro casi legendario. Parece el germen de muchas cosas buenas en la música española reciente. 

—Lo que pasó en la ESMUC es que fue de las primeras escuelas donde se podía estudiar cante flamenco o guitarra flamenca. Y claro, por ahí pasó Rosalía.

—Claro.

—Con eso ya te conviertes en referente. No sé si fue casualidad o un momento muy bonito donde pasaron cosas especiales. También fuimos la primera banda flamenca que apareció allí con Silvia Pérez Cruz. Creo que Silvia creó un referente en su manera de cantar, aunque no fuera cantaora de flamenco ni lo sea hoy. Pero muchas mujeres —y aún hoy— toman su manera de cantar como referencia para la música tradicional o mediterránea. Y de ahí salió Rosalía, yo creo. Al principio ni distinguía si era Silvia o Rosalía. Luego Rosalía lo llevó a un sitio mucho más moderno e internacional. Me parece una propuesta súper chula. En fin, fue una acumulación de cosas preciosas de las que me siento muy orgullosa. Yo soy de la segunda generación de la ESMUC y, a partir de ahí, empezaron a pasar cosas muy chulas. No creo que fuera solo cosa de los profesores; simplemente fue un momento en que había muchas ganas de aprender músicas tradicionales y mezclarlas con elementos clásicos, jazz y demás.

—Su disco incluye «Grito» con Tanxugueiras. ¿Cómo surgió?

—Pues esa canción… la verdad, no recuerdo cómo surgió exactamente la idea de juntar los cantes abandolaos y la malagueña con ese «vamos a gritar». Creo que primero fue la letra, pero no estoy segura. Se unieron dos elementos muy potentes: un palo flamenco bonito y tradicional con ese grito de «vamos a alzar la voz de nuevo». En cada disco nuestro hay una canción que llama la atención sobre esto porque, desgraciadamente, es algo que no acaba de mejorar. Al revés: hay sitios donde empeora, países donde hace unos años las mujeres estaban mucho mejor que ahora y hoy van tapadas hasta los ojos. Pensamos: «Vale, no es suficiente con nosotras; llamemos a más mujeres para que griten con nosotras y amplifiquen este grito». Pensamos en ellas porque compartimos el amor por la música tradicional, pero también su revisión y expansión. No nos conocíamos personalmente; quizá habíamos coincidido en algún evento o premio, pero les teníamos muchísimo cariño. Son muy luchadoras; las hemos visto en escenarios difíciles para una banda de música tradicional como ellas. Las admiramos y queremos un montón. Las llamé y dijeron que sí, por supuesto. La colaboración ha sido preciosa. Todavía no hemos podido cantar juntas la canción en directo. Yo voy detrás de ellas para que vengan al concierto de A Coruña, pero aún no lo sé. Ojalá puedan venir; tenemos muchísimas ganas de abrazarlas y cantar con ellas. Fue muy bonito este encuentro musical de unir el sur con el norte. Al final, la música tradicional es igual en todas partes: tiene que haber más proyectos así, unir, sumar. No «lo tuyo o lo mío», sino juntas.