Ni Melendi, ni ningún otro artista: la revolución del PortAmérica son unos niños con violines de cartón

PONTEVEDRA

cedida

El concierto de Son das Flores, que abrió el viernes del festival pasará a la historia del mismo como uno de esos momentos en los que se logra que el mundo sea mejor

05 jul 2025 . Actualizado a las 20:46 h.

El sol se ha empeñado en calentar de forma tremenda este viernes,  segunda jornada del festival PortAmérica, en las Rías Baixas. Lo hace a conciencia, como si Lorenzo quisiese dejar bien claro que él manda aquí. Sin embargo, a ese sol de justicia que a media tarde hace sudar la camiseta, le ha salido un competidor; unos niños artistas capaces de congelar la tarde. De hacernos parar, con lo que eso significa en este mundo de prisas. Que perdonen Melendi, Molotov, Emilia y todos los grandes artistas del cartel porteamericanl. Pero estos músicos bajitos, capaces de tocar con instrumentos de cartón pero también de sacar melodías de violines y contrabajo de verdad, son la auténtica revolución en el festival. 

Ellos, 40 rapaces de Vigo y un equipo de profesores apasionados, son la orquesta Son das Flores, un conjunto con tanta historia como futuro. Pasen y lean. 

En el barrio de Teis, en Vigo, hay un pequeño colegio público llamado Vicente Risco. Desde hace unos años, este centro es la escuela de numerosos niños inmigrantes o hijos de inmigrantes que llegaron al también conocido como barrio de las Flores buscando una vida mejor.

 El colegio se llenó de voces de las cuatro esquinas del mundo, de historias de supervivencia de quienes tienen que dejar atrás su tierra. Había niños de veinte nacionalidades distintas cuando la pandemia complicó un poco más el mundo. 

En el 2021, con el covid ya dando un respiro, a los profesores del colegio, que son ese tipo de docentes a los que nada les da igual, sobre todo la desigualdad, les pareció que había que hacer algo. ¿Por qué? Porque aunque a veces nos adormecemos y pensemos que todos los niños tienen la oportunidad de hacer cuatro extraescolares a la semana, ir a diez cumpleaños al mes, viajes de ocio por doquier y caprichos y lisonjas varias. Pero esa no es la realidad de muchísimos menores; no de la gran mayoría de sus alumnos, cuyas familias bastante tienen con procurarles techo y comida.  

Pero es que es además no solo había que solucionar un problema, el de que a ninguno le faltase alguna actividad, es que en el Vicenre Risco tenían ante sí una oportunidad única: la de trasformar la riqueza cultural que traían todos esos niños, ese maravilloso mestizaje,en un proyecto hermoso. ¡Lo hicieron! Crearon la orquesta Son das Flores sin tener nada más que buenas intenciones. Así que empezaron tocando con instrumentos de cartón, que todavía hoy sacan al escenario. 

Fue fundamental, como en casi todo lo importante en la vida, que personas con ganas de mejorar el mundo se pusiesen al frente. Y ahí estuvieron desde el minuto cero los profesores, con Sandra, la maestra de música, a la cabeza. También hicieron lo suyo las familias, creando una asociación para proteger el proyecto. Y, por supuesto, los niños. Que hicieron lo que mejor saben hacer los niños: ser únicos. 

Empezaron a tocar y el mundo, su mundo, fue cambiando. Mejoraron las notas, la convivencia, la autoestima... se creó eso tan bonito que se llama comunidad y que, por cierto, tanto peeseguían los gallegos eternamente emigrantes cuando se buscaban y juntaban en Suiza, Venezuela o Argentina para llorar de emoción bailando juntos unas muiñeiras.

 Pero lo curioso es que los frutos de la orquesta Son das Flores trascendieron al colegio. Y se convirtieron en un ejemplo, en un referente. Dicen que hacen música para la trasformación. Y debe ser cierto. Porque hicieron que programas televisivos como Got Talent o Luar les diesen visibilidad. Y, hace un tiempo, lograron que Esmerarte, promotora del festival Portamérica, les dijese que les brindaba su escenario.

Sobre la palestra, mientras iban sonando sus músicas del mundo, la profe Sandra dijo que tocar en el PortAmérica es algo que no habían imaginado "nin no mellor dos nosos soños". Tocaron con violines de cartón los más pequeños y con instrumentos de madera los mayores. Sonaron piezas en gallego, músicas de tierras lejanas de África o la emotiva "Alma llanera" venezolana. 

El calor les privó de un gran público. Pero hay veces que la cantidad no importa. No hubo una sola persona del respetable que no tuviese que sacar los pañuelos para enjuagar las lágrimas escuchando su música. No dejaron indiferente a nadie con un mínimo de sentimiento en el cuerpo. Es imposible no llorar cuando una niña llegada de Venezuela, Sofía, presenta una canción y dice que estar en una orquesta le hace olvidar sus problemas. O cuando Mai, de Senegal, anuncia una pieza de su tierra y se le llenan los ojos de lágrimas. 

Cantaron una canción que hablaba de que el mundo mañana será mejor. Desde luego, si no lo es, no será porque estos rapaces y profesores no lo hayan intentando. Escuchándolos sí que tiene sentido eso que el jueves cantaba Izal en este festival: estos chavales son una "pequeña gran revolución". Ni una duda sobre ello.