
Los socráticos se hacían preguntas para revisar ideas, con el fin de estimular el pensamiento crítico, sobre todo el autocrítico. Trataban de aclarar conceptos a través del cuestionamiento; no aceptaban la información sin más. Con la que le está cayendo al PSOE, cabe cuestionarse el exceso, procedencia y fiabilidad de la información, para luego asumir premisas y formular dudas socráticas, con licencia de exageración o de reducción al absurdo.
Asumamos la premisa de que la derecha se ha radicalizado y las formas propias de la ultraderecha se han normalizado, focalizando el «mal de España» en el PSOE, un partido de corruptos y puteros, según informes de la UCO e indagaciones de jueces «imparciales». Dudas socráticas: ¿qué pensarían los ultras españoles si Trump diese orden de que sus aviones furtivos, de camino a Irán, dejasen caer bombas antibúnker en todas las sedes del PSOE? ¿Criticarían la invasión del espacio aéreo nacional o aplaudirían el bombardeo en aras de un bien superior para la patria?
Asumamos la premisa de que el problema no es tanto el PSOE como su secretario general, elegido en primarias por militantes crédulos y aceptado por dirigentes incrédulos («este chico no vale, pero nos vale»). Dudas socráticas: ¿vale o no vale como secretario general alguien que elige como secretarios de organización a individuos de la peor calaña? ¿Pretendía más organización, más desorganización, más democracia o más autocracia? ¿Basta con sustituir al secretario de organización o hay que sustituir al secretario general? ¿Se conformaría la derecha con esa sustitución?
Asumamos la premisa de que el problema no está en el partido, sino en el Gobierno, concretamente en el presidente del Gobierno. Descartemos la premisa de que Pedro Sánchez haya sido, objetivamente, un buen presidente en cuanto a la gestión de la macroeconomía, la subida de pensiones y salarios, la salida de la pandemia, la imagen internacional, la renuncia a la militarización impuesta o la reconducción del conflicto catalán. Asumamos la premisa de que el presidente de un Gobierno «ilegítimo» ha aprovechado su puesto para enchufar a su mujer y a su hermano, algo impropio de los demás líderes, empresarios y españoles en general.
Dudas socráticas: ¿echando a Sánchez del Gobierno habría un Gobierno «legítimo»? ¿Se disolvería el PSOE como un azucarillo? ¿Tiene exceso de azúcar en sangre la democracia española? ¿Se lo ha inoculado el nuevo socialismo o el nuevo fascismo?