
Hay quien sostiene que el odio de los españoles a los árboles tiene un componente atávico. Manuel Azaña ya habló de este rasgo terrible en virtud del cual lo verde es aquí una evidencia de subdesarrollo que hay que eliminar cuando el progreso se abre paso. Y así, lugares como la Puerta del Sol de Madrid o barrios enteros como el coruñés de Montealto ofrecen a sus sufridos habitantes una estampa de hormigón y dureza que se revela insoportable cuando la temperatura se vuelve hostil y avanzar por el asfalto es un martirio incompatible con la felicidad y a veces con la vida.
¿Por qué molestan tanto los árboles en las ciudades? ¿Por qué cualquier intervención urbana conlleva la tala preventiva y urgente de troncos y copas, como si el verdugo tuviese miedo de que un rasgo repentino de sentido común mantuviera en pie al bicho?
En el año 2019 una serie de colectivos amantes de los árboles, incluida la Sociedade Galega de Historia Natural, promovieron en Ourense una campaña contra la tala masiva e indiscriminada de frondosas centenarias en muchos municipios de la provincia. Ejecuciones sumarias de ejemplares considerados por la autoridad un peligro para la seguridad o para las vistas o para los incendios, casi siempre excusas para dar rienda a esa desafección contrastada contra ejemplares que muchas veces son un patrimonio insustituible. La propensión se convirtió en delirio un tiempo después, en el 2022, cuando se ordenó la tala en un centenar de árboles en la Ribeira Sacra para facilitar el acceso de los turistas al monasterio de San Pedro de Rocas, una construcción milenaria, el cenobio más antiguo de Galicia, y con un interés en gran parte relacionado con su entorno natural.
El vicio talador español ha sido retratado por periódicos como The Guardian, alucinado con la motosierra de Almeida, que desde hace unos meses hinca sus dientes en la plaza de Santa Ana, recién convertida en un lugar inhóspito para poder alojar en su subsuelo un párking al que según el Ayuntamiento molestaban las raíces. La sorpresa procede de un país, el Reino Unido, instalado en la vocación opuesta.
Lo interesante es que a la hora de fotografiarse, los mismos que ordenan talar buscan un buena arboleda en la que posar.