
En este descanso tan cansado que es el verano, el desagradable ruido ambiental que nos envuelve no le deja a uno desconectar y concentrarse en el tinto de verano, las algas de la orilla o el frescor de la montaña. Pero si te quedas en la ciudad casi que es peor, porque siempre hay una radio, una tele, un móvil o un vociferante joven con el cuerpo ilustrado y pantalones bermudas que vocea cercano.
Antes había una tregua veraniega en la que el ruido se atenuaba hasta el principio de curso, pero esto también pertenece a otros tiempos. Ahora no paran de sobresaltarte.
La sorprendente intervención de Feijoo en el Congreso, al igual que la desoladora experiencia de Johnny en Johnny cogió su fusil, podría interpretarse como un grito sordo en medio del estruendo.
En la durísima película de los años setenta, el título es un juego de palabras con la frase «Johnny, coge tu arma», un grito de guerra que se usaba para animar a los jóvenes estadounidenses a alistarse en el ejército a finales del siglo XIX y principios del XX .
Feijoo, como Johnny, es un soldado atrincherado y desvalido en el fragor de la batalla parlamentaria y el rifirrafe político cruel y deleznable. Su voz es su fusil y, hasta ahora, la tenía engrasada en tono de barítono. En la intervención del otro día se le puso voz de tenor.
Mientras intentaba desesperadamente comunicar su mensaje, los disparos cruzados del debate político, las interrupciones, los abucheos y las difamaciones en racimo actuaban como las explosiones que ensordecieron a Johnny. Las palabras, por muy afiladas o bien intencionadas que sean, se ensordecen y pierden impacto, al diluirse en un ruido generalizado.
Feijoo cogió su fusil y disparó ráfagas ofendidas a todo el hemiciclo; pero la mayor parte de los disparos se perdían en el estruendo de la contienda, alcanzando solo a unos pocos de los presentes y a muchos de los medios.
En un clima político como el que estamos viviendo, la verdadera comunicación se vuelve casi imposible.
Puede que Feijoo haya sentido la frustración de sentirse incapaz de romper la barrera del ruido que le rodea, por más que se esfuerce en articular sus argumentos.
Su intervención, su «fusil», se convierte en un intento valiente pero frustrado de hacerse oír en un campo de batalla donde la verdadera victoria no es la aniquilación del oponente, sino la conexión con aquellos que están dispuestos a escuchar más allá del estruendo, y son muy pocos.
Tendrá que perseverar en el tono tenor hasta que el ruido amaine y se escuchen sus disparos, entonces sabremos si eran balas de verdad o perdigones de feria.