Hay infinidad de rincones mágicos por paisaje y paisanaje en nuestra costa Galaica desde Ribadeo hasta La Guardia. Los que nos hemos criado entre la mar y el viento en la costa de la histórica provincia de Mondoñedo perteneciente al antiguo reino de Galicia, no podemos ser felices lejos de esa costa Cantábrica que limita con Inglaterra al norte mar por medio. Incluso cuando residía en Barcelona o en Girona, me pasaba como a mi amigo Balbino de Forxas, de la escuela en San Ciprián, y teníamos que percibir la mar. Pero no era ni es lo mismo La Mare Nostrum que visitaba en Cadaqués, Comarruga, San Feliu de Guisols o la Barceloneta con sus huellas de la ciudad Olímpica, que la que me emociona contemplar desde Faro, Isla Atalaya, Isla Pancha, La Roncadoira, los Acantilados de Morás y desde luego El Semáforo de Bares.
Me imagino una goleta costeando aproximándose a ese norte del norte donde las rías del Barquero y Viveiro desprenden una luz vigía desde 1864 por el faro de la Illa da Coelleira. Tal isla debemos considerarla como un enclave muy especial ahora que la Xunta quiere revitalizar el catálogo de bienes con valor cultural. Y es que han sido muchos los eruditos que han escrito sobre tal enclave marítimo, desde la verdad por la existencia del cenobio dedicado a San Miguel, fundado en el siglo VII, por monjes de San Fructuoso, arzobispo de Braga, y después la Orden de Cluny dependiente de Mondoñedo y sostenido con los diezmos y primicias procedentes de la época ballenera, hasta la leyenda que señala un refugio templario que nunca tuvo lugar pero que aquellos fabuladores con los que comparto sueños decimos como sus almas forman parte de la Santa Compaña que celebra maitines, laudes y vísperas en A Igrexa Vella en medio de esa hermosa playa de la Concha de Bares.
Una vez alcanzado al suroeste el portiño para desembarcar, luego habrá que ascender unos 70 metros para alcanzar ese faro, pero mucho más importante será buscar los restos del cenobio que aún persisten en la tradición oral, en la imaginación popular y desde luego en la documentación que manejó mi inolvidable Don Enrique Cal Pardo. Allí vivieron, oraron, trabajaron y contemplaron la mar unos diez monjes que bien pudieron ser ellos y no los caballeros del Temple quienes llevaron el cuadro con la imagen de Santo Estevo a la iglesia do Val -Santo Estevo do Val- lugar al que se refiere el Cronista Oficial de Mondoñedo Eduardo Lence-Santar.
Al desaparecer la vida monástica de la isla, son los pescadores- cazadores de ballenas quienes se aprovechan para atalaya de observación creándose un pleito con el obispado de Mondoñedo que da lugar a sentencia del juez Francisco de Lanzós que prohíbe tal ocupación y actividad si no es bajo tutela y aquiescencia del Deán del Cabildo de Mondoñedo. Tal autoridad concede foro en 1629 a Tomé López y su esposa María Sánchez. Finalmente será la marina quien se haga cargo y contribuye a la desaparición de muros y piedras graníticas del cenobio que servirán para otros menesteres.