Luis lleva a sus nietas a un restaurante una vez a la semana: «Quiero que recuerden las comidas con el abuelo»

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Miguel Villar

Durante cuatro años, una vez a la semana, desde diciembre del 2021, Luis va a buscar a sus nietas Ainara y Telma al colegio y las invita a comer a un local con menú del día. Compartir tiempo con ellas es el mejor legado

23 jun 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Las mellizas Telma y Ainara tenían 8 años cuando en la Navidad del 2021 se acercaron a su abuelo Luis para preguntarle qué quería cómo regalo de Papá Noel. Enseguida les dijo: «Algo que no se vende. Un día a la semana para estar con vosotras, para ir a comer». Y Papá Noel se lo cumplió. Así, sin más, nació una tradición que ha cambiado la vida de esta familia ourensana desde hace casi cuatro años. Poco a poco, lo que comenzó como una simple salida se convirtió en una experiencia semanal. Gastronómica, emocional y educativa. «Quería compartir tiempo con ellas, que disfrutaran conmigo de lo que significa comer. Quería que empezaran a descubrir sabores nuevos, que probasen», explica Luis. Siempre comen de menú del día —a no ser que el local no lo ofrezca— y tras el ágape, las niñas rellenan un cuestionario. «En cada lugar toman notas, valoran el menú, la atención, la presentación. Y sí, puntúan», relata el abuelo. Él les manda una foto y ellas rellenan las fichas desde su ordenador. «Tenemos una carpeta con todas», dice Ainara mientras revisa con su hermana el menú de día. Hoy les toca en Na Brasa, en el centro de Ourense. «Rara vez vamos a la carta, buscamos menú porque lo importante es aprender a adaptarse. Lo normal es que a los niños les preparen algo diferente, si lo que hay no les gusta. Conmigo comen lo que hay. Prueban todo. Si no les gusta, no pasa nada. Nos pasa a todos. Porque al final, lo que queda no es solo lo que comemos, sino lo que vivimos juntos», relata el abuelo.

Han pasado cerca de cuatro años de la primera vez y Telma y Ainara ya han comido en cerca de setenta restaurantes ourensanos. Algunos de ellos a los pocos días de abrir. Solo les falta, dice el abuelo entre risas, los de la estrella Michelin: «Habrá que ahorrar. Ser jubilado y pagar tres menús semanales no es fácil».

En esta exploración gastronómica se han convertido, sin buscarlo, en auténticas embajadoras culinarias. Han inaugurado bares nuevos, repetido algunos pocos y descartado otros. Una vez cometieron el pecado de entrar en una hamburguesería. Eso es lo único que no le gusta al abuelo. «Solo ocurrió una vez. Ellas lo sabían, pero no me dijeron nada», confiesa Luis, mientras las niñas sonríen.

Sobre la mesa no hay nada. Ni apuntes ni teléfonos móviles. No se trata de comer rápido, sino de disfrutar del momento, charlar y educar el paladar. «Lo normal es entrar en un restaurante y ver a niños corriendo o pegados a un teléfono. Al final lo que quiero es estar tiempo con ellas. A veces los mayores no quieren que los niños los molesten y les dejan hacer lo que quieren. Yo buscaba compartir ese rato con ellas y que ellas disfrutasen de ese momento a la vez que aprendían a comer», relata el abuelo. Las mellizas, atentas a la conversación, relatan que en uno de los restaurantes a los que fueron un camarero les dio dos euros a cada una por lo bien que se habían portado.

Ainara y Telma han probado todo tipo de sabores, incluso los más intensos. «Un día fuimos al Pacífico a tomar un brunch y los propios camareros se sorprendieron cuando nos vieron. Pensaban que no podríamos con esos sabores. Incluso nos dijeron que nos podían hacer otra cosa, pero dijimos que no. Algunas sí que picaban un poco», dice Telma. Y es que no se trata de que coman de todo, sino de que prueben. «Otro día fuimos a un restaurante y, en cuanto las vieron, quitaron las copas para traer otros vasos. Les dije que las dejaran, que las niñas tenían que aprender a beber por ellas. Se trata de enseñarles», apunta el abuelo.

LOS LUGARES ESPECIALES

Uno de los episodios gastronómicos que cuentan con más sorpresa fue su visita al restaurante del instituto de Vilamarín, donde se cursa el ciclo formativo de grado medio de Cocina y Gastronomía. Todas las semanas preparan un auténtico menú de boda. «Cuando fuimos teníamos 9 años y toda la gente era mayor. Todo el mundo nos miraba. El camarero nos retiró la silla para sentarnos y nos echaba agua cada vez que nos quedábamos sin ella», explica Ainara. «En el postre había una flor. Y yo le pregunté a la camarera si se comía y dijo: ‘Se come todo’. Y estaba buena. Sabía a flor, a hierbas», añade Telma. Toda una experiencia. «Le pusieron tan buenas notas que el resto de restaurantes quedaron muy atrás. Ya les dije que era algo excepcional», explica Luis. Y es que al final de cada año, revisan las notas y el que obtiene la mejor puntuación es merecedor de una segunda visita. En esas ocasiones, a modo de resumen del año, les acompañan también sus padres, Rubén y Eva, y su abuela Marisa.

Otro de sus lugares especiales es la Pizzería Carlos, dicen ambas, porque, aunque comen de todo, o por lo menos prueban lo que se les pone en el plato, tienen gustos parecidos a los de las niñas de su edad. También han probado comida mexicana, china, japonesa... «A mí antes no me gustaba el chocolate y un día nos pusieron de postre coulant. Lo probé y ahora me encanta», subraya Telma. Y a algunos de los establecimientos los conocen por motes como el «Todo verde», el de las «Croquetas inesperadas» o el de «Las patatas buenas y la carne mala». El abuelo Luis les deja elegir dentro del menú. Ellas se tienen que poner de acuerdo, porque en ocasiones lo comparten. Y pocas veces discuten. Tal es ahora la experiencia de las mellizas que hasta sus amigas del colegio les solicitan consejos. «A veces nos piden que les digamos algún sitio para ir con sus padres. Muchas nos dicen que tenemos mucha suerte por ir todas las semanas a un restaurante», dice Ainara.

Los días de la cita son los jueves, aunque en ocasiones se pueda cambiar. Luis va a buscar a Telma y Ainara al colegio Mestre Vide y seguidamente se dirigen al restaurante elegido por el abuelo. Sobre las dos ya están sentados en la mesa. Son tres horas por delante para disfrutar. «Ellas tienen actividades por las tardes, por eso no nos gusta que la comida tarde demasiado y luego tener que comer rápido», explica. Luis Veloso trabajaba en el centro educativo Terras de Maside cuando comenzaron con la experiencia culinaria. Hoy está jubilado: «Cuando estaba en el colegio y era jueves, ya les decía que no contaran conmigo a partir de las 12.30». Porque de Maside hasta Ourense hay 25 kilómetros de distancia. Ahora, con más tiempo libre, Luis disfruta más relajado de sus nietas.

No se trata de suplir a los padres, dice el abuelo. Asegura que sus dos nietas comen muy bien en casa: «Cuando uno va a compartir una mesa lo importante es la conversación. Ese tiempo de estar con el abuelo contándole las cosas que han hecho durante el día, en el cole... A mí me gusta la comida y quería que tuvieran una experiencia conmigo», afirma. Mira a sus nietas y continúa: «Cuando el abuelo estire la pata, que ojalá tarde mucho tiempo, pues espero que se acuerden de cuando íbamos todas las semanas a comer. Quiero que les quede eso».