Del lápiz a la IA, la encrucijada de la música clásica contemporánea, a discusión en A Coruña
A CORUÑA

El primer violinista de la OSG, Florian Vlashi, y la compositora Sofía Infante intercambiaron ideas en la Domus invitados por la Fundación CorBI
12 abr 2025 . Actualizado a las 01:11 h.Una charla libre como un concierto de jazz. Así alentó el presidente de la Fundación CorBI, Julio Casal, a los dos músicos que este viernes conversaron en la Domus sobre inteligencia artificial (IA) y anotaciones a lápiz en partituras viejas. Sofía Infante (Santiago, 1989), compositora, profesora del conservatorio de Ferrol y especialista en IA, y Florian Vlashi (Durres, Albania, 1963), primer violín de la Orquesta Sinfónica de Galicia y director-fundador del Grupo Instrumental Siglo XX desde 1996. El título, «Música clásica contemporánea. Futuro, amanecer o atardecer, alba u ocaso».
«Empecé el violín cuando tenía seis años y sigo practicando con el mismo esfuerzo. No toco un violín eléctrico ni creado por un robot, sino un violín francés del siglo XVIII [de J. Boquay] lleno de cicatrices e historias por contar. Pongo en mi atril partituras desde Bach hasta nuestros días con mil apuntes a lápiz. Preparo mis conciertos con horas y horas de estudio durante meses en busca de la belleza que se esconde dentro de los pentagramas. Decía Mahler que en la partitura está todo escrito menos lo esencial. Y lo mismo hago con mis alumnos, educándolos en la cultura del esfuerzo y en cómo descubrir la belleza en el arte. Pues imaginen ustedes mis dudas cuando me preguntan si me va a ayudar la IA», se explaya el maestro Florian Vlashi antes de invitar a «distinguir y aprovechar los avances tecnológicos», que los hay.
El ojo de una precursora
Sofía Infante es más radical. Estudiaba un máster de composición para cine en el 2018 en Londres y nadie hablaba de IA. «Observé cierto intrusismo. Los españoles nos infravaloramos cuando nuestra formación es muy buena, por ejemplo, en técnicas compositivas, mientras ellos son muy buenos en herramientas tecnológicas precisamente para suplir sus carencias. Por eso muchos componían con ordenador. Allí empezó todo —recuerda la profesora—, tuve un ojo finísimo y empecé a investigar. Todo el mundo me decía que jamás la inteligencia artificial iba a poder sustituir a los compositores. Yo era la loca de la IA», dice.
Cuatro años más tarde, Infante presentó en Oviedo una tesis doctoral sobre la IA como herramienta compositiva, en la que analizaba los cuatro software más utilizados. «A Suno le pides un tema rock sobre las croquetas de tu madre y la Segunda República y te lo hace con portada y todo completamente automatizado», explica la profesora, que inmediatamente alerta de una confusión. «Pero tú no eres el creador. Tú solo eres el que le ha dado al botoncito», advierte.
Dios y Miguel Ángel
«Los intérpretes son parte de la creación —anota Vlashi—. Si a una obra de arte le quitas la emoción, la comunicación, la energía, el humor, el misterio..., si le quitas la huella humana, esa obra nace muerta. Hay un relato maravilloso de Rilke donde cuenta que, cuando Dios preguntó a Miguel Ángel qué estaba haciendo con aquel bloque de mármol, el genio florentino le contestó: “Te estoy buscando a ti”. Eso las máquinas no podrán entenderlo nunca», afirma.
«El arte verdadero —añade— no es fácil, más bien es profundo y difícil, como un libro de Kafka o una película de Fellini. No puede ser popular. Muchas veces el gusto de las masas es otro, tiene dentro el kitsch, lo vulgar. La palabra latina vulgus, que quiere decir algo popular, de poco conocimiento, da en la clave. El kitsch y el vulgar matan el arte (...). Es lo rápido, fácil, superficial, digestivo, sin mucho rompecabezas, el arte de masas».
Ana Kiro y Björk, una excepción
El equipo PAMP! (inspirado en la primera programadora gallega, Ana María Prieto) resucitó la voz de Ana Kiro en la canción Florespiña, que obtuvo el tercer premio en la edición del 2023 del certamen internacional AI Song Contest. Sofía Infante formó parte del proyecto. «Fue interesante por anecdótico. También Björk usó una IA de Microsoft para traducir a música los cambios meteorológicos de Nueva York», acota la profesora, que contrapone esas incursiones experimentales «al propósito capitalista y comercial de hacer música fácil, rápida y barata».
Así lo certificó en sus entrevistas, al calor de su tesis, con desarrolladores de algunos de los software más usados para componer obras automatizadas. «Hacían bandas sonoras. Vivían en Hollywood. No podían entregar en plazo. No les rentaba lo que invertían por lo que les pagaban por hora y decidieron desarrolllar otras herramientas», expone. «Si dependemos de la ética de las empresas, ¿a dónde vamos?», pregunta la compositora gallega, que rescata el reciente rechazo de Bad Bunny a que utilizaran su voz o el disgusto por la irrupción viral de imágenes «estilo Ghibli», el estudio de animación creado por Hayao Miyazaki en 1985. «No tienen respeto por nada, es la historia de siempre, se declaran súper fans y usan IA para robarle su trabajo», censura Sofía Infante.
¿Distinguir el original?
Florian Vlashi, que recuerda ensayos con una obra poca conocida de Bach y otra de su estilo creada por máquinas —«y nadie fue capaz de saber cuál era la original. Distinguirlas será un tema de expertos, como cuando hay que conocer una obra original de Caravaggio o un violín de Stradivari»—, incide en el límite. «Científicos e intelectuales ponen el grito en el cielo para pedir protección contra la amenaza de las máquinas inteligentes, un oxímoron que asusta —defiende—, y esa protección empieza con una palabra clave: ¡Ética!».
A salvo de la IA, el maestro de violinistas —que ha estrenado más de 170 obras de autores españoles, en su mayoría, junto a los solistas de la OSG con los que ha formado hace 28 años el Grupo Instrumental Siglo XX— espanta las sombras sobre la deriva y el estado de salud de la música clásica contemporánea. «Yo diría, bien, o mejor decir, como siempre. Lo nuevo se acepta con dificultad. La historia de la música del siglo XX está llena de choques, como fue el escándalo de La consagración de la primavera, de Stravinsky, o el Bolero, de Ravel, por no hablar de la música de Schoenberg, cuyos conciertos terminaban a veces con peleas. Por eso creó la Sociedad Privada de Conciertos sin aplausos ni críticos presentes», apunta Vlashi y de inmediato matiza. «Pero tampoco era un camino de rosas para los grandes creadores en los siglos pasados. Monteverdi, Mozart, Beethoven, Brahms, Chopin, también sufrieron abriendo nuevos caminos. Eso, hoy en día, nadie te lo cree. El libro de Slonimsky Repertorio de vituperios musicales [editado por Taurus] tiene muchas páginas. Está en las librerías», sugiere.
Salir a por el público
En todo caso, el violinista propone salidas contra la indiferencia del público. «Si he aprendido algo durante estos 28 años es que la música nueva hay que introducirla en las escuelas desde edades muy tempranas. Los niños no están “contaminados”, aceptan lo nuevo con más naturalidad y sin complejos», sostiene. Tarea distinta, dice, es de qué manera se presenta el repertorio moderno.
«Hemos buscado formas diferentes combinando la música con poesía, teatro, danza, videos y artes plásticas. También fuera de las salas de conciertos. Hemos tocado música de Xenakis para niños o la obra de Steve Reich Different Trains en el estación de trenes de A Coruña. Sorprendentemente, fue un gran éxito y salió en la portada de los periódicos, un hito para un grupo de cámara y más para uno de música contemporánea. Pues, el diablo no era tan negro».