Un paso más

Miguel García

LUGO

ALBERTO LÓPEZ

15 oct 2025 . Actualizado a las 19:23 h.

No éramos el mejor equipo, no éramos los mejores jugadores del campeonato, no éramos los favoritos, pero ascendimos. Cada partido contra nosotros era un dolor de muelas para el adversario desde el inicio de la semana. No corríamos más que el contrario, pero corríamos mejor. No había absolutamente nada que nos distrajera porque nada de lo que ocurriera durante el partido nos era desconocido.

Todos los registros futbolísticos se preparaban concienzudamente durante la semana con lo cual, el partido no dejaba de ser un mero trámite que en algunas ocasiones resultaba más liviano que el propio entrenamiento. Todo eso era importante, nos daba seguridad, pero ningún equipo queda campeón, asciende o cumple con los objetivos y retos más ambiciosos solo por entrenar bien y correr mucho.

El compromiso con los demás, la responsabilidad, es lo que te permite dar un paso más para convertir lo bueno en excelencia. No jugábamos solo por nuestros legítimos intereses, lo hacíamos también por cada compañero, por el utillero, por el administrativo que se preocupaba de contratar las mejores condiciones en cada desplazamiento, por el dueño del bar donde tomabas café cada día, por la gente que te saludaba por la calle y se alegraba de la victoria del domingo, por los que te animaban el lunes después de un domingo nefasto.

Sin ese acuerdo contigo mismo, sin ese pacto con el grupo, sin ese afán por hacer feliz a personas con nombre y apellido, como mucho daríamos el cien por cien que ya es suficiente, pero para ser campeón hay que llegar a ciento veinte, y ese veinte de más solo lo consigues cuando juegas por muchos y con muchos. Los clubes ajustan un presupuesto, contratan una plantilla de futbolistas, un cuerpo técnico que se adapte a dicho presupuesto y esperan que ese cóctel dé sus frutos en forma de puntos. Solo consiguen sus objetivos aquellos que se preocupan y se ocupan de que el entorno sea agradable, los que favorecen una buena relación entre todos los empleados, los que propician encuentros habituales entre estos y los jugadores.

Los que animan a que todos cuiden de todos, cada uno desde su cometido. El salario emocional, ese valor intangible que es capaz de ganar títulos, de generar revoluciones futbolísticas y de transformar de manera extraordinaria a clubes y aficionados.

En el último partido observé en un campo tan comprometido una evolución del equipo. Supo transformarse y adaptarse a las condiciones que pedía cada momento del partido. Un paso más solo posible cuando las sinergias coinciden y todos se siente participes de un proyecto que va más allá de lo estrictamente deportivo.

Ese impulso colectivo permite sentirse acompañado siempre, perseguir el objetivo con determinación y no rendirse nunca. Esa relación afectiva de todos los estamentos de un club que no reduce en absoluto la exigencia que acompaña al fútbol profesional.