Cecilia Suárez, protagonista de «El jardinero»: «El amor de una madre no siempre es idílico ni sano ni como nos lo han contado»

PLATA O PLOMO

Netflix estrena hoy la serie «El jardinero», un «thriller» de seis episodios rodado en Pontevedra y Cambados
11 abr 2025 . Actualizado a las 11:24 h.Nada comparte la China Jurado con aquella icónica Paulina de la Mora de La casa de las flores más que la imponente presencia de quien a ambas encarna, la actriz Cecilia Suárez (Tampico, México, 1971). «El jardinero me ha dado muchas cosas, pero sobre todo la oportunidad de contar la maternidad desde un lugar desde el que tradicionalmente no se nos cuenta», arranca, honesta, al otro lado del teléfono.
—Hoy los españoles tienen a su alcance en las plataformas de «streaming» más de 6.600 series. ¿Por qué entre esta ingente oferta deberíamos elegir esta serie?
—Pues porque es una serie muy, muy particular en cuanto a los temas que aborda. Es un suspense, pero no se queda solo ahí; tiene una parte muy luminosa. Es una historia de amores que tienen distintas formas de manifestarse, y la exploración de esto es muy interesante.
—¿Qué le ha dado la China Jurado?
—Pocas veces se habla de la maternidad desde un lugar no idílico, y este personaje me ha dado esa posibilidad. Me parecía interesante e importante. La maternidad puede tener muchas aristas, y eso no significa que no haya amor, porque lo hay a raudales, pero el amor de una madre no siempre es ideal ni sano ni como nos lo han contado. Se nos enseña que cuando eres madre tu propio deseo desaparece, y eso no es verdad.
—Usted es madre. Como en esta historia, madre de un varón.
—Sí, y meterme en este papel fue bien interesante y bien fuerte, porque me hizo revisar experiencias propias. Me parece muy interesante poder hablar de esa maternidad que no es tan dadivosa, que no es tan «yo lo doy todo», sino «yo pido también, yo pido para mí, yo quiero para mí».
—Esa maternidad que utiliza a los hijos como herramientas.
—Sí, pero también creo que Sáez Carral [el creador de la serie] incurre aquí en el gran acierto de hacer que estos dos personajes se compenetren. De alguna manera, el espejo emocional de Elmer es la China. Elmer sabe qué siente a través de su madre y la madre sabe que Elmer está sintiendo a través de ella, de lo que ella experimenta. Y esa relación, esa necesidad del otro, esa compenetración, me parecía bellísima de explorar, fortísima, hacia ambas direcciones. Luminosa y oscura. Y ha sido muy divertido.
—Pero entonces aparece otra mujer. Y nos quita la atención de nuestro hijo.
—Y ese es el escenario perfecto para crear un macho [ríe], pensar que un hijo es un bien preciado que hay que mantener de este lado de la reja. Es el escenario perfecto para el desarrollo de una masculinidad tóxica y misógina.
—Es una mujer comprometida con las causas sociales, embajadora de iniciativas contra la violencia de género. ¿Cree que es importante que las figuras públicas transmitan este tipo de mensajes, se posicionen?
—Pienso que es una postura muy personal, que no se puede entender como una obligación, que si a alguien no le nace o no le interesa está en todo su derecho de no decir nada. Pero desde hace mucho tiempo para mí ha sido clave y una necesidad, algo frente a lo que siento que no tengo opción, básicamente.
—¿Por qué una necesidad?
—Creo que es una cosa multifactorial. Ser de un país como México, evidentemente, tiene una impronta en tiempos actuales y una preocupación de la cual es importante hablar. Pero no solo México; mira alrededor del mundo. Creo, más bien, que tiene que ver con el sentido de humanidad más elemental, de decir: hacia dónde vamos, qué es lo que anhelamos como sociedad, qué estamos enseñando o a qué estamos exponiendo a las nuevas generaciones, cómo no volvernos una sociedad sin valores, sin valor a la vida, al respeto al otro en el más simple de los sentidos. Hay que hacer una revisión con urgencia, especialmente porque estamos, sobre todo las nuevas generaciones, impactados de manera violentísima por las redes, internet, las nuevas tecnologías y la inteligencia artificial. Yo creo que ahí hay que detenerse y sacar cuentas. En el sistema educativo, por ejemplo, es una barbaridad lo que los dispositivos electrónicos y las nuevas tecnologías han hecho en las aulas y en el ambiente escolar, y eso es una conversación que tiene que seguir poniéndose sobre la mesa.
—¿La solución es prohibir la tecnología?
—En esos niveles sí, yo creo. Son niveles en los que el cerebro sigue en desarrollo y es importante que ese espacio se mantenga libre de todo eso, volver al libro, al lápiz y al papel. Está demostrado por investigaciones que los niños no aprenden más con los dispositivos electrónicos y que eso está teniendo un efecto no solo dentro de las aulas, también a nivel social.
—Gran parte de «El jardinero» se rodó en Galicia.
—Me encanta Galicia, y la conozco bastante bien. La recorrí con una serie que hice sobre el camino de Santiago y quedé enamorada. Desde entonces, voy a Santiago cuando necesito reordenar. Y pasé 28 días en Samos por gusto propio, me pareció una cosa fuera de serie. Amo Galicia y amo el carácter de su gente, tan derecho, tan de frente, tan «si te vamos a querer, te queremos y, si no, bueno, permaneceremos callados». Cuando te quieren, te quieren, eso sí. Y eso lo agradezco mucho. Y, todo, sin mencionar la comida. ¡Por favor!
—Dices que Santiago la reordena. ¿Qué le da ese lugar?
—Supongo que, por lo que significa para muchísima gente, más allá de si crees o no crees, en esto o en aquello, tiene que ser un punto energético. Cuando un gran número de gente cree que ahí hay algo especial, esa energía se manifiesta, precisamente por la creencia de tanta gente. Yo encuentro la ciudad sanadora. Me gusta caminar. Cuando estoy ahí camino muchísimo y disfruto de estar conmigo.
—¿Sería igual esta historia si en lugar de ambientarse en Pontevedra se hubiese situado, por ejemplo, en Sevilla?
—Para mí es muy claro que no podía ser en otro sitio. Tú mira el verdor de Pontevedra. Es un lugar que pareciera estar hecho para que las cosas broten, crezcan. Y, al mismo tiempo, hay algo de este lugar con lluvia, con una cierta tesitura, que al suspense de esta historia le venía muy bien. Hay una cosa de resguardarse, de estar bajo techo, que le venía perfecto.
—¿Y la jardinería? ¿En qué suma a esta historia?
—Pues creo que justo en ese punto es en donde tanto la oscuridad como la luz de la historia se condensan. Elmer manifiesta a través de esta actividad lo más brillante, lo más luminoso, lo más hermoso de sí mismo y, al mismo tiempo, lo más oscuro. Es una reflexión sobre el sentido de lo humano. Muy potente y muy clara.