Miguel y Luisa son pareja, familia y socios: «Perder a nuestro primer hijo nos unió muchísimo. Nosotros somos equipo en todo»

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Miguel y Luisa con sus hijas Inés y Clara.
Miguel y Luisa con sus hijas Inés y Clara. MARCOS MÍGUEZ

Son polos opuestos, pero los dos emprendedores, apasionados y familiares. Hace diez años comenzaron a salir y hace tres decidieron poner «todos los huevos en la misma cesta», para bien. Son compañeros de trabajo que comparten cama, un matrimonio «cien por cien real», una pareja que discute y desayuna unida, haciendo empresa

05 jul 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Aquí, en la calle coruñesa de nombre centroamericano, donde hoy crece en un primer piso una agencia de comunicación que sostiene este matrimonio de socios, hubo una peluquería. Y hay algo en el ambiente que debió de quedarse del oficio anterior. Esta oficina tiene temple de hogar, una mesa con café y flores ahí hacia la altura del corazón. En ella conviven trabajando Miguel y Luisa, una pareja de emprendedores con roles profesionales bien definidos y más mezclados en casa. Cada uno tiene claro de qué se ocupan los dos. Él lleva la parte de la gestión, y ella es la jefa, y la que se vuelca en la relación con los clientes.

Él lleva los números, ellas las letras. Él, que creció en una empresa familiar de joyería y estuvo tres años trabajando en Alemania como project manager en otro sector, gestiona y cuadra cuentas; ella crea y afianza relaciones. En la vida, dicen, son también así. «Yo soy más alocada, más creativa, de salirme del guion...», cuenta Luisa, y regatea Miguel: «Yo esa fase ya la pasé...».

La chispa de su relación Luisa dice que surgió por un asunto profesional que les obligó a ponerse en contacto, y Miguel incluye el desafío jugón: «Vamos a poner a prueba la memoria de Luisa...». Concluyen que la primera vez que hablaron fue en el 2014. Ella era autónoma y él empleado en una empresa de Barbanza. Parece que a la primera no se entendieron muy bien, al menos no lograron conjugar sus intereses en lo profesional. Él, de algún modo, le dio largas, pero al cabo de dos meses volvió a contactar con ella, que entonces estaba en proceso de separación.

A la tercera llamada, firmado un divorcio, ya había un claro interés. «Le pregunté: ‘‘¿Conoces Santiago?”, y ella me dijo que no, solo de paso... Yo le dije: “Para demostrarte que conozco Santiago y para que yo sepa quién eres podemos quedar en la estación de tren, ¡pero tienes que traerte una guía!”». Luisa fue a la estación guía en mano. Y mandando un mensaje a sus amigas diciendo: «Qué tipo más raro». Con una guía por las calles de Santiago empezó la conexión de una relación a caballo entre A Coruña y Barbanza.

En noviembre del 2017 se casaron «como Dios manda», en una ceremonia de dos horas con cinco curas. ¿Quién se lo pidió a quién? Ella, la que se lo pidió a él, coinciden. «No me arrodillé y se lo pedí... Lo hablamos y solo le dije: “Me quiero casar”». Hubo dos escollos que resolver para pasar por el altar. La nulidad matrimonial que necesitaba Luisa y el escepticismo religioso de Miguel, que doblegó la fuerza del amor. Les unen varias cosas, como el apasionamiento por emprender y comprender, aunque en otras son complementarios. «Somos los dos superemprendedores. Siempre tiramos pa’lante», afirma Luisa.

«Ella es la insegura», dice de Luisa su marido y gestor, pero en aquella etapa de sus inicios el que tenía más miedo era él. «El 12 de octubre del 2017 tomamos la decisión de vivir en el mismo sitio. No valía mi piso porque era mío ni el de ella porque era de ella. Y nos mudamos a una casa en común. A un mes de la boda, ¡doble mudanza!», cuenta Miguel. A tope. Y Luisa alarga el párrafo: «Es un poco la historia de nuestra vida».

Embarazada de su primer hijo, Miguel, cuya pérdida les demolió pero les hizo reconstruirse juntos y formar con las vigas de dolor una preciosa familia, Luisa se decidió a sacarse el carné de conducir para poder moverse con independencia de Boiro a Coruña. Tenía 35 años. «¡Se sacó el teórico en cinco días!», dice Miguel, que estaba en ese momento en Múnich haciendo un curso de alemán. Todo, teórico y práctico, lo aprobó la veloz Luisa a la primera.

Los padres de una y de otro les dieron desde el principio «apoyo en todo». «En esto somos los dos muy parecidos. Somos muy de estar en familia», cuenta Luisa. «Yo no necesito palabras para demostrar las cosas. Soy de hechos», dice Miguel. «Yo soy muy de palabras...», revela Luisa con mirada poética.

A trabajar juntos comenzaron de manera natural al poco de empezar a salir. Ella lo ayudaba a él en el márketing y la comunicación de la joyería familiar. «Y estando yo ya con mi empresa en marcha, él me ayudaba encargándose de la facturación», comenta Luisa. «De ser ella autónoma, pasamos a crear una S.?L., una sociedad en que los dos éramos socios y ella la administradora única. Este matiz quiere decir que yo, a nivel de papeles, lo que hacía era aportar la mitad, pero no podía decidir nada», explica sin drama alguno Miguel. Hubo un antes y un después. Luisa se convirtió en referente de coraje al visibilizar el duelo de la muerte perinatal. La pareja perdió a su primer hijo a las 36 semanas de gestación, una vivencia impensable que afrontaron deshechos pero juntos, y que recoge el libro Mi bebé estrella, una historia de muerte perinatal. Aquel día del 2019 que iban a una revisión ginecológica rutinaria todo en ellos se detuvo, pero la vida seguía girando alrededor, obligándoles a tomar decisiones varias, desde ultimar los papeles de la venta de un coche hasta encajar la pérdida que estaban sufriendo y dar los pasos necesarios en esos casos. Luisa tuvo que dar a luz sabiendo que su niño no iba a nacer vivo. «El médico me dijo que Luisa tenía la tensión muy alta. ‘‘No sé si saldrá”, me dijo», recuerda Miguel. «Perder a nuestro niño nos unió muchísimo. A otras parejas las puede hundir. Nos pasó lo contrario», dice Luisa. Miguel detalla que fue clave la ayuda de un amigo psicólogo: «Salimos del hospital el lunes y el martes estábamos en su consulta», cuentan.

Luisa, Inés, Miguel y Clarita en la oficina de su agencia de comunicación.
Luisa, Inés, Miguel y Clarita en la oficina de su agencia de comunicación. MARCOS MÍGUEZ

En el 2020, nació su hija Inés. «¡Nos volvió locos de alegría!», ríe Luisa. «Nos habría encantando tener otro hijo más, pero psicológicamente no nos vemos capaces de volver a pasar por un proceso así», añade. «Las niñas no merecen unos padres que estén nueve meses de los nervios», consideran.

Su segunda niña, Clarita, llegó en el 2022 como otra alegría suprema para la pareja, que en ese parto llevaba ya meses siendo sociedad limitada en lo laboral. «Él siempre ocupaba puestos directivos en otras empresas. Le dije: “Lo que haces para otros ¿por qué no lo haces para nosotros?”. Y montamos López Casanegra Comunicación», resuelve Luisa. Que tuviera preeclampsia en el embarazo ayudó a la decisión de poner «todos los huevos en la misma cesta». «Yo dejé la empresa por la familia», afirma Miguel.

Chocan «mucho» por trabajo. Pero es dulce el reencuentro en casa. Casi imposible separar el trabajo de la vida, por más que ella lo intente (más que él). «Una empresa es una familia. Y la familia es la familia», concluye Miguel, que añade que «en casa está todo más compensado». «Somos equipo en general, nos cuidamos. Coincidimos en lo que es prioritario», remata Luisa, para la que a diario es prioridad desayunar con su socio, que cree, como ella, que las segundas oportunidades son buenas. Incluso terceras y cuartas... De hecho, ya piensan en emprender juntos de nuevo. Tardarán, creo, solo unos meses en hacerlo...