
Maruxaina no es la única sirena venerada en Galicia. La que se encuentra, según la leyenda popular, en el islote de As Mirandas en el concello de Ares casó con un hidalgo gallego y fuera de su medio marino natural perdió su condición de pez y engendró descendencia. Algo parecido le ocurrió a la sirena que vivió en la isla de Sálvora y tuvo amores con el caballero Roldán dando lugar a la estirpe de los Mariño. La más moderna es la Sirena del Orzán que recibe la luz atemporal de la Torre Herculina. Y el relato más controvertido con escultura del artista Leiro es el de Mermán, un sireno que -según cuentan- en 1739 fue capturado en aguas de Vigo por unos pescadores. Me quedo con la novela de Emilia Pardo Bazán, La Sirena Negra: «El cuerpo de mi sirena no es blanco, su pelo no es rubio, su melena se parece a la inextricable maraña de las algas... ávida y amenazadora diciendo eres mío, no me huyas». A esta ultima le creo capaz de haber apresado a Maruxaina y ocupar su lugar en la cova de Xan Vello y así ser quien llama a los invasores del botellón agosteño.
Pero soñemos despiertos mirando al horizonte como hicieron aquellos atalayeros por tiempos con cazadores de ballenas. Y es que la historia de los balleneros es anterior a que Julio López Roibal y Modesto Rivera Franco, estudiantes con domicilio en San Ciprián, fueran artífices del tercer día para celebrar el Carmen desde La Atalaya con los gaiteiros de Brisas do Landro, y así rememorar una leyenda propia de islas encantadas en cuyas rompientes los percebes habían sido testigos de naufragios. Años después sería tras una fiesta del Carmen cuando los comisionados, presididos por Ramón de Elvira, hijo de Ramón de Puchos, tuvieron la feliz idea de recuperar tal fábula isleña donde colisionan el bien y el mal de estas ninfas que persiste hasta ahora.
Pero algunos seguimos sintiendo el orgullo historicista de pertenecer a una comunidad ballenera. La caza del mamífero es real. La sirena no. Los balleneros vascos, junto a gallegos, asturianos y cántabros contribuyeron a forjar un sistema de vida y una cultura marítima que ha perdurado desde el siglo XIII hasta el siglo XIX. Islas San Cyprianus es el surgidero ballenero más antiguo de Galicia.
Mi historia comienza por una conversación entre Maruxaina y el Atalayero: «¿Cuál es la razón para que a ti, mala mujer, te dediquen una fiesta y a los bravos balleneros no se les recuerda de la misma manera salvo en una pequeña sala del Museo Provincial de la Mar?». Cuando los vascos llegaron a esta costa ya los mariñanos de San Ciprián sabíamos que la carne de ballena era comestible y por eso en el concheiro del Castro Celta hay huesos del mamífero que se acercaba a tierra y era cazado desde las embarcaciones de cuero tal como enseñaron los Normandos.
El Atalayero que es descendiente de los Pillado cuenta: «Al ver el paso de las ballenas se enciende una hoguera. Los remeros y arponeros inician una carrera por arponear primero a la ballena. La primera traíña que lo conseguía obtenía privilegios en la venta del animal. Los balleneros cazaban primero a las crías, tanto por ser más fácil como para evitar que las madres huyeran, esperanzadas en recuperar a su vástago. El arponero da muestra entonces de su pericia, sabe que de su habilidad y puntería dependía el éxito de la operación y que si la ballena muere recibiría, además de un sueldo de privilegio, una de las aletas. Se situaba en la proa lanzando su arpón de hierro sobre el cetáceo que quedaba de inmediato unido a la embarcación por una cuerda de cáñamo- estacha-. Comenzaba una dura lucha hasta que el cetáceo era vencido. El animal, furioso, intenta escapar sumergiéndose bajo el agua y arrastrando tras él a la chalupa. Pero, cuando salía a flote, el resto de los arponeros de las chalupas continuaban clavándole más arpones, lanzas y sangraderas hasta que se desangra, muere y es remolcada al puerto. En él, se realizaban las labores de despiece, se cortaba la carne y se hacía derretir el aceite para su envasado y transporte. En tal faena participa todo el pueblo y tiene lugar en la playa denominada O Cabalo, detrás de la salazonera en Cubelas».
Maruxaina escuchaba con los ojos muy abiertos. No perdía detalle sobre la narración del viejo marino. Al terminar le dio las gracias y antes de zambullirse en las aguas le prometió contar la historia en su reino de Róbalos, Centollos, Pulpos, Cormoranes y Gaviotas. Amén.