León XIV: entre la conciliación y la firmeza
OPINIÓN

Llegó León XIV, no sin cierta sorpresa, no sin que su nombre no hubiera sonado desde hace días tras los grandes favoritos a priori sobre todo para los medios, Parolin y Tagle. Sin hacer ruido, sin haber concedido entrevistas, ha estado al frente del gran dicasterio que nombra obispos. Este conclave, más breve quizá de lo esperado por muchos, ha sido el más multicultural y diverso hasta la fecha. Ciento treinta y tres cardenales, muchos de los cuales se conocieron desde el fallecimiento del papa Francisco, han optado por un mensaje claro, continuidad, pero ralentizada. O quién sabe lo que hará Prevost, ahora León. Hombre de confianza y puesto por el papa argentino, muy cerca de las grandes bisagras vaticanas.
Las fracturas sociales y políticas de las sociedades actuales y su lenguaje antagonista también ha llegado intramuros y permitido que el gran público divida entre conservadores y progresistas a los cardenales. En esta suerte, aunque no de monarquía electiva, los cardenales han optado por una figura de tono amable, sencillo, incuestionable en su trayectoria, y acertado en seguir abriendo al mundo el papado. Es el cuarto papa no europeo desde la elección de Wojtyla en 1978, que rompió una tradición de casi cuatro siglos y medio de italianos. Una Iglesia cada vez más abierta al mundo y a otras voces no eurocéntricas. Económicamente, la Iglesia más potente es la estadounidense, y no exenta de controversia y ciertos posicionamientos, lo que es una apuesta firme y decidida. Se había evitado en cierto modo en las anteriores elecciones papales un cardenal norteamericano. Prevost, casi cuatro décadas en Perú, políglota, de raíces latinas, tanto españolas como francesas, tiene la enorme misión de ser un hacedor, de tender puentes, de escucha. No se ha dirigido espontáneamente ni sin papales, ni tampoco solo ataviado con una sotana blanca. Ha preferido leer. Es un estilo distinto. Y será el suyo propio. No debemos hacer comparaciones. Pertenece a una orden, esta vez agustino. Ha sido superior de ellos. Un hombre de iglesia. De cercanías silentes y sin búsqueda de protagonismos.
Su primera oración ha sido por la paz, «que sea desarmada y perseverante». Francisco fue un luchador infatigable por la paz y su denuncia ante la guerra. Culto, inteligente, matemático y filósofo, el primer pontífice norteamericano necesitará mucho diálogo en la Iglesia, mucho espíritu de conciliación, algo que ha sabido tejer a lo largo de su vida. No podemos ni imaginarnos lo que en apenas estos cinco días desde que el miércoles se encerraron en la capilla Sixtina ha pasado por su mente, ni la emoción última de su aceptación, la elección de su nombre o el revestirse con los hábitos papales en la sala de las lágrimas. Ritos y liturgias a los que no debe desprender ni desposeer de su esencia religiosa. Tiene una edad que, como dijo el cardenal español Cobo, es optima, y sería deseable un papa que esté al frente de la Iglesia 10 o 15 años. No lo tendrá fácil, no se lo pondrán fácil. Y aunque la magia y el misterio de todo lo que rodea la muerte y la elección de un sumo pontífice es noticia y atrae la atención de cientos de millones de personas, todo empieza a partir de ahora.
Empieza un pontificado lleno de huellas y significados y que debe orientar y hacer transitar a la Iglesia misma por unos mares complejos, difíciles, polarizados y llenos de tensión y donde más que nunca el ser humano es frágil. Su rostro amable no le restará la necesaria firmeza en su papado.