Rafael y Blanca tienen un trabajo que no hace nadie: «Alimentar a un tiburón a un metro de distancia te sube la adrenalina»

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Ellos son los ángeles de la guarda del Aquarium de A Coruña. Allí lo mismo les cepillan los dientes a las focas que acarician a Gastón, el tiburón, que come solo tres veces a la semana
28 jun 2025 . Actualizado a las 14:41 h.Lo que para algunos sería una pesadilla sacada de una película de terror, para otros es su pasión. Trabajar entre tiburones no es para cualquiera y Rafael Paredes (Perú, 1974) y Blanca Fernández (A Coruña, 1984) son dos de los doce intrépidos que se dedican a esta profesión en el Aquarium Finisterrae de A Coruña. En lugar de ir a la oficina para estar frente a un ordenador, ellos se enfundan un traje de neopreno y se zambullen en una piscina rodeados de escualos.
Ambos son los encargados de llenar el estómago del indiscutible rey del acuario —el tiburón Gastón— junto al del resto de especies que nadan alrededor de la sala Nautilus. Y aunque parezca mentira, todos ellos comen solo tres veces por semana. «Les damos la comida los lunes, miércoles y viernes. Hay gente a la que le parece poco, pero no se dan cuenta de que en la naturaleza los animales comen cuando pueden», apunta Rafael, que cuenta que el menú de Gastón se basa en troncos de merluza, caballa o calamar.
Alimentar a un tiburón es todo un desafío y a la hora del festín deben sumergirse en pareja. «Nos ponemos de acuerdo y mientras Rafa le da de comer, yo me dedico a la parte veterinaria», dice Blanca. ¿Cómo alimentan al tiburón? «Tenemos una zona específica donde nos solemos poner y él en cuanto nos ve ya se acerca. Lo que hacemos es pinchar las piezas con una varilla de fibra y, mientras nadamos junto a él, se las acercamos a la boca y él las muerde», detalla Rafael. Mientras tanto, Blanca aprovecha para tratar cualquier tipo de dolencia que pueda tener: «Ahora mismo tiene una pequeña úlcera, por lo que envuelvo una pértiga con una gasa impregnada en crema y le froto bien con ella». Gastón ya se ha acostumbrado a ellos, pero aun así es un poco protestón: «Llega un punto en que acelera la natación para que no lo molestemos».

Y es que ellos dos, con tan solo un vistazo, conocen a la perfección qué necesita cada uno de los animales del acuario. Rafael, que es ingeniero pesquero en Perú, llegó en el 2004 a Galicia dispuesto a cambiar de aires y, tras una temporada como marinero, ahora lleva cuatro años trabajando en el acuario de A Coruña. Blanca siempre soñó con ser bióloga y cuando, con solo 17 años, le dieron la oportunidad de hacer un trabajo de la profesión a la que quería dedicarse en un futuro, no tuvo dudas y se fue al Aquarium Finisterrae. Allí se pasó nueve meses observando seis horas al día a las focas. Ya en la universidad, regresó de nuevo para estudiar los tiempos de inmersión de estos mamíferos. Y ahí fue cuando tuvo la oportunidad de empezar a trabajar en lo que siempre había soñado: «El director del acuario me llamó y me dijo una frase que me quedará grabada toda la vida: “No sé por qué estás enamorada de las focas, pero las vas a entrenar con la persona que lo está haciendo”». Ahora la bióloga lleva 18 años como acuarista en el lugar donde descubrió su vocación.
Después de tantos años de experiencia, ambos recuerdan como si fuera ayer la primera vez que bucearon al lado del tiburón. «Nunca tuve miedo de Gastón, pero sí respeto. Tenía una sensación de fragilidad y notaba cómo me subían las pulsaciones», dice Rafael, que cuenta que aunque ya está acostumbrado, le sigue impresionando ver el modo en que devora la comida: «Me sigue asustando ver cuando muerde la presa de la varilla, porque hace unos movimientos fuertes hacia la izquierda y hacia la derecha y ves cómo la destroza». Por su parte, Blanca reconoce que la película Tiburón hizo mella en su percepción: «El primer día, ver la aleta del tiburón me impactó bastante y tuve que bajar acompañada de dos acuaristas, pero una vez en el agua, el ritmo cardíaco fue a menos y ya estaba en mi salsa». Gastón nunca ha atacado a nadie, pero reconocen que algún susto sí les ha dado. «Una vez en el tanque, a un compañero se le cayó un trozo de comida y tuvo la mala idea de ir a buscarlo al fondo del tanque. La comida derramaba muchísima sangre y el tiburón lo empezó a perseguir. Cuando me giré y vi la escena pensé en apartarlos con la varilla o agarrándome a la aleta caudal del tiburón, pero finalmente mi compañero reaccionó y soltó la pieza de comida y al final Gastón se llevó el trozo que le interesaba», recuerda Blanca.

Más que bucear
Pero su trabajo esconde mucho más. Junto con otros acuaristas, se encargan desde de la limpieza de los tanques y neveras, pasando por la preparación de las comidas, al entrenamiento de las focas. «A mí, junto al buceo, lo que más me gusta es entrenar a las focas», confiesa Blanca, que explica que requiere de mucha paciencia: «Van aprendiendo poco a poco. Cuando empiezan a alargar el cuello ya es la señal de que tengo que parar». Y no solo las entrenan, también las alimentan tres veces al día, e incluso les lavan los dientes: «Tratamos de cepillárselos con una gasa impregnada con colutorio para que no tengan caries», comenta Rafael.
Todo el tiempo que pasan junto a los animales ha hecho que les cojan un cariño especial. «En teoría no los acariciamos, pero yo a veces me quito el guante y acaricio a Gastón en la aleta caudal», dice Blanca. «Al final les cogemos mucho cariño porque estamos cuidándolos, medicándolos y dándoles de comer. Para mí, lo más especial de esta profesión es estar en contacto directo con los animales y es bastante placentero tener ese sabor del miedo, respeto y adrenalina al darle de comer al tiburón», añade Rafael. Porque además de los sustos que Gastón les ha dado en alguna que otra ocasión, también les ha brindado momentos muy buenos. «Cuando le caen los dientes es muy emocionante y yo los considero amuletos. Además, cuando se los enseñas a la gente, te fijas en los ojitos de los niños y mayores y ya hace que merezca la pena el trabajo», concluye Blanca.