Francisco José Prieto, arzobispo de Santiago: «A veces me pongo el chándal y una gorra y me pierdo por Compostela»

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Celebra sus dos primeros años en el cargo y reconoce que le cambió la vida. Dice que hará llegar al nuevo papa una invitación para que venga al Año Santo 2027. Habla con sencillez, pero sin salirse del papel de monseñor
21 jun 2025 . Actualizado a las 13:22 h.El palacio arzobispal está impecable a simple vista. Combina zonas renovadas con un aspecto más funcional con otras que mantienen el peso de la historia. Nos asomamos a las ventanas de la galería que da a la plaza del Obradoiro desde donde te sientes una golondrina que casi roza la catedral. Aunque la idea original de la entrevista con Francisco José Prieto (Ourense, 1968), arzobispo de Santiago, era un concepto más informal, acabamos sentados en una mesa de reuniones de su despacho rodeados de cámaras que graban para las redes sociales de la archidiócesis.
—¿Cómo te llamo, don Francisco, don Paco, don Francisco José, monseñor...?
—Desde que soy arzobispo se suelen dirigir a mí como don Francisco José. Se le añade el José para darle más entidad. Para la familia siempre he sido Francisco. En el ámbito parroquial, en Ourense, era don Paco, que mantiene un respeto, pero cierta cercanía. Genera esa familiaridad, que creo que es muy importante.
—¿Se puede mantener esa cercanía trabajando en un lugar como este?
—Sí. Aquí recibo a gente casi todas las mañanas. En esta mesa en la que estamos nos reunimos tres o cuatro personas que traen un proyecto de cualquier realidad, y dialogo y veo los documentos. También hay unos sofás para un encuentro más informal. Son como distintos niveles de trabajo.
—¿Qué tal te llevas con las nuevas tecnologías y con las redes sociales?
—Es una ventana por la que también tú te asomas al mundo. Mantengo una relación que es la propia de mi generación que nos ha ido tocando descubrir esas novedades. Siempre pongo como ejemplo que cuando comencé mis estudios en el Seminario Mayor de Ourense, lo que imperaba era la máquina de escribir. Después llegó la primera informática con aquellos disquetes y hoy es parte de nuestras vidas. Lo manejo, lo uso y, no seré el mayor experto en la materia, pero es parte de lo que necesitamos ahora para estar cerca unos de otros.
—¿Eres de los que mandan audios de WhatsApp?
—Pues sí. Los mando de vez en cuando porque creo que con el tono de voz a veces puedes estar diciendo más que con un mensaje escrito. En todo caso, cuando los escucho lo hago a velocidad normal. Creo que la palabra y nuestra voz todavía nos define y nos distingue. Habla de lo que somos.
—¿Cuánto te ha cambiado la vida desde que eres arzobispo?
—Cambia mucho. Antes era obispo auxiliar y estaba en una segunda línea. Ahora tengo que liderar, enfrentar, confrontar y avanzar. Se nota la diferencia.
—¿Te adaptas a la exposición pública?
—Uno va aprendiendo. En Santiago la figura del arzobispo tiene una presencia pública significativa y enriquecedora. Te relacionas con otros ámbitos de la sociedad como empresarios, políticos y personas de la cultura, de la sociedad civil y de todo lo que confluye aquí. Santiago no es solamente una meta de peregrinos, sino que es una meta de muchas realidades.
—¿Hay que limitar el número de peregrinos?
—Es un debate que está ahí. Pero hay algo que no podemos olvidar y es fundamental. Otras ciudades de Europa y España construyen su catedral, pero en el caso de Santiago es la catedral la que crea la ciudad, y eso determina a una urbe y le da una peculiaridad indiscutible. Para debatir hay que hacerlo con serenidad y evitar cualquier postura que ideológicamente nuble las posturas, porque si uno tiene una predisposición, un prejuicio, aparecen en los medios posturas que deberían dejar la ideología a un lado. Yo también soy vecino de este casco histórico de Santiago y, efectivamente, a veces puede existir cierta incomodidad, pero es parte de la vida y de la riqueza de la urbe. Cuesta mucho trabajo construir una ciudad así y puede ser muy fácil destruirla. Busquemos a expertos que nos ayuden y no ideologías que nublen.
—Ser arzobispo y que venga el papa debe de ser como ganar la Champions. ¿Ya empezaste con las gestiones?
—Claro que lo invitaremos. Cuando haya oportunidad lo haremos. Posiblemente en un Año Santo, en el 2027, le enviaremos la invitación. Creo que León XIV, que tiene una trayectoria viajera por las propias circunstancias de su vida, creo que Santiago, o el Camino, entendido como destino de peregrinación religiosa, le encajaría. Supongo que ahora estará recibiendo cantidad de invitaciones de todo el mundo, pero sin lugar a dudas en el ámbito cristiano de la Iglesia yo creo, y estoy convencido, que Santiago puede ser un lugar al que el papa pueda venir.
—¿Uno es arzobispo las 24 horas del día?
—Si vas vestido como yo ahora, la gente se da cuenta y te saluda, y creo que, en una ciudad como esta, el arzobispo debe hacerse presente. De vez en cuando me pongo el chándal y una gorra y me pierdo por Santiago. No es que me camufle ni me esconda, pero si vas a pasear, no es necesario salir con toda la vestimenta propia de una solemnidad.
—¿Qué haces en tu tiempo libre?
—Me gusta el cine, aunque es verdad que hace dos o tres años que no acudo a una sala, aunque creo que es algo que nos pasa a muchos. Echo de menos estar más con los amigos, aunque a veces vienen a Santiago y charlamos. Tengo otra afición además del cine que es cuidar mi biblioteca, aunque a veces no puedo leer con la calma y profundidad que desearía. Estoy probando a leer sobre el pensamiento contemporáneo, sobre lo que acontece en este mundo que va tan rápido, tan polarizado, tan marcado por la inteligencia artificial. Y sigo manteniendo la costumbre de escuchar la radio. He podido mantenerme como oyente por las mañanas y cuando voy en el coche. Sintonizo emisoras convencionales y musicales.
—¿Cómo era el Francisco José jovenzuelo?
—De joven puedo pensar que tenía hasta pelo al ver las fotos de cuando tenía 20 años. Hasta los 17 o 18 años me peinaba con raya. Era un joven, diríamos, bueno, normal, tranquilo, formal. Mi vida se desarrolla en una familia muy sencilla en un barrio de la ciudad de Ourense, la Carballeira, que allí se conoce como la salida de la carretera de Celanova. Siempre tuve vínculo con la parroquia, que en aquellos tiempos eran dinamizadoras de la vida de los barrios. Fui a catequesis, ejercí de monaguillo y te vas implicando. Un sacerdote, ya jubilado, me comentó lo de ir al seminario. En casa sorprendió, y mucho, pero siempre respetaron mis decisiones. Hace poco volví a ver a aquel sacerdote y lo abracé y le dije: «Ahora soy arzobispo, pero la culpa la tienes tú». Por cierto, de joven me gustaban las matemáticas, y no lo digo porque al papa actual también le gusten, que ahora parece que todos vamos a decir que nos atraen. Es verdad, pero pasé de las matemáticas a las letras y entré en el seminario en 1985.
—En otras ciudades no pasa, pero ¿en Santiago saludan de manera especial cuando pasan al lado de un cura?
—La mayoría son jóvenes y hasta ahora siempre me he sentido respetado, nada de expresiones raras ni curiosas. Las experiencias son interesantes y muy naturales.
—La diócesis tiene 1.069 parroquias, ¿ya has estado en todas?
—Aún quedan muchas por visitar. Esta diócesis reclama que el arzobispo sea viajero, porque geográficamente es muy grande. Si miramos al norte llegamos a Fene, y si vamos hacia el sur hasta Cangas, y con la singularidad de que las islas Cíes también son de nuestro territorio diocesano. Por eso es prácticamente imposible llegar a conocer las 1.069 parroquias. Aprovecho cuando me invitan a celebraciones, o a restauraciones que se están llevando a cabo en algunos templos, y poco a poco voy acercándome a todos los sitios.
—¿Qué valoración haces de estos dos años de arzobispado? ¿Pasaron rápido?
—La medida del tiempo es siempre muy interesante, una percepción muy subjetiva. Los dos años han sido rápidos e intensos, eso seguro. Cada día ha tenido su afán. Pero creo que aún no soy plenamente consciente de todo lo que este tiempo ha significado para mí a la hora de asimilar vivencias y reflexionarlas con calma.