Yerbolat Polatuly, kazajo en Burela: «Me preguntan de dónde soy y muchos saben muy poco de mi país, Kazajistán»
A MARIÑA
Le impresionó descubrir el Cantábrico porque «nunca había visto el mar», trabaja de calderero en Astilleros Armón y habla gallego
08 dic 2025 . Actualizado a las 13:03 h.Después de mi saludo en kazajo, Yerbolat Polatuly (Shymkent, 2001), me responde en gallego: «Que queres que che conte?». Sorpresa mayúscula y recíproca. Dominando bastante bien el español, se atreve con frases como «eu si» o «xa fai tempo» con una facilidad pasmosa que tiene relación con su etapa laboral previa en Portugal. A ese país llegó primero. Al sector de la construcción. Concretamente, a Aveiro o «la Venecia portuguesa», recuerda. «No tenía miedo cuando vine _dice_, sin saber ni inglés ni portugués ni español. Ni una palabra». Tenía 18 años de edad y había dejado atrás su tierra, Kazajistán, y su pueblo, Maktaaral, al sur, pegado a Uzbekistán. Una zona que paisajísticamente se parece a Castilla y León, donde también trabajó, por los campos secos y tanto calor en verano. Por eso, el norte de España, viviendo ahora en Burela desde finales de febrero del 2023 y, tras haber residido en O Carballiño donde aprendió el montaje «desde cero» de tubos eólicos, le encanta.
«No tenía miedo cuando vine, sin saber ni inglés ni portugués ni español. Ni una palabra»
Y el mar. Sin haber visto nunca los más famosos de su tierra, como el Aral o el Caspio, que en realidad son lagos, y siendo originario del país más grande del mundo sin salida marítima, en el corazón de Asia Central, limítrofe con China y Rusia (fue república de la URSS hasta la independencia en 1991), con casi 3 millones de kilómetros cuadrados y una población de casi 21 millones de habitantes, encontrarse con el Cantábrico fue como un sueño: «La primera vez que vi el mar fue en 2020, cuando entré en el País Vasco. Me encantó el verde y las montañas. ‘Voy a vivir aquí’, me dije». Mejorar la economía familiar le hizo emigrar: «Allá cobras menos y hay cosas más caras, menos petróleo y gas que son más baratos. Aquí, con el sueldo mínimo puedes vivir».
En Burela son varios los kazajos que residen actualmente. Violetta Chernova lleva muchos más años aquí. Yerbolat trabaja en Astilleros Armón a través de una empresa lusa en la que está contratado. Es calderero: «Me gusta. Soldar es duro y cansado pero me encanta. Cuando vine, primero a Portugal, yo no tenía experiencia laboral y era joven, y me tocó trabajar en la construcción, con lluvia o sol». «En España estoy muy bien, por la gente y porque la vida es diferente y hay muchas cosas para aprender», añade, dando importancia al lenguaje: «El idioma es lo primero». «Falo mellor que algúns galegos», declara sonriendo y valorando a quien se interesa por su lengua: «Respetamos mucho cuando habla nuestro idioma alguien que no es kazajo, porque hay kazajos que no quieren aprenderlo, prefieren hablar ruso».
«Mucha gente me pregunta por mi manera de hablar. Cando falo coa xente, mezclo gallego y castellano. Y me preguntan de dónde soy. Muchos no saben y lo poco que saben de Kazajistán es que fue territorio del Kremlin. No es un país famoso ni es muy turístico y si van turistas, son más de Alemania e Inglaterra. De pequeño, solo veía pasar matrículas de allí. Y como el nombre acaba en ‘tán’, pues algunos me preguntan si hay guerra en mi país. No hay. Entre otras cosas, es rico en petróleo y uranio». De hecho, con respecto a este último mineral y destacando geológicamente por sus tierras raras, suministra actualmente más del 40 % de la producción mundial.
Su país, el más grande del mundo sin salida al mar, tiene un potencial turístico enorme
A nivel turístico, con un potencial increíble, está en fase de crecimiento, a la par que son necesarias mejoras en infraestructuras, por ejemplo. Mientras pide un té comenta: «Falta cambiar muchas cosas. También la gente tiene que salir más y ver la cultura de otras gentes, cómo viven». En octubre, el encuentro del Kairat y el Real Madrid (resultado 0-5), fue una gran promoción turística, más allá del plano deportivo. «No me gusta el fútbol», dice Polatuly. Tampoco le entusiasma el kokpar, un juego ecuestre tradicional de la estepa que utiliza una cabra o un carnero en lugar de pelota. «Ahora sí que hay cada vez más gente que quiere viajar a otros países, diferentes, como el nuestro, que es de la cultura nómada», añade. El año pasado, los World Nomad Games celebrados por primera vez en Astaná, la capital, dieron a conocer su país y modalidades como arquería histórica, cetrería o el juego de mesa kazajo por excelencia, el milenario togyzkumalak. «Tenemos tradiciones muy antiguas», subraya.
Gastronomía kazaja
La gastronomía kazaja es todo un descubrimiento, con la carne de caballo como base. Conseguirla en A Mariña no le fue fácil, hasta que encontró la carnicería burelense de Enrique, quien le surte de materia prima para hacer el kuurdak o el beshbarmak, plato delicioso y top de Kazajistán: «Aquí se consume más el potro, una carne tan blanda que sin dientes podrías comerla». «Yo aprendí aquí a cocinar, pero no hago tantas comidas típicas de mi país porque si lo hago salen más o menos. O lo quemo...», confiesa sonriendo. En Kazajistán, por cierto, está el origen de la domesticación del caballo y de las manzanas. Yerbolat cita el famoso queso kurt, con leche fermentada de oveja, cabra o yegua. Esta última también sirve para preparar el kumis. Con la de camella se hace el shubat. El arroz pulau y el pan baursak son más ejemplos gastronómicos. Y de pescados, dice: «Me gusta el salmón, el pez espada y la merluza».
Yerbolat se acercó un día a Viveiro Studio Tattoo y se tatuó en el dorso de la mano derecha dos símbolos de la bandera de Kazajistán: el sol de 32 rayos y el águila esteparia. El primero simboliza la prosperidad. El segundo, la libertad y la grandeza.