
Con la mentalidad competitiva que rige el pensamiento dominante, este fin de curso televisivo alimenta los debates sobre quién ha ganado y quién ha perdido en una temporada que nació marcada por la gran guerra de los presentadores alfa: Motos contra Broncano; El hormiguero contra La revuelta. Espoleando la competencia de uno y otro, lo que ha ido cediendo terreno en estos últimos meses ha sido el prime time español, que va retrasándose progresivamente hasta límites inabarcables para convertir a los programas teloneros en la verdadera oferta estelar. El viejo ideal de la conciliación, cada vez más lejos. Para cuando acaban Broncano y Motos, Motos y Broncano, poco importa lo que venga a continuación. Muchos espectadores ya renuncian a la emisión lineal porque no podrán quedarse hasta el desenlace.
Después de tantos años, MasterChef sigue siendo, por producción y envergadura, uno de los productos prémium de la televisión en abierto. Este pasado lunes, su última gala se desaprovechó al programarla de once de la noche a dos de la madrugada. Fue la primera entrega final por debajo de un millón de seguidores. Con estos esquemas, el público se fuga lentamente a la televisión a la carta con horarios personalizados y las cadenas parecen fomentarlo.