Una de las primeras familias en levantar su vivienda relata su lucha
31 may 2025 . Actualizado a las 11:35 h.Ricardo Carballo vive en El Paso, el municipio en el que nació el volcán. Pero se crio, con sus hermanos, en Los Llanos, casi al lado. En la zona de La Morera, donde estaba la casa de sus padres. El día de la erupción, a los diez minutos, fue rápido a esa vivienda para vivir, incluso con cierta emoción, lo que pasaba, pensando que no iría a mucho más. Pero a los 26 minutos (recuerda con precisión datos y fechas) ya se dio cuenta de que no sería así, de que llegaba algo grave, y además observó que la lava enfilaba en dirección a esa vivienda. «Supe que esa sería la última vez que estaría en la casa de mis padres, donde crecí. Y que no volvería a ver todo su entorno, con otras casas, plátanos, aguacates, huertas, carreteras asfaltadas...». Efectivamente, así fue. Conserva imágenes y vídeos y son aterradores, una destrucción ya conocida.
A casi cuatro años vista, las cosas han cambiado. Si ya construir una vivienda sobre las coladas es complejo, caro y lleva mucho el tiempo, parece excepcional hacerlo justo sobre la lava que tapona esa casa, con ella completamente sepultada. Apenas hay ejemplos. El suyo es uno de ellos. Ricardo guía por esos pocos metros cuadrados y va señalando: «Debajo de donde tengo aparcada la camioneta estaba el salón», por ejemplo. Su hermano Pipe y dos albañiles trabajan en ella mientras sigue la visita, en la que cuesta escapar de la sorpresa de caminar sobre esos estratos cuya superficie adquiere una nueva vida que, en el fondo, será la misma. Ahora, por cierto, se ve mucho mejor el mar.
También está su padre, de casi 85 años, con cara curtida de mucho trabajo y fumador elegante de pipa. Su madre es algo más joven, 80. Ambos fueron el motivo principal para empeñarse en la construcción.
Cuenta que en su caso hubo cierta suerte, porque la colada que los enterró tiene unos siete metros. A poca distancia (hay que recordar que el volcán queda muy próximo) las hay de hasta 70 metros. Otra suerte fue que, de los primeros accesos en construirse, con los servicios, uno es el de esta zona, y eso es crucial para poder levantar algo. Pero es una suma de factores. «Lo primero es decidir qué hacer, y eso es difícil. Lo segundo, tener el dinero, también difícil. Lo tercero, encontrar la fuerza para hacerlo, y así hay poca gente. Y luego están las licencias, muchas, y más si careces de un acceso», resume.

En su caso se juntó todo eso y llevan ya quince meses de obras, mientras cerca se van levantando otras, aún escasas, y también al lado empresas constructoras mejoran espacios, moviendo tales bloques que aquello parece una cantera de lo que no hace tanto era prácticamente fuego. Espera tenerla acabada dentro de poco más de un mes, en julio. Mientras, la visita a diario, ayuda a pintar, con las gestiones...
Este hogar no es como era. Hay quien lo perdió y quiere hacerlo como antes, pero en el caso de los Carballo, no. Vida nueva, diseño nuevo y moderno. Mientras la mira, tiene sentimientos enfrentados. Por una parte, la emoción de la recuperación, pero también la tristeza de haber perdido «algo que estaba hecho, que era perfecto. La otra casa transmitía algo que sabes que la nueva nunca te va a dar. Piensas en todo lo que has hecho, has pasado, la burocracia... Pero intentas olvidar las cosas negativas».
El hecho de que regresen sus padres es lo que más lo motiva. Llevan 36 meses pagando 750 euros de alquiler, y hay ejemplos a 900 euros, que Carballo no duda en calificar como «especulación y falta de empatía» en algunos casos. «El precio de las casas es brutal, los materiales han subido un 40 o un 50 %. Solo los aluminios de esta vivienda nos han costado 22.000 euros», indica. Con las ayudas sí tuvieron suerte: recibieron las primeras y después las del valor real de la vieja casa, abonando la diferencia. «Nosotros, sí, pero hay gente que no ha cobrado. Y faltan por llegar los cien millones del Estado para hacer más pagos. Hay gente que no tiene ni casa ni dinero», afirma. «Vamos lentos», dice respecto al ritmo general de la recuperación.
No hay más que mirar alrededor para comprobarlo. A pocos metros se ve como una casa de planta baja. Pero, sorpresa: «Lo que se ve es la terraza, todo lo demás está enterrado. Y eso que era muy alta». Al menos algo sí hay, lo que no ocurre con la mayoría en esa área.

El jefe de Tráfico llegó a la isla tras 14 años en Galicia, ya con las nuevas vías
El poso gallego se nota en los jefes de Tráfico de La Palma. Tras los casi veinte años al frente del destacamento en la isla del teniente de la Guardia Civil José Antonio Nieves, el año pasado lo sustituyó otro teniente, Manuel Julio Meléndez, nacido en Burgos en 1970 por circunstancias familiares (su padre fue alto mando del instituto armado), pero su familia es de Zaragoza. Sin embargo, parte de su alma es gallega. Con 23 años llegó a Galicia. Tras pasar por varios destinos, los últimos catorce los repartió entre Lugo y Santiago, como jefe del destacamento. Además, su esposa es de A Estrada, ahí tiene su casa y en Galicia nació su hija.
Hace un año y un mes se hizo cargo de La Palma. Logró la plaza sin muchos problemas, dados sus numerosos méritos. Pese al cambio de aires, está contento: «Esto [su destacamento] es una maravilla, en instalaciones y en compañeros, es una unidad magnífica». Echa de menos su gente de Galicia, pero se ha aclimatado bien. «El balance es muy favorable. He descubierto nuevas formas de trabajar. La idiosincrasia es muy peculiar porque, como digo yo, hay mentalidad de isla, de estar solos. Lo que pasa lo tienes que resolver tú». Son unos 30 agentes en la unidad (Santiago llegó a tener más de ochenta). Poco territorio, «pero los desplazamientos hay que medirlos en tiempo», dice. Muchas curvas, muchas cuestas. Las peculiaridades también son otras. «Aquí la mitad de los vehículos son de gente que viene de visita, y normalmente el turista no suele correr. Se ve sorprendido por estas carreteras tan sinuosas, tampoco conoces el vehículo... Y también tenemos una población envejecida». A su llegada ya se habían construido carreteras sobre la lava, y otras están en obras. «Cuando entran en servicio se hace un poco de hincapié en la vigilancia, no sabes cómo se va a comportar el tráfico. Pero los ingenieros saben muy bien lo que hacen». En La Palma, por cierto, hay varios guardias civiles, policías nacionales y hasta policías locales gallegos.