


















La atleta se cuelga en el campeonato continental bajo techo su primera gran medalla internacional desde su regreso a Galicia, la octava en una gran cita dentro de un palmarés de leyenda en el triple salto
07 mar 2025 . Actualizado a las 20:37 h.Reina de Europa. Ana Peleteiro consiguió su segundo título continental en un concurso que dominó desde la segunda ronda, en el que firmó la mejor marca europea de la temporada (14,37 metros) y en que solo tuvo un pequeño susto, el último brinco de la rumana Diana Ion, que con 14,31, se hizo con la medalla de plata. Las dos fueron las únicas que superaron la barrera de los 14 metros en una final con 25 nulos de 47 intentos (el 53,1% de saltos no válidos).
Ana Peleteiro comenzó el concurso con un nulo milimétrico, tanto, que no llegaba al centímetro (0,9 para ser exactos). Era un salto largo que no pudo ser computado. Pero en el segundo intentó ajustó mucho más y se fue hasta los 14,20 metros para colocarse en cabeza del concurso, un puesto que ya no abandonó.
En el tercer intento la gallega se quedó en 13,96 porque se dejó casi 30 centímetros en la tabla, lo que le impidió seguir por encima de la barrera de los 14. Aun así, la de Ribeira hizo el mejor registro de esa ronda. Como curiosidad, a mitad de concurso se habían registrado 14 nulos de 24 intentos, entre ellos, dos de la turca Danismaz, la que en teoría era la gran amenaza de Peleteiro.
Llegado el momento del cambio de orden, saltando la última y viendo que nadie amenazaba su liderato, Ana Peleteiro decidió renunciar al cuarto intento para guardar fuerzas. En el quinto, y después de que ninguna de las rivales superara los 14 metros, la gallega le dio el golpe de gracia al campeonato saltando 14,37 metros, la mejor marca europea de la temporada, mejorando por cuatro centímetros su propio registro de 14,33 conseguido en el Campeonato de España celebrado hace unas semanas en Madrid.
El único susto del día llegó en la sexta ronda y justo antes de su último intento. Para entonces, la triplista española ya sabía que la atleta turca había entregado su corona después de hacer cinco nulos y quedarse en el quinto puesto; pero la rumana Ion, la única que hizo seis saltos válidos, voló en el último intento hasta los 14,31 metros, y se colgó la plata. Peleteiro resopló, sonrió y atacó el pasillo con el oro al cuello, pero su cabeza ya no estaba para saltos. Solo para celebrar que se había colgado su segundo oro continental bajo techo seis años después del anterior.
De esta forma, se convierte así en la segunda atleta española de todos los tiempos en conseguir un segundo metal en un Europeo de pista cubierta, algo que solo había logrado hasta ahora Sandra Myers en Génova 1992 (en los 400 metros) y Estocolmo 1996 (en 200). La deportista gallega había logrado su anterior título continental en pista cubierta Glasgow en el 2019, dentro de un palmarés que incluye tres medallas europeas bajo techo.
Una medalla bañada a orillas del Atlántico
El Europeo en pista cubierta de Apeldoorn no era una competición cualquiera para Ana Peleteiro. La cita se presentaba como el gran examen a las modificaciones que ha introducido en su vida en esta temporada: regreso a sus orígenes para entrenar en el módulo de Ribeira, cambio de entrenador y de técnica, aunque este aspecto ha quedado aparcado en parte. Y también, un cambio de mentalidad, porque a sus 29 años la bicampeona de Europa tiene claras sus prioridades.
El viaje al Europeo bajo techo comenzó pocos días después de abandonar París sin la medalla olímpica al cuello. Acabar en la sexta posición la final del triple salto no fue el detonante en la toma de decisiones posterior, pero seguramente ayudó a que la plusmarquista española de triple salto apostase por tomar un cambio de rumbo en su vida a los 28 años. Fue entonces cuando anunció la ruptura amistosa con Iván Pedroso, el hombre que la rescató en su momento más bajo, e hizo las maletas para cerrar para siempre su casa de Guadalajara.
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El segundo paso fue emprender el viaje de vuelta a Galicia. Ana Peleteiro había abandonado Ribeira siendo muy joven, en el 2012, camino del CAR de Madrid para entrenar a las órdenes de Juan Carlos Álvarez. Media vida después —y tras hacer escala en Lisboa, adonde se fue para entrenar con Ganso—, desde la capital de La Alcarria volvió a Ribeira, pero en esta ocasión, no de visita. «Después de 13 años lejos de casa, lejos de mi familia, invirtiendo cientos de horas en aviones, trenes y coches para poder conciliar mi trabajo con mi vida personal, vuelvo a escuchar a mi corazón», comentó sobre su vuelta a casa. Con ella llegaban su hija Lúa, que ahora tiene una infancia al lado de sus abuelos, y Benjamín Compaoré, su marido y, desde entonces, también su entrenador.
El triplista francés se reveló como un técnico intervencionista desde el primer día y añadió a los cambios una nueva técnica. Durante un par de meses, Peleteiro cambió la pierna de batida, apostando por la izquierda en detrimento de la derecha, una modificación con la que muy pocos triplistas se han atrevido a lo largo de la historia. La campeona la probó, la explicó al mundo y proclamó que estaba encantada con ella, pero un percance en forma de pequeña lesión en su inicio de año en Francia le hizo volver a la técnica con la pierna derecha.
La primera cita del año fue el único momento de duda para la gallega. Un decenio después, la rodilla volvió a darle señales de alarma tras una mala recepción que le hizo sentir dolor en la zona externa. Como había hecho en su día, visitó al doctor Guillen y, tras la pertinente exploración, todo quedó en un susto. Muchos cuidados, algún reposo y el regreso a la técnica anterior en materia de saltos, porque Ana sí ha puesto en práctica modificaciones técnicas como un vuelo más horizontal para aprovechar toda su fuerza explosiva a la hora de aterrizar en la arena.
El aspecto personal completa esta marea de cambios. Peleteiro exhibe su cara más madura, piensa como madre y asegura vivir en un remanso de paz. Dando paseos por las playas de Ribeira entre competición y competición. La próxima, salvo sorpresa, será el Mundial de Tokio. La guinda a un invierno casi perfecto.