
Si los lectores de La Voz de Galicia pudieron seguir ayer las noticias del apagón —de forma intermitente, en función de la disponibilidad de las redes móviles e inalámbricas—, y si hoy pueden continuar informándose tanto en la edición digital como en la impresa, es gracias a un combustible que mueve a todos los que hacemos este periódico: las ganas de contar lo que está pasando, de analizarlo y de recoger el testimonio y la opinión de quienes lo están viviendo, en este caso sufriendo, en primera persona. Pero también es posible por medio de otro carburante que ha sido indispensable en esta crisis, contaminante y que ojalá en el futuro ya no sea necesario utilizar, pero que a día de hoy no tiene —como dijo una ministra y ahora flamante vicepresidenta de la Unión Europea— «los días contados»: el diésel.
Gracias a los generadores de gasoil han podido seguir operando en los hospitales, atendiendo a los mayores en las residencias, mantener la producción muchas empresas y que España y Galicia no se hayan quedado completamente a oscuras. El propio presidente del Gobierno lo ratificó en su segunda comparecencia televisada al anunciar que la Unidad Militar de Emergencias está preparada para llevar grupos electrógenos allí donde sean precisos, además de garantizar la disponibilidad del equivalente a tres días de la reserva estratégica de combustibles fósiles para que el país no quede desabastecido y pueda mantenerse operativo. Sin diésel estaríamos totalmente incomunicados y paralizados.
La política energética debería dejar de ser política para ser gestión. Y un buen gestor no se caracteriza por rendirse a las presiones ni de los movimientos ecologistas ni de las grandes corporaciones petroleras o de las multinacionales del automóvil. Todos pueden tener sus razones, pero el único interés que debe prevalecer —al menos en un Estado de derecho— es el de los ciudadanos. En un contexto como el actual, de transición hacia una economía cien por cien verde, no podemos renunciar a ninguna opción de generación eléctrica hasta que esa alternativa de huella de carbono cero sea realidad.
No debemos hacer demagogia: este blackout ha sucedido en el pasado en otros países tan adelantados o más que el nuestro. Hay que felicitar a Pedro Sánchez por haber movilizado inmediatamente (al menos de palabra) todos los medios de que dispone el Estado para hacer frente a la situación, a diferencia de su inacción de tres días tras la catástrofe de la dana en Valencia. También cabe preguntarse quién garantizaría la seguridad en algunas comunidades, como Cataluña y el País Vasco, que han expulsado a la Guardia Civil y la Policía Nacional de sus territorios, con la connivencia del Gobierno central. Y urgen respuestas sobre el origen del apagón, porque, si obedece a un ataque externo, hay que pensar qué capacidad de reacción tendría España en caso de que fuera el inicio de una escalada bélica. Lo experimentado ayer no es para estar tranquilos.