Sara Desirée Ruiz, experta en adolescencia: «Que un adolescente te lo ponga difícil como padre no es nada personal, es cerebral»

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«En la serie Adolescencia hay decisiones narrativas que pueden ser difíciles de creer desde un punto de vista profesional», sostiene esta terapeuta y educadora social que lleva 27 años acompañando a familias. «En esta casa mando yo y punto» es su nuevo libro
07 abr 2025 . Actualizado a las 18:54 h.Si la serie Adolescencia te ha dejado la sensación de que todo va a peor, «quizá no estás mirando donde deberías», advierte Sara Desirée Ruiz, educadora social y psicoterapeuta con 27 años de experiencia de acompañamiento a familias con adolescentes. La serie de la que todo el mundo habla refleja aspectos claves de esa etapa en que se rompe el cascarón de la infancia. «La impulsividad, la dificultad para anticipar consecuencias, la negación de la evidencia, las mentiras y las escaladas en conflictos» son algunos de los aspectos que esta ficción de Netflix pone al descubierto en pantalla, según esta posgraduada en Diseño y Gestión de programas educativos en tiempo libre juvenil. Con todo, hay escenas que la autora de En esta casa mando yo y punto ve «difíciles de creer». «Hay decisiones narrativas que pueden ser exageradas desde un punto de vista profesional», señala la terapeuta, que argumenta su punto de vista en uno de sus vídeos de Instagram. Hasta aquí podemos leer para no hacer ningún espóiler ni condicionar al lector.
—En tus 27 años de experiencia, ¿cuál ha sido tu evolución viendo a tantas adolescencias pasar, acompañándolas?
—Es una gran pregunta y compleja. Empecé a acompañar adolescencias antes de que existieran los teléfonos móviles, que fueron un punto de inflexión importante. Porque es diferente lo que encontramos en las adolescencias antes de las nuevas tecnologías y lo que hemos encontrado después. La experiencia para mí ha sido placentera. He ido conociendo a muchos adolescentes, y he ido adquiriendo conocimiento y profundidad sobre la comprensión de la etapa, lo que es muy importante para acompañarla. Las vidas y las mentes son muy complejas. Cada caso es distinto, y he entendido que hay que acercarse a cada uno con respeto y humildad.
—¿De los adolescentes se aprende?
—Podemos aprender muchas cosas de las personas adolescentes, contagiarnos de esa mirada transformadora y enérgica que tienen. De sus ganas de comerse el mundo. De vivir. Mi trayectoria está llena de aprendizajes.
—¿Hay muchos tipos de adolescencias?
—Yo he conocido adolescencias muy maltratadas por las instituciones, en situaciones multiproblemáticas, con situaciones socioeconómicas muy precarias, y también con adolescencias con vidas más normalizadas y con estructuras familiares más sólidas. Problemática en la adolescencia hay en todos lados, porque es una etapa compleja, pero en esas primeras que te he comentado la problemática es mayor.
—¿Todas las adolescencias infelices se parecen o cada adolescente es un poco infeliz a su manera?
—Sí hay algo común, un espíritu compartido en todas las adolescencias infelices. Si falta la atención adulta, si les falta respeto, si a los adolescentes no les vemos, en general esto les genera mucho malestar. Muchos de los adolescentes que me he encontrado, que no tenían a personas adultas cerca que las mirasen, que les prestasen atención, que les diesen un lugar, comparten ese malestar.
—Se oye a menudo un «de qué se quejan, ¡hoy que tienen de todo!». ¿Esos adolescentes de familias con recursos, con una cómoda situación socioeconómica, también acusan el malestar de no ser vistos y escuchados por sus padres?
—Sí, lo certifico. Esto es algo con lo que me he ido encontrando. Una de las cosas que une a las adolescencias es cómo se sienten vistas por los adultos que tienen a su alrededor. En el momento de la adolescencia los iguales son muy importantes, porque son las personas con las que ellos empiezan el proceso exploratorio de su identidad, de entender el mundo lejos de la familia, lejos de su padre y de su madre. Pero las personas adultas que se quedan en casa mientras los adolescentes van a hacer la exploración son muy importantes. Ellos siempre miran a los adultos, ven si ellos les miran o no, y si no tienen la seguridad de que pueden volver, tras la exploración, a casa, a encontrarse con esas personas adultas y que las van a ayudar a entender lo que les ha pasado fuera pueden pasarlo muy mal.
—¿Cómo les guiamos, cómo podemos estar ahí, estar pendientes pero sin ser intrusivos como padres? Se subraya hoy el mensaje de que una madre no es una amiga, pero parece razonable aspirar a tener un vínculo amistoso, de confianza, con los hijos.
—Esto es complicado, es un reto, pero se puede conseguir. Una de las cosas que debemos tener claras es que cuando llegan a la adolescencia necesitan buscarse y construirse. Deben hacerlo solos, pero con nuestro acompañamiento. Debemos entender que son personas distintas a nosotros, que no van a reproducir ni nuestros errores ni nuestro proceso para construir nuestro sistema de valores. Es lo sano. Comprender que nuestros hijos adolescentes son personas distintas es crucial para que puedan convertirse en adultos. Otra cosa muy importante es acercarnos con curiosidad, desde el respeto a lo que nos comunican.
«Si no les dejas que exploren su propia identidad, serán una réplica de la tuya...”
—¿Cómo debemos comunicarnos?
—No de forma tan directiva como en la infancia. Hay que incorporar a nuestras personas adolescentes al cuidado de la casa y a todo lo que se pueda.
—¿Les podemos hablar como adultos?
—No. Tienes que entender cuáles son las características del funcionamiento de su cerebro en esa etapa. Las personas adolescentes están detectando constantemente incoherencias. Su cerebro es creativo. Esto con una persona adulta no lo encuentras tanto. La persona adulta calla, la adolescente te lo suelta, y además de forma hiriente a veces.
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—Pueden ser muy hirientes. Los padres también somos humanos...
—Sí, pueden ser hirientes, pero no hay que perder de vista que los adolescentes no son personas adultas. Necesitan un espacio para poder construirse, pero nosotras somos sus responsables. Habrá cosas que habrá que cuidar mucho. Si conoces el funcionamiento del cerebro en esta etapa, sabrás que te lo pondrán difícil como padre en muchos momentos, pero no es algo personal, es cerebral. Conociendo las cosas que les pasan, tienes que adaptar tu comunicación sabiendo que a veces reaccionan de forma impulsiva. Hay cosas que no les puedes comunicar de determinada manera, pero si ese día les hablas mal porque estabas cansada o por lo que sea, tienes que saber que eso puede repercutir en las cosas que ellos te cuenten.
—A veces salen temas como el botellón o las primeras relaciones con esa frase de «a una amiga le pasó esto, una amiga hizo tal cosa». ¿Cómo debemos reaccionar ante una hija que te desliza un tema como el botellón?
—Si te lo cuenta, lo primero es un aplauso, porque te lo está contando. La comunicación contigo le permite contártelo. Una vez que te lo cuente, debes hacerle pensar. Hay que acoger su demanda de forma segura. Ahí es cuando debemos, como personas adultas, acordar unas condiciones. En esos entornos hay alcohol, otras sustancias y hay peligro. Es necesario acordar condiciones, como que la hora de vuelta sea una determinada, que vuelva acompañada o que, si se le ocurre probar el alcohol, puede beber agua. Es decir, que pueda tener las condiciones más seguras para encarar esa actividad que le genera curiosidad. Esta es la teoría... El alcohol es una droga normalizada. En el cerebro de tu adolescente tiene que estar el mensaje: «El alcohol le afecta a tu cerebro, que está en desarrollo en este momento. Si no te sienta bien, puede tener consecuencias a corto y a largo plazo. Si le sienta mal a un amigo, debes tener claro a quién debes llamar».
—¿Debes dejarles claro que deben llamarte, aunque te enfades, porque les ayudarás siempre?
—Sí. De hecho, ellos temen mucho vuestra reacción. Porque piensan que van a ser personas no queridas en la familia...
—¿Es el mayor miedo de un adolescente, que su madre o padre no le quiera?
—Totalmente, como educadora lo he visto en muchos adolescentes. Su mayor miedo es que sus adultos de referencia no les quieran. Muchas veces lo que te dicen es: «Yo solo quiero que me quieran, que me quieran como soy».
—¿Les hablamos o no de los amigos que no nos gustan?
—Con cautela. Tenemos que entender que al adolescente le gusta explorar. Que si no se produce la exploración, él o ella no pueden construir su propia identidad de la mejor forma posible. La construirá como réplica a la tuya. Debemos dejarles explorar, pero intentar que esa exploración sea lo más segura posible. De la misma manera que a los 2 años se iban a explorar en el parque y te miraban a ti de vez en cuando. Pues es un poco esto, pero en versión adolescente. El miedo que tienen de que los rechaces o les riñas hace que no te cuenten, que te mientan. Y esto no te interesa porque así no les puedes acompañar, ni puedes ayudarles a aprender.
—¿Lo peor es que nos tengan tanto miedo y tanto temor al rechazo que no nos cuenten lo importante?
—Totalmente. De hecho, es lo más común. Una de las primeras cosas que hay que hacer es llegar a que tengan la confianza de contarte la verdad. Lo vemos como terapeutas, lo que cuesta saber lo que realmente pasa dentro de una casa. El miedo es uno de los recursos más poderosos. Con el miedo juegan gobiernos y empresas. Es una emoción que nos ayuda a sobrevivir, pero si estamos constantemente generando miedo esa persona vivirá con miedo toda la vida.
—Con 50 años, aún nos influye no ser los hijos que nuestros padres desean.
—Fíjate lo poderoso que es que un padre o una madre vean a sus hijos y se sientan orgullosos. La familia tiene muchísimo poder. Puede hacer personas libres o personas sumisas que no se atreven a salirse de la raya. Peligroso.