Pogacar y Vingegaard no quieren más rivales en el Tour de Francia

JON RIVAS COLPISA

DEPORTES

Sarah Meyssonnier | REUTERS

Distancian a Evenepoel y Roglic en los abanicos de los últimos kilómetros de la primera etapa de la ronda gala, que gana Philipsen

05 jul 2025 . Actualizado a las 20:19 h.

Comienza el Tour, se despliegan los manteles de cuadros, la jarra de vino enfriado en el arroyo, la cesta de pique-nique, como le llaman los franceses al pícnic, repleta de viandas. Las familias se pelean amistosamente, o no tanto, con sus vecinos por el regalo que lanzan desde el camión del Credit Lyonnais o de Leclerc; se forman filas detrás de la furgoneta de L'Equipe y Le Parisien, que fuera de la capital se llama Aujord'hui, para comprar el kit oficial con el periódico, la gorra, la camiseta y el bidón. Las apuestas entre amigos se reactivan. Se desentierran las efemérides del día, como la del 50 aniversario de la última victoria de Eddy Merckx en una contrarreloj, y el pelotón circula entre una interminable muchedumbre en pueblos, aldeas y ciudades.

Es el inicio de la comedia y el drama; de la gloria y el sufrimiento. El del fracaso o el triunfo personal y colectivo. Empiezan también las decepciones, muy pronto, cuando Filippo Ganna, que tenía en la cabeza la contrarreloj de la quinta etapa, favorito entre los favoritos, no llega ni al kilómetro 54 porque una caída, la primera, y hay muchas más, le deja fuera. Tantos meses de preparación que se van por el sumidero en un despiste fatal. Aturdido, sentado en el suelo, con un golpe en la cabeza, sigue al principio, pero se detiene después. Los comisarios le quitan el dorsal como cuando, tras un consejo de guerra, el militar condenado es degradado y pierde sus galones. Ya no es un ciclista del Tour.

Se escenifican también los episodios cómicos, aunque a los protagonistas no les haga demasiada gracia, como cuando Benjamin Thomas y Matteo Vercher, con ventaja sobre el pelotón, se disputan los puntos de un puerto de montaña y después de pasar la línea, el primero tropieza con un adoquín, cae y derriba al segundo y la costalada es fuerte, pero mayor el daño moral.

Hay más caídas, «¡es el Tour, amigo!», y otro ciclista, Stefan Bissegger, que se va porque no puede pedalear tras un golpe duro y seco, y mientras, también empieza el calvario de Lenny Martinez, la promesa del ciclismo francés, atrapado en un abanico a más de cien kilómetros de la meta junto a Lipowitz, tercero en el Dauphiné, que al final consigue unirse al pelotón. Soplan vientos del sur, cálidos pero traicioneros, a más de 25 kilómetros por hora, y el pelotón anda con las orejas tiesas, pero el pobre Lenny ha quedado tocado con el primer aviso, y en cada acelerón, en cada látigo del grupo, se queda descolgado y circula primero entre coches, después con la sombra fúnebre de la Voiture Balay, el coche escoba, que le persigue lentamente hasta la meta, donde llega nueve minutos después que el ganador Philipsen.

Oficio y fortuna

Ese viento desdichado se convierte en el mejor aliado para el duelo al sol entre Pogacar y Vingegaard, que parece que no quieren que otros actores secundarios se cuelen en su libreto. Sopla todo el día, pero cuando quedan 18 kilómetros, encuentran algunos equipos la ocasión para provocar esos abanicos que tanto aman algunos ciclistas y odian otros, los más débiles o los que se colocan peor en el pelotón.

Es cuestión de oficio y muchas veces de fortuna. Pero tensa la cuerda el Visma de Vingegaard, le sigue el Alpecin, y allí, siempre cerca, está Pogacar. También Enric Mas, pero falta Roglic, al que oficio no le falta, pero sí tal vez algo de suerte, y tampoco está Remco Evenepoel, refractario a circular en pelotón.

Dicen que como llegó al ciclismo después de ser figura juvenil de la selección belga de fútbol, no sabe correr en grupo, y por eso se escapaba, porque se siente más libre en solitario. Cuando sorprendió al ciclismo ganando el Mundial júnior se vio involucrado en una montonera en el pelotón; después de restañar sus heridas alcanzó al grupo del que se había distanciado más de un minuto, lo adelantó y se marchó sin acompañantes hasta la medalla de oro.

Así que cuando se dio cuenta, Pogacar y Vingegaard ya le sacaban medio minuto, porque no son juveniles como los que el belga tuvo delante en aquel campeonato, sino, posiblemente, los mejores ciclistas del mundo, y no cejaron al ver la oportunidad, que en el Tour hay que cogerlas al vuelo. El grupo de destacados se entendió bien, porque además llevaba en su seno a unos cuantos candidatos al triunfo en Lille, alfa y omega de la primera etapa, y remolonear podía provocar que se presentaran más candidatos a la victoria. No hubo lugar.

Todos, salvo O'Connor y Van den Berg, que se cayeron a cuatro kilómetros de la meta pero recibieron el mismo tiempo que los otros, se presentaron en la recta final en Lille, en la que el trabajo colectivo del Alpecin permitió que Jasper Philipsen culminara el trabajo colectivo y relegara a dos bicicletas de diferencia a Girmay, que acabó segundo. El corredor belga se lleva el premio doble porque se viste de amarillo y lucirá el jersey de líder mientras pueda.

Su compatriota Evenepoel, a 49 segundos de Philipsen, pero también de Pogacar y Vingegaard, se lame las heridas. Los campeones no quieren más rivales.