¿Pagarías 14 euros por una entrada en una discoteca? Así se sale ahora en Santiago

Andrés Vázquez Martínez
Andrés Vázquez SANTIAGO

VIVIR SANTIAGO

Andrés Vázquez

Muchos jóvenes reclaman opciones más flexibles, que no les obliguen a tener que pagar 14 euros nada más que por entrar a los locales de ocio nocturno, «pues no siempre queremos las dos consumiciones que se ofrecen a cambio»

25 feb 2023 . Actualizado a las 02:00 h.

Desde el fin de la pandemia parece que se ha instalado en todas las discotecas de la zona nueva compostelana el binomio de entrada y consumición antes de pisar siquiera la pista de baile. El tener que pagar por entrar en prácticamente cualquier local de moda del Ensanche dificulta y mucho a los jóvenes compostelanos y universitarios sus fiestas, que han tenido que variar para que no se les vayan mucho de precio.

Como todo picheleiro sabe, hay dos Santiagos a la hora de salir de fiesta: el de asfalto y reguetón y el de piedra y pop-rock. El problema se concentra en el primero, elegido por la mayoría de universitarios más jóvenes. Antes del 2020 también se cobraba en algunos locales, como en la tan concurrida en aquellos días discoteca Ruta o en su homóloga Facultad, donde se solían pagar cinco euros por la entrada, que incluía una copa. Otros, también de moda aunque asociados más a las últimas horas de la noche, como Blaster, tenían el acceso gratuito.

La cosa ha cambiado hasta el punto de que entrar un día normal en la discoteca Blaster puede suponer un desembolso de 14 euros a cambio de dos consumiciones. «Eso lo aceptarán algunos, porque otros no queremos esas dos copas, que ya hemos bebido bastante a las horas a las que entramos», señalan Iria Heras y Lucía Gómez, estudiantes de Derecho en la USC. En su caso, como en el de tantos otros jóvenes, han optado por alargar los botellones en sus pisos para poder «beber más barato», pidiendo un cubata menos en el establecimiento y evitando, de ese modo, dejarse un sueldo con cada salida. Sus vecinos, lógicamente, son también los grandes afectados de esta nueva realidad que ya se ha normalizado, pues tienen que aguantar ruidos hasta más tarde.

Y ya no es que los jóvenes no quieran pasarse gastando o ingiriendo, es que no tienen por qué querer siquiera beber. «A unha amiga miña prohibíronlle beber por unha cuestión de saúde —explica Xián Fernández, estudiante de Etnomusicología—, e que vai facer, deixar de saír?». No parece justo, pero las discotecas no le dejan otra alternativa. Es justo por ello que Xián y Xoel Vilariño, que lo acompaña durante el descanso de la tarde en la biblioteca Concepción Arenal, optan por salir a divertirse por la Zona Vieja de Santiago, «cun ambiente moi distinto ao da nova e onde non cobran entrada en ningún pub dos que acostumamos a ir, como Bloom ou o Curruncho».

Ahora bien, estos locales también han subido los precios de sus copas, al son de la inflación, por lo que salir en ellos también supone una factura más elevada que de costumbre que sus asiduos pagan con gusto: no hay local del Ensanche que iguale el chupito de licor café del Avante o que permita bailar canciones del Xabarín Club, como en Tarasca.

Estos motivos llevan a los jóvenes a apostar por un modelo más inclusivo, en el que quepan todos los modos de salir de fiesta y donde los botellones no sean la única alternativa para beber barato. Si es que se desea beber, pues los abstemios no son tenidos en cuenta bajo la norma actual. Salir de noche, se quiera o no, es una parte clave de la vida universitaria, pero cada uno lo hace como desea y muchos estudiantes se han cansado de esta generalización del modelo de las entradas y las copas caras.

Si el hostelero las quiere, se atreven a proponer otras ideas. Por ejemplo, conservar el sistema de entradas pero adaptarlo a las necesidades del usuario. De este modo, se podrían crear diferentes niveles de pago, del más barato al más caro: una entrada para el que solamente quiere acceder pero sin consumir, otra para el que desea tomarse un agua o un refresco pero no beber alcohol y, por último, la entrada actual, adaptada a la copa. «Parece lo más justo y sobre todo lo más saludable», valoran Marta Rodríguez e Inés Fontao, estudiantes del doble grado en Farmacia y Óptica a las puertas de la «Conchi».

Negocios tan míticos como A Cova da Vella permitían beber en el Ensanche a precios más bajos, pero se los llevó la pandemia.
Negocios tan míticos como A Cova da Vella permitían beber en el Ensanche a precios más bajos, pero se los llevó la pandemia. PACO RODRÍGUEZ

Pero, ¿tanto ganan las discotecas?

Fernando Pazos, el gerente de las discotecas Vanitas y Facultad, representa la contraparte de este asunto. El hostelero lleva muchos años vinculado al ocio nocturno, sabiendo perfectamente lo que hay en este negocio. «En los noventa se cobraban 800 pesetas por una copa, que luego se transformaron en cinco euros… Tal como estamos hoy, diría que es ajustado cobrar siete por un cubata». 

Esto se justifica con la elevada cantidad de dinero que se necesita para abrir y mantener un negocio como el de una discoteca, «que incluye muchos servicios; como ropero, seguridad o artistas musicales». No solo eso, Pazos también pone de manifiesto el disparado precio que les cobran por la luz o por las bebidas, «hasta el punto de que vemos, en este sentido, incrementos del 20 o del 30 % de manera generalizada, llegando al caso de que algunas botellas que nos costaban diez euros ahora superan los catorce».

Bajo su punto de vista, el foco no ha de estar ubicado tanto sobre las discotecas, sino sobre los bares o cafeterías, «que están cobrando los mismos precios que nosotros sin ofrecer al cliente servicios siquiera parecidos a los que antes mencionaba». Pazos lamenta, también, que cuando no se cobraba entrada «mucha gente entraba sin consumir, llenando el aforo y dejando fuera clientes potenciales que sí pagarían por una copa. Si todo el que entrase consumiese, las entradas perderían mucha de su razón de ser». La entrada, por tanto, sirve como un precio mínimo que el cliente paga para que a la discoteca le compense tenerlo allí.