
Si, ya de entrada, no nos ponemos de acuerdo ni en cómo llamar al debate (debate de política xeral, debate do estado da autonomía, debate do estado da nación...), difícilmente lo que venga detrás puede invitar a buscar puntos de encuentro. Lo presentado ayer el Parlamento fue una proyección de tres paisajes diferentes de un mismo territorio, con mucho aplauso de cartón y realmente poca calle. Con frases lanzadas de un lado al otro de la Cámara, con bastante poca originalidad, salvo para los muy novatos. A saber: el PP es el partido del «feudalismo, empresas amigas, os da festa, os da propaganda, os do absolutismo, os ultras, os que importan a crispación de Madrid». Enfrente, el BNG, «os do non, os que no queren o turismo, os mansos co Goberno, os amigos de Maduro , os que falan mal de Galicia»; y los del PSdeG, «os que van do gancho de Pedro Sánchez, os da insignificancia, aos que lles dá igual gobernar con orzamentos ca non».
Es difícil creerse realmente que el Gobierno de la Xunta quiera premeditadamente destrozar Galicia. O que la oposición anhele volver a las catacumbas y cerrarlo todo. Pero, más o menos, con la misma brocha gorda con la que llenaron folios y folios los líderes políticos, por ahí fue el debate en sí. Con mucho eslogan escrito horas antes, sin atender siquiera a alguna de las propuestas que anunció Rueda por la mañana —la respuesta era bien predecible— o merecer una reflexión ante las iniciativas que planteó la oposición.
Si es que ya se veía venir desde el nombre del debate...