
La última semana ha estado repleta de acontecimientos históricos. Desde la celebración del octogésimo aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa a la elección de nuevo papa, León XIV, nuestro continente ha concentrado la atención mediática. Así, mientras Roma bullía con la expectación, Gran Bretaña desarrolló, del 5 al 8 de mayo, una serie de eventos para marcar el día de la victoria, y Rusia organizó un desfile sumamente vistoso el viernes 9.
Con la precisión que le suele caracterizar, el ejército ruso desplegó una numerosa representación de los diversos cuerpos. Debido a la cantidad de efectivos que ocupaban, prácticamente, toda la Plaza Roja de Moscú, el ministro de defensa Andréi Beloúsov, el civil que sustituyó en el cargo al general Serguéi Shoigú en mayo del 2024, se vio obligado a pasar revista en un vehículo. Tras la misma se acercó a la tribuna, donde Vladimir Putin, flanqueado por su homólogo chino, Xi Jinping, escuchó impertérrito su informe. A continuación, el líder ruso dio un breve discurso durante el cual recordó el triunfo de las tropas rusas frente a la agresión nazi y mencionó a su invitado de honor.
Resulta paradójico que Putin se refiriera a los 26 millones de rusos que fallecieron en el peor enfrentamiento armado vivido hasta ahora cuando mantiene una guerra abierta en Ucrania con la excusa de librarla de la influencia nazi. Significativa también la presencia de Xi Jinping como muestra de apoyo al líder ruso en un momento en el que las tensiones entre los países más poderosos del mundo se encuentran en su punto álgido. La errática y absolutamente disruptiva política arancelaria de Trump y sus ampulosas declaraciones, como se viene demostrando, sin base alguna, sobre su capacidad para poner fin al enfrentamiento en Ucrania, no solamente han provocado el caos en los mercados bursátiles y en la planificación económica de todos los países, sino que los ha puesto en pie de guerra.
Pero, como no hay mal que por bien no venga, esta sacudida inducida por Trump puede que nos haga reaccionar del largo letargo en el que vivimos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, no solo para reforzar nuestra unidad europea, sino para asegurar nuestra independencia y libertad económica. A veces es necesario el caos para alcanzar el orden después.