
Acaba agosto. Punto final a las vacaciones de verano para muchos, la gran mayoría. Quedan atrás las sobremesas largas, los relojes que no marcan horas, el ponerse al día con las lecturas, las series o las películas atrasadas. La promesa de que esta vez sí, este año, por fin, descansaríamos de verdad.
El final del verano tiene algo de ritual. Algo que impulsa a poner orden, a dejar de posponer lo importante. Es un tiempo de transición, en el que nos proponemos una serie de objetivos que nos guiarán durante el último tramo del año.
Pasar más tiempo de calidad con la familia, comer sano, apuntarse al gimnasio, aprender un idioma o ahorrar: para adquirir una primera o segunda vivienda, comprar un coche, pagar los estudios de los hijos, disponer de un colchón ante imprevistos o la jubilación. Cada caso es único, personal e intransferible.
De ahí que, como mes de propósitos que es, en septiembre muchas familias no solo se planteen ahorrar, sino que empiecen a hacerlo. Pero que haya voluntad no significa que siempre se haga bien. Porque, en ocasiones, las buenas intenciones no casan con la efectividad.
Precisamente, este verano nos han llegado los resultados del informe Ahorro financiero de las familias europeas en 2024, que ha publicado la Asociación de Instituciones de Inversión Colectiva y Fondos de Pensiones (Inverco). Los datos que muestra dan para reflexionar, porque hacen una fotografía de cómo vivimos, de cómo planificamos. De qué valor le damos al futuro frente al presente inmediato.
Así, indica que los hogares españoles presentan una tasa de ahorro bruto del 13 %, dos puntos por debajo de la media de la eurozona, en el 15 %. Mientras, en los países líderes de esta clasificación, Alemania y Francia, son del 20 % y del 18 %, respectivamente.
Volvamos a España. Según el mismo documento, el patrimonio inmobiliario de las familias españolas es el más elevado si lo comparamos con el de las principales economías del entorno. Aquí representa un 565 % de la renta disponible frente al 373 % de la media europea. En cuanto al volumen de activos financieros por habitante, en España alcanza los 64.416 euros, inferior a los 95.532 euros de la eurozona. Además, puntualiza, una proporción significativa de los hogares españoles mantiene sus recursos financieros en depósitos bancarios, productos con rentabilidades muy bajas o incluso nulas.
Finalmente, muestra que pensamos poco en un día de mañana que tarde o temprano llegará y confiamos nuestra jubilación a un sistema público de pensiones que difícilmente podrá satisfacer las necesidades de la población. A tenor del informe, en España, la ratio de Fondos de Pensiones sobre el PIB apenas supera el 12 %. Y ya no es que esté por debajo de la media europea (en el 28 %) es que se sitúa muy lejos de Países Bajos (152 %) o Suecia (113 %).
A grandes rasgos, concentramos gran parte de nuestro ahorro en la vivienda y dejamos en un segundo plano otros activos financieros, que son los que permiten diversificar y sostener nuestros proyectos vitales.
La propiedad inmobiliaria es importante, sí, muchísimo. Pero también lo es reflexionar sobre cómo y dónde canalizamos la otra parte de nuestro ahorro. Dejar nuestro dinero en ciertos productos financieros muy líquidos, aunque de baja rentabilidad, tiene un coste real: la pérdida de poder adquisitivo con el paso del tiempo. Y lo que es peor, una falsa sensación de seguridad.
De ahí que no se trate solo de ahorrar sino de hacerlo bien. Es una necesidad para cualquiera que aspire a vivir con cierta tranquilidad, para que pueda hacer frente a los imprevistos, planificar su futuro con margen y garantizarse una jubilación de manera desahogada.
Porque ahorrar mal puede ser casi tan inútil como no hacerlo, sobre todo en un entorno económico como el actual, marcado por la sobreinformación, la volatilidad, la inflación y unos tipos de interés que pueden variar en cuestión de meses.
De poco sirve tener una cantidad importante parada si no está bien gestionada, alineada con nuestro horizonte temporal, nuestras metas y nuestra tolerancia al riesgo. Por eso no es lo mismo ahorrar con 30 años que hacerlo con 40, 50 o 60. Ni hacerlo para cambiar de coche, tener cubierta la educación de los hijos o prever la jubilación.
Para todas las posibles variables, el contexto actual y los mercados ofrecen un abanico de escenarios tan amplio que, para cualquier ciudadano de a pie, pueden resultar abrumadores. De ahí que sea de capital importancia recurrir a un experto que nos ayude a tomar decisiones informadas, adaptadas y realistas.
Así, de la misma manera que acudimos a un médico para cuidar nuestra salud, a un abogado para resolver algún aspecto legal o a un buen nutricionista para cuidar nuestra alimentación, solicitar el acompañamiento de un asesor financiero, que convierta la complejidad en claridad, es fundamental. Porque escucha, analiza y propone de manera particular, en función de cada caso. Pensando a largo plazo, en la estabilidad. Un bien para nuestros ahorros, sí. Pero también para nuestra tranquilidad.
El verano se acaba. Y con él, el margen que nos damos para no pensar demasiado. Septiembre está a la vuelta de la esquina. Es tiempo de recuperar el ritmo, de mirar con nuevos ojos el calendario. Aprovechemos este momento de reinicio para revisar nuestras finanzas. Para preguntarnos si realmente estamos ahorrando de forma eficaz. Y si no lo tenemos claro, busquemos la ayuda de un asesor financiero. Porque ahorrar está bien. Pero ahorrar bien es otra cosa.
Y ahora es el mejor momento para empezar. Feliz vuelta al cole.