El misterio de las banderas del salón de alcaldía del palacio municipal de A Coruña

A CORUÑA









No se sabe con exactitud por qué están ahí muchos de los estandartes representados
14 sep 2025 . Actualizado a las 18:40 h.El palacio municipal es una joya arquitectónica modernista que preside, solemne, la plaza más emblemática de esta ciudad. Un vistazo exterior es ya una caricia para las pupilas. Pero lo que no todo el mundo sabe es que este gigante de piedra tallada guarda en sus adentros retazos y reliquias que son testimonio inmejorable de la historia de A Coruña.
La concentración mayor de piezas únicas se halla, quizás, en el salón de alcaldía —la habitación que está tras los balcones centrales de la fachada frontal—. Nada más entrar en la noble estancia, roban la atención dos vitrinas rebosantes de banderas. Una muy ardua labor historiográfica haría falta para determinar con exactitud el origen de cada una de ellas. De algunas sí existe registro. De otras se pueden hacer cábalas y teorías más o menos verosímiles.
Más pertinente parece empezar por lo sólido. La Union Jack que reposa tras el cristal fue donada al consistorio por el ejército británico en 1994, cuando una delegación marcial de las islas acudió a la inauguración de la calle dedicada al héroe de guerra Sir John Moore —enterrado en el jardín de San Carlos en cumplimiento expreso de su deseo de yacer para los siglos en la tierra donde la muerte lo hallara—.
Otras banderas —las más, en realidad— llegaron al edificio con motivo de la visita de alguna autoridad de otra nación —o bien como parte de un intercambio de símbolos o bien porque las comprara el propio gobierno local para desplegar durante un acto oficial—. Este parece ser el caso buena parte de los países latinoamericanos representados en la colección.
Dos banderas de Uruguay —una claramente más añeja que la otra—, dos de República Dominicana, una de Cuba, Panamá, Perú, Chile, Argentina, Venezuela, Nicaragua y Bolivia. Es esta última la que ofrece un hilillo del que tirar en el buceo por los hemerográficos. Es la única del compendio que luce una inscripción sobre la tela, en letras negras y claras. «Homenaje del Gobierno de la República de Bolivia al Ayuntamiento de La Coruña. 12 de octubre de 1928» (es decir, el Día de la Hispanidad).
Contaba el ejemplar de La Voz de Galicia de esa misma fecha que el día anterior, 11 de octubre, se había celebrado una gala en de agasajo a Don Faustino Teysera «culto cónsul del Uruguay en La Coruña que durante el acto pronunció un elocuente discurso», después de que el gobierno de su país hubiera donado a la Biblioteca Popular «ciento setenta y ocho volúmenes —algunos de ellos de gran valor y primorosamente encuadernados—».
En el texto, aunque no se habla específicamente de Bolivia, sí se menciona que acudieron convidados a la cita cónsules de otros países —en concreto, se habla de los de Portugal y Panamá—. No sería, por lo tanto, muy descabellado plantear la posibilidad de que a aquella fiesta, prolegómeno del Día de la Hispanidad, acudieran algunos de los diplomáticos latinoamericanos con estandartes para intercambiar y otros obsequios para sus anfitriones —aunque de esta bonita teoría no ha sido posible encontrar evidencia sólida más allá del encaje lógico de la piezas—.
Pernocta también en el mueble el pendón de la brasileña ciudad de Recife. Aquí no hay misterio. Es un recuerdo del intento —no consumado— de hermanamiento que se promovió con la lejana población en 1982, siendo el alcalde Domingos Merino.
No podían faltar, claro, las barras y las estrellitas norteamericanas. Tampoco es fácil decir con precisión qué acontecimiento concreto llevó este tafetán a María Pita. Pero en otro de los aparadores del salón, un pequeño diploma hace nacer otra cábala. Es una inscripción firmada por el capitán de navío J. D. Ford, de la Armada estadounidense. En la enmarcada carta (fechada en el año 1958), el oficial agradecía la hospitalidad mostrada por los coruñeses durante la estancia en el puerto de siete destructores americanos con —según un reportaje de La Voz de Galicia del 26 de junio de 1958— «1.750 tripulantes y 200 guardiamarinas a bordo». ¿Se bajaría el señor Ford de su barco con esa bandera que hoy reposa en el salón de los alcaldes? Quizás. Pero a veces los quizás son más divertidos, porque permiten pergeñar juegos detectivescos.