A riesgo de repetirme un año después, lo que hoy toca es volver a denunciar la prueba de selectividad de ingreso en la Universidad, la PAU, un desbarre que se le ha ocurrido hace ya muchos años a algún genio (o genia) de este país, puro filtro para dejar a unos pocos y pocas fuera porque han tenido un mal día. Y hay que volver a denunciarlo porque es una prueba sexista en este país donde el feminismo presume de piel muy fina y hasta organiza cursos a 250 euros la matrícula para denunciar que «el castellano es una herramienta del heteropatriarcado cisnormativo». Textual. Por cierto, en ese curso, y como ejercicio, figura «redacta tu primer tuit inclusivo». Ahí es nada.
Pero volviendo a la selectividad, resulta que miles de jóvenes se juegan su futuro a una carta. En un par de días saben si podrán o no podrán estudiar aquello que desean, recogiendo de paso lo que sembraron hasta ese momento en su carrera académica.
¿Y las mujeres? También, pero hay un montón de ellas que quedan excluidas. Y quedan excluidas porque resulta que justo en esas jornadas les baja la menstruación. Y los que convivimos con mujeres sabemos que en algunos casos se trata de una molestia liviana que no impide concentrarse y en otros aparece con dolores en ocasiones muy fuertes que hacen que para ir a trabajar o a clase ese día haya que tomarse un par de ibuprofenos. Y no creo que ningún tonto diga que es igual ir a un examen fundamental con un par de ibuprofenos que sin ellos.
De modo que estas son unas pruebas sexistas. Los mismos que las ponen en marcha luego lamentan que no aparezcan más mujeres en puestos altos de la empresa y la sociedad. Y es que no hay peor ciego que el que no quiere ver.