Gaza y la paz de Trump: carnaval y palabrería

Jorge Sobral Fernández
Jorge Sobral CATEDRÁTICO DE PSICOLOGÍA DE LA UNIVERSIDADE DE SANTIAGO DE COMPOSTELA

OPINIÓN

María Pedreda

03 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Dicen que Trump ha propuesto un «plan de paz» para Gaza. Víctor Klemperer, judío alemán, periodista y filólogo, nos enseñó en La lengua del Tercer Reich como los regímenes totalitarios usan la palabra para adecentar la barbarie y ocultar las verdades. Las palabras son disciplinadas, y se dejan hacer. Así, aquellos que quieren producir conocimiento, inducir creencias, establecer climas de opinión pública, las usan a diestro y siniestro. Los manipuladores, lo sepan o lo intuyan, aprovechan que nuestra representación mental del mundo, de la realidad exterior, se construye con esas dóciles herramientas: las palabras, el lenguaje. Cierto es que con la ayuda de las imágenes. Esa es la materia prima con la que está hecho nuestro saber, nuestro conocer. No es extraño, pues, que el lenguaje sobre un conflicto, el relato, acabe siendo un campo de batalla tan descarnado como el de las mismas bombas. Poder, manipulación y ocultamiento están en juego. La paz en Palestina, dice Trump, vendrá de que Estados Unidos «se hará cargo». Con él al mando, claro. Una anexión en toda regla. En el texto en cuestión no solo se exponen hechos, sino que se construye una narración: Gaza deja de ser un territorio victimizado, asolado, para evocar un futuro de una nueva riviera, limpia, luminosa, moderna. El discurso nos lleva de la mano a un imaginario de business y prosperidad. Claro que hay que ignorar asuntillos sin importancia, tales como la «propiedad» y la «reubicación temporal»: ¿Quiénes, cuándo y hasta cuándo, cómo, hacia dónde irán, con qué derechos? Si te descuidas, te la cuelan. Estoy seguro que Foucault lo denunciaría como un perverso ejercicio de dominación: el diccionario y la gramática como armas. Y sobre todo nos advertiría respecto a lo nunca mencionado en el proyecto de «acuerdo»: ¿cuál es la fuente de legitimidad para expropiar a los gazatíes su «poder» de decisión? Pues eso, precisamente. El poder de otros; más concretamente, el de las bombas y sus dueños. Y hasta puede ser que acaben aceptándolo. ¿Por qué? Por miedo. Más concretamente, a morir. El derecho internacional, el humanitario y hasta el natural quedaron sepultados entre cascotes y escombros. El matón del patio ha impuesto su ley, y para rentabilizar su esfuerzo, recurrirá a la «técnica», a la asepsia de la gestión desideologizada. Los sentimientos, la historia, los vínculos, las emociones básicas de comunidad y pertenencia, todo eso y más, no aparece en el relato tramposo. Bueno, perdón, sí asoma. Lo hace, pero como silencio: la elocuencia insidiosa de lo no dicho. En este caso, un silencio escandaloso. Mientras, los gazatíes, convertidos en espectadores de esto que a Wittgenstein, analizando el mal, le habrían parecido máscaras de verbo, disfraces, «juegos de lenguaje». Si hablamos en serio, nunca mejor dicho, aquí no hay ningún acuerdo. En todo caso, habrá imposiciones. Y a lo peor, hasta habrá quien las acepte. A la fuerza, ahorcan. Pero que no nos tomen por idiotas. Al menos sabemos que «por la boca muere el pez».