Koro Cantabrana, directora del Instituto del Estrés: «El estrés se acumula y sus fases se pueden condensar en tres»

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«No tomes decisiones permanentes con emociones temporales», aconseja esta periodista y «coach» que vivió un trasplante de corazón de su hijo, 137 días de hospital que le pasaron la factura de un estrés que supo cómo afrontar. Hoy ayuda a otros a gestionarlo. Desde el estrés de conducir a la «sisifemia», que es eso que sufre el trabajador incansable
14 jul 2025 . Actualizado a las 18:44 h.Un piloto de fórmula 1 tiene estrés, un estrés que lo activa al máximo y dura el tiempo de la carrera. En cuanto el piloto se baja del coche, ese pasajero invisible que le hacía poner en el circuito toda la atención desaparece también. A esta escena recurre la periodista Koro Cantabrana, fundadora del Instituto del Estrés y autora de Estrés encubierto, para mostrar la cara positiva de esa tensión que en un momento nos lleva a ganar, y en otros, a echarlo todo a perder. «En nuestra vida diaria, queremos ser pilotos de fórmula 1... pero en un 600. Es decir, queremos dar al máximo cada día sin medios, sin habernos entrenado ni ser conscientes», advierte esta experta en alto rendimiento con 20 años de experiencia que identifica 40 mitos sobre el estrés, los perfiles más propensos a sufrirlo, y diferencia, a grandes rasgos, dos tipos de estrés encubierto, el voluntario y el involuntario. No es fácil distinguirlos, tampoco desenmascarar ese estrés que se cuela en nuestras vidas con sigilo, en las urgencias del día. «El estrés, de partida, es bueno», cimenta Cantabrana, que aplicó las herramientas que como coach enseña a otros para afrontar un episodio personal de gran estrés, la factura del trasplante de corazón al que se sometió su hijo Alan, la de 137 días de hospital que recoge el libro El corazón en un puño.
—El estrés se cobra un precio que no siempre advertimos, señalas en «Estrés encubierto, el síndrome silencioso que amenaza tu vida». ¿Nos cuesta reconocer que nos desbordamos?
—Las personas suelen decir: «Yo no tengo estrés», «lo mío es distinto», «yo controlo», pero de repente un día, no saben cómo, el cuerpo dice «basta, no puedo más». Llegan a esa situación después de haber estado encubriendo el estrés de manera a veces involuntaria, porque no se paran a pensar. Y otras veces es un estrés encubierto voluntariamente. ¿Por qué encubrir que tienes estrés? Porque el estrés está muy mal visto.
—¿El miedo a que nos vean incapaces es superior a nuestro malestar?
—Sí, es sobre todo miedo. El miedo a cómo nos van a mirar, a ser tachados de débiles, de no poder seguir el ritmo. Y debes sumar a eso la autoexigencia: queremos llegar a todo, hacerlo bien, cumplir todas las expectativas, nuestras y de los demás. Se suman las dos cosas.
—¿Una persona estresada suele ser alguien demasiado autoexigente?
—Esas personas son las que más estrés tienen, sí. Pero hay que tener en cuenta la velocidad a la que vivimos, es una velocidad exigente. Tenemos que estar a la última. Y profesionalmente todo lleva un ritmo, en general, de «todo es para ya». Las generaciones más jóvenes son las del mando a distancia. De lo tengo ya, lo hago ya. Pero esa inmediatez se ha ido trasladando también a los mayores. Todo lo queremos para ya.
—¿El estrés afecta más a los jóvenes?
—El estrés afecta hoy también mucho a los mayores. Si hay que hacer una consulta, se hace online... «Oye, perdona, a mí me atiendes en persona. No me pidas me haga algo de lo que no soy capaz». Hoy si no te manejas con las aplicaciones virtuales y la inteligencia artificial ya estás fuera del mercado, esto genera un estrés. El estrés es algo que llega a afectar a seis de cada diez personas, y va en aumento entre las personas de menor edad. Antes, cuando tú y yo éramos jóvenes, no teníamos estos niveles de estrés. Ahora con 20 años el estrés es brutal. ¿Qué va a pasar con los jóvenes dentro de 20 o 30 años si ya sufren ese nivel de estrés tan pronto?
—A los jóvenes se les etiqueta como la generación más frágil de la historia. Pero se les pide el multitarea constante, alto rendimiento sin pausa. ¿Todo ese abanico de opciones y posibilidades que tienen hoy los jóvenes es también un peso grande para ellos?
—Sí. Conozco a muchos jóvenes que van al psicólogo porque son incapaces de gestionar la cantidad de cosas que ocurren a su alrededor. Dicen: «¿Por qué nos llaman frágiles? Lo que pasa es que no podemos con todo». Están asumiendo muchas veces las expectativas y exigencias de los mayores. Muchas veces lo que hacemos los mayores es limitarnos a criticar. Lo que deberíamos hacer los adultos, los padres, es tratar de buscar herramientas que darles, herramientas de gestión mental, para aprender a estar. Aprendemos a calcular, a memorizar, pero no a reflexionar de verdad y a entendernos, a ver cómo somos, cómo son de verdad nuestros valores... Eso está en el libro Estrés encubierto.
—Una de las claves, dices, es respirar. ¿Sabemos respirar bien?
—Respiramos casi todos mal. ¿Es que alguien nos enseña a respirar? Y es una de las herramientas más sencillas para regular el estrés. Vamos todo el día tirando de respiración de pecho, con lo que estamos todo el rato en activación. Para estar en relajación, hay que respirar con la parte baja. Si respiramos lentamente usando el diafragma, entramos en calma. Los pensamientos generan emociones y las emociones acciones. Son los pensamientos los que nos llevan al estrés, porque nos llevan a cómo nos sentimos y cómo nos sentimos a cómo actuamos. Un pensamiento: «Si tengo dos horas, no voy a llegar, no me va a dar tiempo...».
—¿De qué manera podemos entrenar el pensamiento positivo sin trampa?
—Lo primero es tomar consciencia. Analizar cómo es el pensamiento. «Igual en dos horas sí me da tiempo, soy capaz». Se trata de funcionar de manera consciente, porque estamos el 90 % (algunos dicen que el 99 %) del tiempo funcionando en piloto automático.
—Ese ir en piloto automático explica que alguien pueda tener la desgracia de olvidarse a su bebé en el coche.
—Sí. Sin llegar a ese extremo, ¿cuántas veces pensamos en ir a un sitio y aparecemos en otro? El piloto automático es hasta cierto punto normal, salvo que se convierta en hábito. Los hábitos son algo que repetimos de forma inconsciente. Cuando lo repetimos de manera consciente, deja de ser un hábito para ser una elección. Y en este caso eliges si hacerlo o no. Ser conscientes de cómo estamos funcionando es el primer paso para romper un hábito que no nos gusta. Lo primero es verse metido en la rueda de hámster, para salir. Tras ser consciente de lo que quieres cambiar, habrá que buscar herramientas. Y fortalecer la confianza en uno mismo.
—¿El estrés tiene memoria?
—Sí, el estrés se va acumulando. Va teniendo fases, y estas fases podemos condensarlas en tres. La del estado de alerta, que en principio es algo bueno. Si un joven tiene un examen mañana, está bien el estado de alerta, porque ese estrés le hace estar más concentrado, y tener más claridad mental e incluso más energía y el sistema inmune más poderoso. Pero si nos pasamos así un mes, habrá un momento en que entremos en estado de resistencia. Y si pasan ya unos cuantos meses así, con exámenes todos los días, llegaríamos a un estado de agotamiento. ¿Qué pasa en el mundo laboral, en ese en que todos los días tenemos que estar al cien por cien, como si todos los días hubiera examen? Llegamos, en meses, a estar agotados. Y estar agotados nos lleva a reducir la productividad en un 60 %, según unos estudios. Según otros, esa merma en la productividad llega al 90 %. Es decir, el estrés es positivo mientras se dé en momentos puntuales y se compensen con momentos valle, en los que nos relajamos. Si estamos siempre en picos, se va acumulando el cortisol y pasa factura.
—¿Qué facturas y cómo nos afectan?
—Desde ansiedad a ataques al corazón, o parálisis de una parte del cuerpo. El estrés encubierto mata callando. Hay que tener en cuenta que cinco de cada diez personas no saben desconectar; esto es el «stresslaxing», que es lo que te sucede cuando quieres relajarte, no puedes y esto te estresa aún más. Después de tener la cabeza a tantas revoluciones, un día y otro, no podemos irnos a cero. Estamos siempre en el «si hubiera hecho» y el «tengo que hacer».
—¿Emociones altas = inteligencia baja? ¿Mejor actuar con la cabeza fría?
—Sí. No podemos tomar decisiones permanentes con emociones temporales. Cuando estamos enfadados, decimos cosas de las que nos arrepentimos. Si estamos eufóricos, prometemos cosas que no cumplimos. Cuántas veces, en la euforia de la fiesta o tras el gol de tu equipo quedas en planes y mañana dices: ¿Pero por qué habré invitado yo a este a comer? En realidad, todas las decisiones las tomamos emocionalmente, pero si estamos cansados y pasados de vueltas, si estamos muy atados a una emoción, si estamos a menudo con mucha emoción, llega un momento en que nuestro cuerpo no nos sigue. El cuerpo siempre acaba pasando factura.