Un papa integrador y humilde

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OPINIÓN

L'OSSERVATORE ROMANO | EFE

05 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Bajo su mirada y su sonrisa estaba el hombre, el profundo conocedor del ser humano. Bergoglio fue un papa que no hizo distingos en la cercanía, radicalmente humilde y distante de toda ostentación. Su opción por los pobres, por una Iglesia pobre, estuvo presente a lo largo de estos 12 años de pontificado. Fue un profeta de nuestro tiempo que no quiso ser visto así por algunos. Trató de aggiornar la Iglesia, a la curia, hacerla más presente desde una centralidad única, el Evangelio. Impulsó una apertura aún no concluida y que su sucesor o bien concluirá o bien paralizará o bien la introducirá por otra vía. Su voz fue un aldabonazo crítico a nuestras conciencias vaciadas por el hedonismo materialista que nos rodea y dejamos que nos atrape. En aquel viaje a Lampedusa no pudo ser más claro, más humano y a la vez pastor. Paz y reconciliación, pobreza y justicia, medio ambiente y ecología integral, sinodalidad. Nunca se olvidó de los desfavorecidos, los marginados, los migrantes, los olvidados, los perseguidos. Fue conciencia, consciencia y coherencia. Tuvo errores que reconoció y dignificó con su deseo de que sus sucesores no los cometan.

Arquitecto de la paz, supo tender y edificar puentes ad intra y ad extra. Sin alharacas ni estruendos. Criticó las guerras, el rearme y una economía global a costa de los que pierden o menos tienen. Su cariz único, valiente y decidido no fue entendido ni querido entender por una parte de la Iglesia aferrada a arcaicas tradiciones y a un conservadurismo radical. Fue claro y contundente frente a los abusos, los encubrimientos y la denuncia de la pederastia. Y batalló por la transparencia de las finanzas como nunca un papa había hecho. Dos de las grandes bestias negras de la Iglesia. Francisco no lo tuvo fácil, no se lo pusieron fácil. Las grietas y las oxidadas bisagras del poder temporal y espiritual comulgan poco o nada con todo movimiento palanca de reforma. Por mínimo que este fuere.

Más pastor que teólogo, nos regaló encíclicas realmente maravillosas y asombrosas, valientes y llenas de coraje. Situó a los laicos y a las mujeres en posiciones en las que nunca habían estado. Supo leer los tiempos. Supo hacerlo desde el sur siempre lejano a la mirada antropocéntrica y hegemónica de una rancia Europa sedicente y doctrinaria pero poco pragmática. Para muchos fue incómodo. Pero ¿qué cristiano próximo al Evangelio, fuente del ser y del hacer, no lo es?

Se hablará de su legado. Mucho, pero han de pasar unos años. Quizá no tanto como los 12 de su pontificado. Fue un hombre sencillo, humilde, bondadoso. Integrador. Supo lo que eran las periferias, las desigualdades, las injusticias, las dictaduras y la negación de la dignidad del ser humano. Habló con arrojo y valentía de lo tangible, pero sin embargo invisible para muchos de nosotros. Y esa voz jamás se quebró: lloró por las guerras y por los pobres. En ellos, ahí, estaba también Jesús. Se sentaba a comer con los pobres. Hablaba con ellos, pero también con todos los demás. Su cercanía era real. Como sus gestos, sus comentarios improvisados. Sinceros, pues manaban de una honestidad propia y consigo mismo que era contagiosa. Sabía escuchar. Y también sufrir. Le hicieron sufrir. Y en la misericordia del perdón supo transitar. Y perdonar.

Nos mostró su humanidad ante la enfermedad. No ocultó ni permitió que se tergiversara sobre su estado de salud. Su muerte, no por ello menos esperada ante su delicadísimo estado de salud, ha causado una profunda sorpresa sobre todo tras la bendición urbi et orbi del día anterior y su aparición en la plaza de San Pedro. Una forma de despedirse silenciosa y simbólica. Abrazando a sus hijos, al mundo. Se marcha un papa que infundió y trajo esperanza. Algo que en los tiempos que corren cobra cada vez mayor valor.