¿Funciona la castración química para que los presos pederastas no reincidan?

SOCIEDAD

Reino Unido reabre el debate al probar el tratamiento hormonal con delincuentes sexuales en 20 cárceles. Su objetivo es dejarles en libertad para vaciar sus prisiones, ahora mismo saturadas
25 ago 2025 . Actualizado a las 14:37 h.La ministra británica de Justicia, Shabana Mahmood, anunció en mayo una ambiciosa reforma penitenciaria destinada a vaciar las saturadas cárceles del Reino Unido que, entre otras cosas, contempla la castración química de delincuentes sexuales. El programa piloto se probará en 20 prisiones. Destinado a evitar la reincidencia, el tratamiento hormonal podría llegar a ser en algunos casos obligatorio, como ya ocurre en países como Polonia y en algunos territorios de Estados Unidos. No se necesitaría el consentimiento del condenado, lo que para expertos en bioética socava tanto derechos humanos fundamentales como principios jurídicos.
La castración —primero quirúrgica y luego farmacológica— constituye una de las respuestas más antiguas a la delincuencia sexual. No son pocos los países que, aún a día de hoy, incluyen en sus legislaciones el uso de tratamientos hormonales, tanto a demanda como impuestos; algunos, incluso, siguen aplicando la extirpación de los testículos si así lo solicita el preso. Tal y como recapitulan las expertas en Derecho Penal María del Mar Moya y María del Mar Carrasco en un artículo publicado en la revista de la USC Estudios Penales y Criminológicos, Dinamarca aplica la opción química desde finales de los 80, Alemania y la República Checa contemplan ambas modalidades, y en Bélgica, Francia, Hungría, Italia, Suecia y Reino Unido los reos pueden pedirlo si van a salir y no se fían de sí mismos. También lo permite en España, siempre bajo supervisión médica. Hay reclusos que lo han solicitado antes de obtener la libertad, pero en todos los casos ha sido una decisión personal, nunca una imposición judicial.
Vaciar las prisiones, saturadas
«Solamente le vería sentido si fuera algo voluntario, plenamente voluntario, sin coerciones implícitas —valora José Manuel Muñoz Ortega, licenciado en Biología y experto en neuroética y ciencia cognitiva—. En California, por ejemplo, es requisito para que este tipo de agresores obtengan la condicional». Investigador del Centro Internacional de Neurociencia y Ética, señala que en el caso del Reino Unido hay además un matiz perverso: el objetivo. La medida no ha sido concebida para estimular la reinserción social —en teoría, fin último del sistema penitenciario—, sino para vaciar las cárceles, lo que a Muñoz Ortega le parece «una instrumentalización de los seres humano». «Los están tratando como cifras».
Polonia supone el ejemplo extremo. En el 2009, aprobó una ley sobre castración química obligatoria, convirtiéndose en el primer país de Europa en permitir la imposición de este tipo de tratamiento a ciertos delincuentes sexuales, los que agreden a menores de 15 años. En Macedonia es susceptible de ser solicitado: en un modelo similar al de California, quienes se someten a él ven reducida su pena a la mitad.
«El tratamiento obligatorio es injustificable desde el punto de vista de los derechos fundamentales —insiste el biólogo—. Del derecho a no sufrir trato inhumano o degradante, del derecho a la integridad física, a la intimidad o a la libertad reproductiva». Y no solo éticamente este método le genera dudas: «La efectividad [el Reino Unido asegura que reducirá en un 60 % la reincidencia] es dudosa. El preso debe seguir medicándose cuando sale en libertad, porque es una terapia reversible y, si la deja, puede volver a recuperar ciertos impulsos, pero ¿quién y cómo controla eso?».
Además, es esta una solución puramente química, advierte Muñoz, que «no apunta a la motivación psicológica que activa la pulsión sexual, la parafilia en el caso de los pedófilos». «Y no todo es bioquímica. Hay delincuentes sexuales con antecedentes de abuso infantil, que han sido víctimas y que replican ese comportamiento —expone—. Ahí hay un aspecto psicológico y psicosocial que no se puede obviar». De hecho, hay estudios empíricos que señalan que la motivación de este tipo de actos tiene más que ver con la necesidad de controlar a la víctima que con un impulso sexual puro.
En qué consiste
El doctor Darío Calafiore, urólogo, matiza las palabras del biólogo al explicar en qué consiste el tratamiento: «Se trata de inhibir la producción de testosterona, la hormona responsable del deseo sexual masculino, la erección y la eyaculación. Actualmente se usa fundamentalmente para el cáncer de próstata [el crecimiento y desarrollo del tumor dependen de los andrógenos, reducirlos detiene su progresión y disminuye su tamaño] y puede ser oral o inyectable, y este, mensual, trimestral o semestral». Por tanto, su efectividad no dependerá tanto de una responsable ingesta por parte del condenado, tal y como avisaba el experto en bioética.
Aunque es una terapia reversible —según Calafiore, el cuerpo tarda entre dos y tres meses en volver a producir testosterona una vez se abandonan las dosis—, tiene efectos secundarios. José Manuel Muñoz Ortega habla de riesgo de osteoporosis y aumento del índice de grasa corporal, algo «difícil de revertir». «En casos muy extremos, crecen las glándulas mamarias del varón», añade. El urólogo, por su parte, se refiere a síntomas similares a los de la menopausia: sofocos, taquicardias, sudoración y mareos, pero también menciona la disminución de la densidad ósea, y agrega atrofia muscular y problemas cardiovasculares.