
Habituado a diluirse en el colectivo y celebrar con moderación, protagonizó otra cita de España, con la que nadie ha marcado tantas veces en una final
09 jun 2025 . Actualizado a las 01:08 h.A las nueve en punto arrancó el partido. A menos cinco, Carlos Alcaraz había liquidado la final más larga de Roland Garros. Capaz de todo, el fenómeno murciano cumplió también con la selección. «Ojalá que cuando empecemos nosotros, él haya levantado el título y nos pueda ayudar con sus ánimos», había deseado horas antes Mikel Oyarzabal, apostando por una noche redonda que finalmente no llegó.
Y eso que el delantero de la Real aportó lo suyo. Ese tanto que marca en cada cita decisiva con el combinado nacional. En la de la Nations League tocó poco balón (el que menos entre los titulares). Lo justo para iniciar de un soberbio taconazo la transición del 0-1 y anotar con clase el 1-2. Rompió el fuera de juego, recibió de Pedri y batió a Diogo Costa de un sutil golpeo con la diestra, justo cuando empezaba a perder el equilibrio, estorbado por el central.
Tumbado sobre el césped, giró el cuello a tiempo de ver el cuero alcanzar la red. Se levantó con calma, chocó la mano de Fabián y trotó suave hacia una esquina del campo, donde proseguir la celebración. Un festejo de los suyos, en los que siempre queda la duda de si reserva el jolgorio para cuando lo autorice el VAR. Pero tampoco desbordó alegría cuando el vídeo validó el gol. Podrá alegar costumbre en el comedimiento: ha anotado ya en tres finales con España; más que ningún otro internacional.
Para detectar en Oyarzabal diferencias claras entre la euforia y la tristeza, es casi necesario oírle hablar. Al terminar el encuentro, fue a él a quien acudió de nuevo la realización: «Es una pena. Los penaltis siempre duelen un poquito más», zanjó como si le hubiera tocado tirar a él. Sin embargo, el seleccionador lo retiró del campo poco antes de la tanda, pese a su fiabilidad desde los once metros. Entró Morata en su lugar. Ningún gesto tampoco cuando se ordenó el reemplazo. Nada que pudiera delatar un ataque de ego impropio del goleador convencional.