
He estado en una fiesta americana. Me disfracé de Holly Golightly o de la imagen de ella que nos dejó el cine. Nada más USA que un personaje de Truman Capote y siempre quise ser uno. También una de esas criaturas salvajes a las que nadie debe amar si no quieren pasarse la vida con la mirada fija en el cielo porque se irán volando de un árbol a otro hasta que les pierdas la vista.
Por suerte me quedé en señora de provincias a la que todo el mundo quiere, más riquiña que lince rojo, pero con lugar en el corazón para albergar todos los mitos y sin lugar en la cartera para soñar con diamantes, aunque los pedruscos de Tiffany's eran solo una forma de belleza, de libertad, de seguridad. Quizás en medio de las tormentas necesitamos anclarnos a cosas sólidas y nada más duro, más resistente, más eterno que una piedra. Ni siquiera es necesario que sea preciosa.
Andaba yo buscando un espacio donde esté en mi lugar y los libros en el suyo, un espacio donde pueda ponerse el cartel de librería y supe que lo había encontrado cuando el dueño me dijo que la piedra de la fachada provenía de la misma cantera que la piedra de la catedral. La toqué con devoción, como si pudiera acariciar las manos que las rozaron desde que fueron arrancadas de su lugar primigenio, siglos atrás. Mi futuro habría de vincularse a ese pasado invisible, tan real y corpóreo como el granito.
El relato lo cambia todo.
Holly crea su propio relato en torno a la joyería de la Quinta Avenida, que es pura ficción con su ambiente arrogante y silencioso, con su olor a billetera de cocodrilo que la calma inmediatamente, metáfora perfecta de ese lugar estable y tranquilo donde no existen esos días en que la malea lo echa todo a perder. La morriña se lleva bien, pasa «cuando engordas o llueve muchos días seguidos«. Pero «la malea es otra cosa».
Hay una marea oscura en Holly, uno de los grandes personajes de la literatura blanqueado por la dulzura elegante y a la vez estrepitosa de Audrey Hepburn. Holly pensaba que «para ser una estrella es necesario demasiado esfuerzo, y si eres inteligente, da demasiada vergüenza».
Imposible no amarla.