Recuerdo nítidamente aquel partido entre Francia y España del Mundial de Alemania en el 2006. Aquel lema previo, «vamos a retirar a Zidane», me hizo enemistarme con una selección con la que no he sido capaz de reconciliarme. Un cabreo fruto de la confusión entre la confianza en lo nuestro y el descrédito de lo ajeno. Algo que luego aprendí que se exporta a otros sectores.
Disfruto ahora en Argentina de mis últimos días de un viaje que tantos me recomendaron no hacer por los problemas de seguridad que, con toda la certeza, nos íbamos a encontrar. Lo cierto es que, por suerte, no hemos ni percibido un mínimo atisbo de inseguridad en casi tres semanas de continuos paseos y rutas, más allá de las precauciones que hay que tener en cualquier lado. Evidentemente existe, como lo advierten ciudadanos locales llevando sus mochilas en el pecho o con sus recomendaciones, pero nada extraordinario como muchas veces nos creemos desde el otro lado del charco.
Y escribo esto sentado en un banco del barrio de San Telmo ya al anochecer, mientras leo que en Carballo, donde vivo, ya han detenido a dos personas por matar a tiros a otra en un bar a 400 metros de casa, y que en Corcubión, de donde soy, hay desde hace semanas una oleada de robos, actos vandálicos y daños materiales.
Como cuando nos llevamos las manos a la cabeza con la victoria de Trump mientras en el Parlamento Europeo nos representa Alvise. O cuando quisimos retirar a Zidane y nos acabó bailando en aquellos octavos de final. Miremos para nuestro ombligo.