
«A los estudios les cuesta confiar, sobre todo si no hay grandes estrellas de EE.UU.», afirma el cineasta inglés, que regresa a la franquicia de ciencia ficción
29 jun 2025 . Actualizado a las 17:25 h.28 días después fue un bofetón en toda regla. Con Trainspotting, Danny Boyle ya había conquistado al gran público desde los márgenes del cine independiente, pero su carrera parecía destinada a rodearse de estrellas cada vez más potentes. Fue el caso de Una historia diferente, donde, además de repetir con Ewan McGregor, contaba con Cameron Díaz, y La playa, protagonizada por Leonardo DiCaprio, en aquel entonces el actor más deseado del momento. Y, de pronto, aparecía 28 días después, una película de infectados —nada de zombis— protagonizada por un desconocido Cillian Murphy que despertaba tras un largo coma en un hospital vacío. La cinta tenía incluso una interesante moraleja: hay algo peor que esos monstruos que devoran la carne humana, el ser humano. Con un presupuesto raquítico, casi de cine de guerrilla, y unas cámaras digitales de escasísima resolución que permitían rodar planos sin pensárselo mucho —la coartada artística de que buscaban una estética de vídeo doméstico llegaría después—, Boyle y el guionista Alex Garland facturaron una película tensa y emocionante que dio lugar, cinco años más tarde, a 28 meses después, una secuela más ortodoxa dirigida por Juan Carlos Fresnadillo y protagonizada por Robert Carlyle.
A sus 68 años, Boyle se embarca en una tercera entrega que se olvida del pesimista final de la secuela, en la que el virus daba el salto a Francia, y nos presenta a un Reino Unido en cuarentena, aislado del resto de la UE. A nadie se le escapa la metáfora. «Nuestro comportamiento cambió con el brexit —dice el cineasta—. Nos retiramos de Europa y ese es el instinto que impulsa la película», continúa.
La película se ambienta en una isla separada del resto de Gran Bretaña por un camino que desaparece al subir la marea. En esa fortaleza, «los lugareños creen en su pasado, en lugar de en un futuro potencial, así que miran atrás y piensan en Enrique V, en la derrota de los franceses en Agincourt... Esas son las imágenes que realmente aprecian y representan un gran retroceso en cuanto al progreso de género. Creen en que los niños deben ser entrenados para luchar y ellas para quedarse en casa», explica Boyle.
No hay que olvidar, además, que en estos años el mundo entero ha vivido una pandemia. «De repente todo cambió, y se introdujo el miedo en el comportamiento de la población y las calles se quedaron vacías como en la primera película, pero ahora era real», sostiene para asegurar que el interés del público por la franquicia no ha dejado de crecer.

28 años después no conecta los puntos con la anterior entrega, pero sí se permite lanzar un estupendo guiño a la secuela, con una aterradora secuencia de introducción que recuerda a Carlyle escapando de los infectados, para después poner el foco en Spike (Alfie Williams), un chaval de 12 años que va a cumplir con el ritual que definirá su paso a la madurez. Pese a las pegas que pone su madre (Jodie Comer), una mujer que parece estar perdiendo la cabeza, padre (Aaron Taylor-Johnson) e hijo deben cruzar el camino, acabar con varios infectados, y, con suerte, volver a la aldea a disfrutar de una merecida fiesta para el preadolescente.
Es una primera parte gozosa, tensísima y trepidante, con unas secuencias de acción geniales, que sirve, además, para explicar las reglas de un universo que ha evolucionado en estos 23 años. La segunda parte de la trama, bastante más relajada, obliga a suspender la incredulidad y resulta algo más desconcertante por un cambio de tono donde el drama y la comedia, voluntaria e ¿involuntaria?, se dan la mano. Con todo, la cinta se disfruta.
En 28 años después se han utilizado todo tipo de cámaras, pero para mantener el vínculo con la primera entrega también se ha rodado con decenas de iPhones dispuestos de distintas maneras. «Son muy ligeros y eso nos permite rodar de forma muy moderna», apunta Boyle, que se las ha ingeniado para replicar el efecto bala de Matrix. Además, dice, «son muy útiles para enviar a los actores a un paisaje virgen, como si nadie lo hubiera pisado en 28 años».
Con este afán por reciclar franquicias, cabe preguntarle a Boyle si cada vez cuesta más que los grandes estudios se arriesguen con nuevas ideas: «Les cuesta mucho confiar, sobre todo si no hay grandes estrellas estadounidenses», arguye.